El mandamiento del Amor

El mandamiento del Amor

Pbro. Dr. Jorge A. Gandur

23 Octubre 2011
Sin caridad pierde consistencia cualquier tipo de relación nuestra con Dios, no tiene sentido ni una sola de las leyes del Señor.

Los escribas y fariseos poseían una mentalidad legalista que les hacía por un lado atenerse a la letra de la Ley, y por otro perderse en interpretaciones a veces minuciosas y abusivas de la misma, que dieron lugar a cientos de preceptos y prohibiciones. Pero frente a tantos preceptos y normas impuestos por ellos sintieron la necesidad de establecer una jerarquía de normas. De ahí la pregunta que el fariseo dirige a Jesús, sin que ahora nos importe su intención: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?" La respuesta debe ceñirse a los términos y limitaciones de la pregunta; Cristo ha de emplear palabras de la Ley, y las toma de dos libros del AT (Dt 6,5; Lev 19,18): "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este es el mandamiento principal y primero. El segundo es semejante a él: amarás a tu prójimo como a ti mismo.

El domingo pasado veíamos cómo deriva del amor a Dios el cumplimiento de nuestros deberes cívicos ("dad al César..."). Hoy nos enseña Jesús que el amor a Dios con todo nuestro ser funda y causa el amor al prójimo, pues une estos dos preceptos y los llama "semejantes". De modo que "si alguno dijere que ama a Dios pero no ama a su hermano, miente" (1 Jn 4,20); y quien diga amar al prójimo sin un motivo sobrenatural se verá limitado por la naturaleza: sólo amará a quien le resulte simpático, a quien congenie con él o le produzca algún beneficio. Pero hay más. El amor no es sólo el primer mandamiento de la Ley, sino también compendio y resumen de todos sus preceptos: "Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas" (Ev.). En efecto, Dios es amor, y crea todos los seres y los cuida por amor. El amor es, pues, el "clima" de la vida de Dios, y en consecuencia el clima en que debe desarrollarse nuestra vida, "porque en él vivimos, nos movemos y existimos" (He 17,28).

En consecuencia, todos los demás mandamientos y preceptos encuentran su sentido último en la "ley" del amor; y nuestras acciones valen en tanto que acrecienten en nosotros el amor con obras a Dios y al prójimo por Él.

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