El capitalismo convulsiona y Marx vuelve

El capitalismo convulsiona y Marx vuelve

En Cómo cambiar el mundo (Crítica), una de las obras más relevantes de las publicadas en la Argentina durante este año, el celebrado historiador Eric Hobsbawm estudia el impacto del pensamiento de Karl Marx y de Frederick Engels, y plantea que el autor del Manifiesto comunista todavía tiene mucho que decir. Por Alvaro José Aurane - para LA GACETA - Tucumán.

16 Octubre 2011
Hay una cuestión histórica. Es el fin del marxismo oficial de la ya extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. A dos décadas de su desaparición, ya ha pasado suficiente tiempo como para que Marx se haya liberado de la identificación pública con el leninismo, en la teoría, y con los regímenes leninistas, en la práctica. Y hay otra circunstancia de indudable actualidad. El mundo capitalista globalizado que surgió en la década de 1990 era, en sus aspectos cruciales, asombrosamente parecido al mundo que él anticipó en el Manifiesto comunista. Un panfleto que, casi de manera premonitoria, se dio el lujo de celebrar sus 150 años de vida en ese año de intensa agitación económica como fue 1998.
Este es tan sólo un par de motivos por los cuales, a criterio de Eric Hobsbawm, el historiador vivo más conocido del planeta, queda perfectamente esclarecido que todavía hay muchas y buenas razones para tener en cuenta lo que Marx tiene que decir acerca del mundo.
Cómo cambiar el mundo es, entonces, una utopía esencial, una pregunta quemante en esta coyuntura de mercados crujientes, y una de las publicaciones más importantes aparecidas durante este año, cuanto menos, en la Argentina. Una obra que, en 500 páginas, indaga la consigna de su título en esas mismas tres categorías.
Precisamente, una primera aclaración acerca de Cómo cambiar el mundo consiste en que se trata de una recopilación de las obras del intelectual británico que están vinculadas con el marxismo y que fueron escritas durante más de medio siglo. Concretamente, entre 1956 y 2009. El volumen es, básicamente, un estudio del desarrollo y del impacto póstumo del pensamiento de Karl Marx y del inseparable Frederick Engels.
De esta delimitación surge una segunda advertencia: no es una historia del marxismo, aunque incluye seis capítulos que Hobsbawm escribió para Storia del Marxismo, publicada en Italia entre fines de los 70 y principios de los 80. Esos capítulos, revisados, corregidos y reescritos, han sido complementados con otro (el XV) sobre la recesión marxista a partir de 1983. Una recesión que no es solamente política sino, fundamental y lamentablemente, intelectual.
En definitiva, el propio autor precisa que escribe para dos clases de lectores. Para los que simplemente están interesados en el tema y, sobre todo, para los que tienen un interés puntual en Marx, el marxismo y la interacción entre el contexto histórico y el desarrollo y la influencia de las ideas. Lo que demanda de una tercera especificación preliminar, indispensable para la lectura y el comentario de Cómo cambiar el mundo. "Lo que he tratado de proporcionar a ambos tipos de lectores -subraya él- es la idea de que el debate sobre Marx y el marxismo no puede limitarse a una polémica a favor o en contra".

Con ustedes, el marxismo
Nacido nada menos que en el año de la Revolución Rusa, Hobsbawm es un privilegiado testigo europeo del Siglo XX. Uno que, a pesar de semejante condición, considera que el marxismo sí necesita de presentaciones. "Durante los últimos 130 años ha sido el tema fundamental de la música intelectual del mundo moderno; y a través de su capacidad de movilizar fuerzas sociales, una presencia crucial, en determinados períodos decisiva, de la historia del Siglo XX".
Y así como se preocupa en definirlo, también se ocupa de llenar ese concepto de sentido. Lo hace a partir de pautar que, pasados 25 años de la muerte de Karl Marx (falleció en 1883), los partidos de la clase obrera europea fundados en su nombre, o que reconocían estar inspirados en él, tenían entre el 15% y el 47% del voto en los países con elecciones democráticas. Gran Bretaña era la única excepción. Después de 1918, muchos de ellos fueron partidos de gobierno, y siguieron siéndolo hasta el final del fascismo, aunque entonces la mayoría de esas fuerzas se apresuraron a desdeñar su inspiración original. Un dato más: todos esos movimientos existen todavía.
Pero más aún: 70 años después de Marx, una tercera parte de la raza humana vivía bajo regímenes gobernados por partidos comunistas que presumían de representar sus ideas y de hacer realidad sus aspiraciones. "Bastante más de un 20% aún siguen en el poder, a pesar de que sus partidos en el Gobierno, con algunas pocas excepciones, han cambiado drásticamente sus políticas. Resumiendo: si algún pensador dejó una importante e indelegable huella en el siglo XX, ese fue él", argumenta.
Claro que el pensador inglés no sólo reconoce sino que patentiza que la era de los regímenes comunistas, y de los partidos comunistas de masas, tocó su fin con la caída de la URSS; y que allí donde aún sobreviven -como en China y la India-, en la práctica han abandonado el viejo proyecto del marxismo leninismo. "Cuando esto ocurrió, Marx volvió a encontrarse en tierra de nadie -admite-. Sin embargo, hoy en día es, otra vez y más que nunca, un pensador para el siglo XXI". ¿Por qué?

Regresó y fue internet
Marx, si no es pasión de multitudes, cuanto menos es objeto de millones de páginas web. Y en el Reino Unido, plantea Hobsbawm, si se realiza una búsqueda en Google con su nombre, el resultado (en ese ránking virtual) lo coloca apenas por debajo de Charles Darwin y de Albert Einstein, y muy por encima de Adam Smith y de Sigmund Freud.
Tamaña vigencia se debe, según el autor, a que Marx tiene mucho que decir a aquellos que quieren que el mundo sea una sociedad diferente y mejor de la que tenemos hoy en día. "En octubre de 2008 -rememora-, cuando el Financial Times londinense publicó el titular Capitalismo en convulsión, ya no podía haber ninguna duda de que había vuelto a la escena pública".

Paradójicamente, esta vez fueron los capitalistas, y no los socialistas, quienes redescubrieron al autor de El capital. "Los socialistas estaban demasiado desalentados", los chicanea con flemático humor del Reino Unido.
Pero el Marx del siglo XXI será muy distinto del Marx de la centuria pasada. Sustancialmente, "porque lo que la gente pensaba de Marx en el siglo pasado estaba dominado por tres hechos. La división de países entre los que tenían en su agenda la revolución y los que no. El segundo se desprende del primero: la herencia de Marx se bifurcó naturalmente en herencia socialdemócrata y reformista, y en una herencia revolucionaria, dominada abrumadoramente por la Revolución Rusa". El tercero es el derrumbe del capitalismo decimonónico y de la sociedad burguesa del siglo XIX, en lo que Hobsbawm denomina "la era de la catástrofe". La crisis capitalista que va de 1914 hasta finales de la década del 40 hizo que muchos dudasen de que el capitalismo pudiera recuperarse. De hecho, cuando se recompuso, no lo hizo con su antigua forma.
"Estos acontecimientos y sus implicancias en la teoría pertenecen al período posterior a la muerte de Marx y de Engels, más allá del alcance de la experiencia y de las valoraciones de Marx. Así pues, la afirmación de que el socialismo era superior al capitalismo como modo de asegurar el rápido desarrollo de las fuerzas de producción no pudo haber sido pronunciada por Marx. Pertenece a la era en que la crisis capitalista de entreguerras y a la URSS de los planes quinquenales".

Todavía vigente
Hobsbawm reivindica a Marx como historiador y analista, y como padre fundador (con Émile Durkheim y Max Weber) del pensamiento moderno sobre la sociedad. Pero sobre todo como pensador económico. "Lo que nunca perdió importancia contemporánea es la visión de Marx del capitalismo como modalidad históricamente temporal de la economía humana y su análisis del modus operandi, siempre en expansión y concentración, generando crisis y autotransformándose".
Es perfectamente obvio para el historiador marxista que mucho de lo que escribió el autor de Teorías sobre la plusvalía está obsoleto, hasta el punto de que parte de ello no es -o ya no es- aceptable. Y es evidente que sus obras no forman un corpus acabado. Y que nadie va ya a convertirlo en dogma, o en ortodoxia institucionalmente apuntalada.
Sin embargo, con idéntica certeza, advierte que hay una serie de características esenciales del análisis del autor de El 18 Brumario de Luis Bonaparte que siguen siendo válidas y relevantes.
La primera es el análisis de la irresistible dinámica global del desarrollo económico capitalista y su capacidad de destruir todo lo anterior, incluyendo aquellos aspectos de la herencia del pasado humano de los que se benefició el capitalismo, como las estructuras familiares.
La segunda es el análisis del mecanismo de crecimiento capitalista mediante la generación de contradicciones internas: crecimiento abocado a la crisis y al cambio, todos produciendo concentración de riqueza en una economía cada vez más globalizada.
La tercera característica es puesta en palabras del premio Nobel de Economía John Hicks. "La mayoría de aquellos que desean establecer un curso general de la historia utilizarían las categorías marxistas o una versión modificada de ellas, puesto que hay pocas versiones alternativas disponibles".

Va en serio

Lo meritorio de Cómo cambiar el mundo es que, se compartan sus ideas o no, propone un debate ilustrado y en serio sobre el pensamiento y la influencia de las obras de Marx y de Engels. Y eso va mucho más allá de las 39 páginas de notas bibliográficas que completan el tomo.
En Marx, Engels y el socialismo premarxiano se puntualiza que ambos pensadores "llegaron relativamente tarde al comunismo". Y se plantea, documentadamente, cuánto sabían ellos dos de los movimientos socialistas y comunistas de Francia, Gran Bretaña y EE.UU. que los precedieron. Y cuánto les deben.
Marx, Engels y la política refiere a las ideas y opiniones de ambos sobre el Estado y sus instituciones; y acerca del aspecto político de la transición del capitalismo al socialismo: la lucha de clases, la revolución, el modo de organización, la táctica y la estrategia del movimiento socialista.
Sobre el Manifiesto comunista es un claro ejemplo de la rigurosidad con la que Hobsbawm aborda la discusión. En ese capítulo da cuenta de que, aunque antes de la Revolución Rusa se habían publicado varios cientos de ediciones en 30 lenguas (incluyendo tres en japonés y una en chino), la principal área de influencia del panfleto fue el cinturón central de Europa. Y detalla que hubo 70 ediciones en lengua rusa más otras 35 en las lenguas del imperio zarista: 11 en polaco, siete en yiddish, seis en finlandés, cinco en ucraniano, cuatro en georgiano y dos en armenio. Hubo 55 en alemán. Y, para el imperio Habsburgo, nueve en húngaro, ocho en checo, tres en croata, una en eslovaco y otra en esloveno. 34 en inglés, 26 en francés, y 11 en italiano. En el suroeste de Europa, en cambio, el impacto fue menor. Sólo 7 ediciones en búlgaro, cuatro en serbio, cuatro en rumano y una en ladino. Para el norte de Europa, seis ediciones en danés, cinco en sueco y dos en noruego.
Descubriendo los Grundrisse rescata un conjunto de escritos maduros de Marx que, a los efectos prácticos, fueron totalmente desconocidos para los marxistas hasta medio siglo después de la muerte de él. Antes, cuestiona severamente al francés Louis Althusser y al italiano Antonio Negri. Los acusa de promover debates sobre el marxismo "con una formación francamente insuficiente en lo relativo a la literatura marxiana".
En Marx y las formaciones precapitalistas se ocupará de las ideas de Marx y de Engels sobre la periodización y evolución históricas. Y esto es sólo medio libro, que lleva por nombre Marx y Engels. Le sigue Marxismo.

Aquí, allá y en todas partes

Aunque parados en veredas irreconciliables, quienes protagonizan las discusiones a favor y en contra del marxismo tienen un asunto en común (la falta de originalidad) y comparten dos razones. Una, que es buscada, consiste en instalar las ideas en las masas. La otra es inevitable: la ignorancia. La palabra escrita, mal que pese a los que escriben, no sobrevive, advierte Hobsbawm en El dr. Marx y los críticos victorianos. Y muchos nada saben del contenido del marxismo, ya sea para rescatarlo o para denostarlo.
En La influencia del marxismo 1880-1914, se establece una suerte de periodización de esa incidencia. El surgimiento de los partidos obreros y socialistas (1880), la expansión del capitalismo global (mediados de 1890) y la Revolución Rusa. Pero se trasciende la escena económica y política (y lo hace largamente) para reparar en la influencia sobre la sociología y el arte.
Hay un merecido capítulo dedicado a rescatar la figura de Antonio Gramsci. Y al final, en Marx y el trabajo: el largo siglo, puede leerse un oportuno ensayo sobre el movimiento organizado de la clase obrera.

Lemas e interpretaciones
"Hasta qué punto habría aprobado el propio Marx lo que se ha llevado a cabo en su nombre, y qué habría pensado de las doctrinas a menudo transformadas en el equivalente laico de las teologías, oficialmente aceptadas como verdad inmutable, es un tema que puede suscitar interesantes especulaciones, aunque no académicas", distingue agudamente Hobsbawm en La influencia del marxismo 1945-1983.
Como complemento, deja una sentencia sin medias tintas. Sostiene que ningún pensador como el autor de La miseria de la filosofía ha igualado jamás con más éxito el lema que el propio Marx escribió en Tesis sobre Feuerbach. "Hasta ahora los filósofos sólo han interpretado el mundo: la cuestión es cambiarlo". © LA GACETA

Alvaro José Aurane - Licenciado en Comunicación Social, prosecretario de Redacción y columnista político de LA GACETA, profesor de Historia Contemporánea en la Unsta.

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