Esta es una democracia acarreada

Esta es una democracia acarreada

No hubo un solo taxi disponible porque todos estuvieron contratados por los más de 18.100 candidatos.

LLEVADORES. Las calles se encuentran saturadas de taxis, de autos particulares, de combis y hasta de camionetas de doble tracción afectadas al traslado de votantes. LA GACETA/FOTO DE EZEQUIEL LAZARTE LLEVADORES. Las calles se encuentran saturadas de taxis, de autos particulares, de combis y hasta de camionetas de doble tracción afectadas al traslado de votantes. LA GACETA/FOTO DE EZEQUIEL LAZARTE
“Mire, la verdad, no puedo darle ni siquiera una espera de 20 minutos”, dice amablemente la operadora del principal servicio de radiotaxis de San Miguel de Tucumán. Para hablar con ella hubo que discar el número 13 veces, cruzar los dedos y ser bendecido por alguna deidad telefónica que hizo que, a diferencia de la docena de intentos anteriores, esta vez no diera ocupado. “Ni demora de 30 minutos tampoco”, advierte, casi disculpándose. “Es que no tengo ni un solo auto disponible en la ciudad. Si quiere, lo dejo registrado. Capaz que en una hora...”.

En la soleada mañana electoral de Tucumán no hay un solo auto disponible porque todos están contratados por los más de 18.100 candidatos de todo el territorio para transportar electores a votar. En muchos casos, bolsón como prebenda de por medio. El subtrópico suma entonces otro calificativo para su sistema de Gobierno: la de hoy es una democracia acarreada. Llevada y traida por un aparato clientelar aceitado. Tanto que hasta el aceite ha comenzado a escasear en las góndolas, porque fue masivamente bolsoneado.

Voto en la Escuela Nuestra Señora de Fátima, al 1.700 de la calle Muñecas. A las 9, sufragar no lleva mucho tiempo. Lo que demora es llegar hasta el establecimiento, no sólo porque el tránsito está cortado con vallas en las bocacalles (lo cual es comprensible y hasta correcto), sino porque las calles por las que sí hay tránsito se encuentran saturadas de taxis, de autos particulares, de combis y hasta de camionetas de doble tracción afectadas al traslado de votantes. Se las reconoce porque todas llevan carteles adheridos al parabrisas o a la luneta (algunos, impresos por computadora; otros, escritos a mano alzada) con toda clase de nomenclaturas. Unos llevan nombres y apellidos, como “Cacho Cano” y “Morof”. Otros portan sobrenombres, como “Guille”: hay hasta un Ford K, diminuto y de dos puertas, al servicio de ese candidato. Y abundan los encriptados: “YB”, “TOLE 2”, “DQ”, “KABUBY”, “RGN”, “Chichi”, “UDT”, “K - K”, “F M”...

Pero en medio de tanto festival prebendario, la ciudadanía igual se abre paso. Cuando estoy abandonando el establecimiento, veo a un presidente de mesa que se pone de pie y convoca a los fiscales. “Vamos abajo”, les dice, tomando la urna. Abajo hay un elector enfermo que no puede subir las escaleras de Fátima pero que igual concurrió a votar: le facilitarán el trámite, tal como los consigna el Código Electoral Nacional, haciendo que sufrague desde el auto en el que llegó. “Es un lío”, rezonga uno de los controladores de la votación. “Dale -le dice la autoridad de mesa-. Este señor no viene por un bolsón”. LA GACETA ©

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