Una elección que sólo servirá para orejear los naipes

Una elección que sólo servirá para orejear los naipes

Este turno será un simple calentamiento precompetitivo; la salida a la cancha será el 23 de octubre. El precio político a pagar.

Todos dicen que la cifra mágica es 40. Para el Gobierno y para la oposición la obsesión de las elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) es ese valor porcentual que, en esta oportunidad, tendrá un singular impacto sicológico. Ya se sabe que este turno electoral será un simple calentamiento precompetitivo y que la salida a la cancha tendrá lugar el 23 de octubre. Tanto es así que nadie ganará o perderá hoy, sino que habrá alguno que saldrá primero y los otros vendrán por detrás.
Por supuesto que este encolumnamiento no será inocuo en términos políticos y saber si el oficialismo pasa o no pasa ese número crucial parece ser por estas horas el tema básico que seguramente subirá o bajará el voltaje de las declaraciones posteriores de los participantes, ya sea a favor del triunfalismo de los unos o las esperanzas de los otros.
Por más que los políticos se desvivan desde el lunes  por hablar de los porcentajes y diferencias favorables, no debería prestársele demasiada atención a todos los fuegos artificiales que surgirán después de la elección, ya que durante 10 semanas, de aquí hasta la hora del verdadero primer partido, seguirá corriendo agua debajo de los puentes y, en ese sentido, las cosas que sucedan en la Argentina y en el mundo podrían torcer perfectamente la decisión actual de los ciudadanos.
Pese a este reparo de fondo que atiende al respeto por la volatilidad del humor social, 40 % es la clave porque si Cristina Fernández se ubica bien arriba de ese escalón y consigue más de diez puntos de diferencia con el segundo, tendrá muchas chances de evitar el balotaje y de terminar con todo en octubre. Lo mismo si pasa la cota de 45 %, ya que quedaría la posibilidad nítida de conseguir la reelección directa. Como 38 % no es lo mismo que 42 %, en la ocasión los opositores sólo desean bajarle el copete al Gobierno y restarle sicológicamente sentido de cosa cocinada al resultado que obtenga la Presidenta, para ponerla contra las cuerdas y hacerle sentir que en una segunda vuelta le costaría ganar.
Las PASO han sido definidas de muchas maneras: una encuesta de lujo, un censo electoral, la búsqueda de la pole position, una semifinal, un simulacro, un entrenamiento y hasta se las ha calificado de "falsa moneda", porque han quedado notoriamente desvirtuadas. Su primer objetivo, el de seleccionar candidatos hacia adentro de los partidos, en el caso del rubro presidencial resultó impiadosamente vulnerado por el dedo mágico de las mismas fuerzas políticas, ya que todas sin excepción eligieron a los protagonistas entre cúpulas, con los afiliados mirando desde afuera. Sólo ha quedado en pie la necesidad de cruzar el umbral del piso mínimo, 1,5 % de los votos válidos, que podría dejar en el camino a dos o tres postulantes.
Por lo tanto, en la categoría más codiciada no habrá competencia vertical dentro de las fuerzas políticas, sino más bien una interna horizontal entre diversas corrientes del PJ (CFK, Eduardo Duhalde y Alberto Rodríguez Saá) y otras de centro-izquierda (Ricardo Alfonsín, Hermes Binner, Elisa Carrió y Alcira Argumedo), en este caso con más afinidades ideológicas entre ellos que las que tienen las vertientes peronistas que, más o menos conservadoras y populistas, van de la izquierda hacia la derecha.
Mirando hacia octubre, lo notable del experimento es que parece más difícil que, más allá de las tirrias personales, luego de las primarias haya fusiones dentro de cada espacio, mientras que las alianzas explícitas sí podrían darse de un lado hacia el otro. Entre todos, el único decidido a cruzarse de vereda es Duhalde, quien por eso ensaya acercamientos con Alfonsín, munido del plan que el radical Rodolfo Terragno imaginó para lograr consenso en diversas políticas de Estado.
Igualmente, es obvio que todas las alquimias que puedan idear los candidatos opositores para converger en alguna futura alianza de gobierno deberá ser convalidada por los votantes. De allí, que muchos piensen que estas PASO serán un decantador para aquellos ciudadanos que apuntarán en octubre al llamado "voto útil", eligiendo directamente al segundo mejor posicionado ahora, sin necesitar que los políticos les digan por quién sufragar. Entre los votantes, hay también quienes creen que los ideales no deberían negociarse y que por eso no van a atender sugerencias  en cualquier otro sentido. Un manual de independencia que la democracia reserva al cuarto oscuro. Después, entre los vericuetos de lo que sucederá en ese ámbito íntimo en estas primarias, hay cuestiones que se esconden en lo que va a determinar a última hora la ola de adhesión ciudadana y otras que por ahora tienen visos de sospecha, ya que por otra parte parecen difíciles de llevar a cabo. Si en 1958, la resistencia peronista se pasaba oralmente el santo y seña que Juan Perón desde Madrid había ordenado votar por Arturo Frondizi y ganó Frondizi, en estos tiempos de celulares y redes sociales todo parece posible.
Más allá de que los encuestadores han callado por sus papelones anteriores, aunque se cubren diciendo que puede haber aún muchos indecisos capaces de torcer la elección (20 %), una de las cuestiones con las que se especula es que aparezca algún corte de boleta importante que pueda alterar los resultados de algunos distritos clave, como la provincia de Buenos Aires, algo que santafesinos y cordobeses resolvieron mejor con una cruz puesta en casilleros diferentes. Si bien el sistema utilizado en esos lugares no elimina las listas-sábana, cortar boletas exige salvar algunos inconvenientes culturales, educativos y prácticos. En primer término, porque no existe tradición de armado de un combo de selección propio, hasta inclusive por el temor a seccionar mal la boleta, romperla y anular sin querer el voto y en lo educativo, porque no todos comprenden el sistema de elección por categorías y no se hace tampoco demasiado por difundirlo.
Por último, motivo por el cual el escrutinio será lento, habrá distritos, como el bonaerense, que tendrán decenas de posibilidades de combinación en boletas de seis cuerpos, con ocho o nueve en ciudades que elijan intendentes, concejos deliberantes y/o consejeros escolares, sumadas a boletas de fuerzas provinciales o municipales más cortas, que no van colgadas de ningún referente nacional. Sin una mesa apropiada y con el tiempo acotado es difícil que entre tal infierno de papeletas el votante pueda expresar su elección con libertad. Así, el voto cruzado puede ser determinante.
Precisamente, en este territorio, que concentra 37% del padrón nacional, es donde se juega la especulación central de la elección. Tiene que ver precisamente con el corte de boletas y saber si Daniel Scioli, que competirá en la interna del FPV con el intendente de José C. Paz, Mario Ishii, va a sacar o no más votos que la presidenta de la Nación.    
Hay quienes dicen que podría haber una diferencia de hasta 10 puntos a favor del gobernador, ya que se estima que para castigar a la Casa Rosada por sus ninguneos al peronismo tradicional que encarnan los llamados barones del Conurbano, los punteros están entregando boletas del Frente para la Victoria sin la parte que corresponde a Cristina, sustituida por la de la Unión Popular que lleva la imagen de Duhalde.
En su manejo territorial, muchos de ellos podrán decidir luego si saltan el cerco o si le ponen precio político a una actitud diferente para octubre, cuando el kirchnerismo sea el que deba transar.
En los entrecruzamientos todo no termina allí, ya que en la Udeso de Alfonsín, con Francisco de Narváez como candidato a gobernador, habrá que dirimir internamente intendentes en muchos distritos. Pero como el competidor del candidato provincial es el actual gobernador, de Narváez impulsa entre sus intendentes afines el corte en el segundo cuerpo de la boleta, aún admitiendo que algunos jueguen a una dupla de él con Duhalde o con la mismísima CFK, algo que hasta pareció bendecir la Casa Rosada, temerosa del despegue de Scioli, por lo cuál el resultado bonaerense es un galimatías que nadie se atreve a predecir.
Tantos son los reparos que el kirchnerismo tiene con el gobernador que los búnkeres de espera de resultados han sido armados a 60 km de distancia, el de Scioli en La Plata y el de la Presidenta en un hotel porteño. Sin embargo, un ninguneo más parece no hacerle mella al bonaerense, quien pese a que su compañero de fórmula, el ultra "K" Gabriel Mariotto en el cierre de campaña proclamó a los cuatro vientos que "si sos peronista sos kirchnerista", siguió haciendo profesión de fe de su encolumnamiento con la Rosada, aunque en los días previos haya hecho gestos de sintonía con el peronismo más tradicional.
Otro elemento de duda es la cantidad de gente que irá a votar y en este punto no será menor la incidencia de los aparatos. Si la cantidad cae del 73 % histórico a diez puntos menos, por ejemplo, y como los porcentajes se toman sobre los votos emitidos, podría pensarse que proporcionalmente todos quedarán afectados por igual. Sin embargo, los expertos señalan que los grupos más ideologizados y quienes disponen de formas de ir a buscar a los votantes a sus casas para encauzarles el voto van a estar por encima de la media, por lo cual los más afectados serán todos los demás.
Por eso, Duhalde, jugador de ajedrez que conoce estas trapisondas, le ha buscado sacar dramatismo a los resultados relativos y ha dicho, en números absolutos, que "si Cristina saca 10 millones de votos será imbatible en octubre", aunque se ha cuidado de aclarar que matemáticamente cuánto menos gente vote más difícil le será alcanzar el número.

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