El buen vaticinio de la Madre Tierra

El buen vaticinio de la Madre Tierra

Como todos los años, el ritual ancestral en honor a la Pachamama alborotó a la tranquila Amaicha

DESVELADOS. Tras pasar la noche en vela, los amaicheños hacen el ritual. DESVELADOS. Tras pasar la noche en vela, los amaicheños hacen el ritual.
¡Ahí es, mirá el humo! Los caminantes llegaban orientados por las indicaciones de pueblo (una curvita más adelante, agarre para la izquierda), por las ganas de ver de qué se trataba y por el olor a romero y ruda que viajaba por el camino de tierra y piedras. Ahí era, donde la cola llegaba hasta la puerta y nunca terminaba de crecer. Era la medianoche en el centro cultural de Los Zazos, en Amaicha. Eran los primeros minutos de agosto, el mes más pestiento que trae el almanaque, según las creencias ancestrales y el día para venerar a la Pachamama por todo lo que nos dio y lo que nos está por dar.

La cosa ya había empezado antes: desde la tarde del domingo Amaicha empezó a amichar amigos habidos y por haber, esta vez no en la plaza que luchaba contra un sol esquivo y un viento que no aflojaba, sino en los bares, que nunca vieron su capacidad tan colmada. Ahí empezaron los rumores de dónde serían las celebraciones, los rituales para rendir culto a la Madre Tierra y dónde se aguantaría en vela la llegada del sol en la velada de la olla. "Agosto es el mes más pestiento, y se dice que los males nos agarran cuando estamos dormidos y duermen con nosotros; por eso es que en la madrugada del primero de agosto no hay que dormirse y por eso es que la pasamos en vela", introduce Víctor Arjona luego de haber sahumado cientos de personas al pie de unas brasas bien encendidas. "En el fueguito se echa romero y ruda, que son los yuyos que se usan contra todo mal y a la persona la limpiamos con ramitas de lo mismo para que empiece el mes protegido", agrega.

El ritual

Los amaicheños, tucumanos, cordobeses, porteños, franceses y demás forasteros no sabían muy bien los detalles del ritual, pero se entregaban igual. Llegaban al pie de los carbones, cerraban los ojos, abrían los brazos y hacían esa cara de cuando se pide tres deseos antes de soplar las velitas. Víctor y su compañera decían las palabras mágicas y los despachaban. Ellos se quedaban un poco más tranquilos.

Desde temprano circulaba el yerbiao en un porongo tamaño comunitario. Otra vez romero y ruda, pero esta vez con arcayuyo, yerba mate, aguardiente y agua caliente. Nadie le hacía asco cuando le llegaba entre chamameses, chacareras, carnavalitos y huaynos.

"Que circule ese yerbiao", se escuchaba con tono de sapucay cuando alguno se quedaba enamorado. La ronda de afuera del centro cultural era cada vez más grande. El cielo empezaba a despejarse y le ponía la firma a la helada que por supuesto llegó sin contemplaciones. Nadie quería escaparse del fuego, de la ronda de vino patero y otras yerbas compartidas. Pasaban las horas pero nadie miraba el reloj. De vez en cuando, en vez del fuego, el calor se buscaba en el amontonamiento de la fiesta popular bajo el tinglado.

¿Qué dice la piedra?

Algunos no aguantaban y empezaban a tomar otros rumbos: a lo de los Balderrama, a lo de los Andrade o a descubrir una nueva reunión menos conocida, porque el Día de la Pachamama se celebra por todos los rincones. Otros eligieron quedarse hasta que el "tata Inti" apareciera de atrás del cerro. Víctor ya tenía el pico apoyado al lado de la apacheta para destapar el pozo, predecir el futuro de las cosechas, y darle de comer a su "Mama Pacha", "la misma que nos alimenta, nos viste y nos cura". "Este va a ser un año de buenas lluvias y de buenas cosechas, como el anterior, en el que la Pachamama no nos hizo faltar nada", dijo Víctor. Y los 30 desvelados a yerbiao respiraron en paz. Pocos eran de Amaicha, pero el buen vaticinio los dejaba tranquilos.

Las ofrendas

El sol apareció con más fuerza que nunca en un cielo en el que no cabía una nube, el segundo buen presagio. Los hijos de la Pachamama lo saludaron con un aplauso después de bajar las palmas que apuntaban y continuó el ritual: tres vueltas alrededor del pozo, de la boca abierta de la Madre Tierra que esperaba las ofrendas y los ruegos del mediodía.

La caminata empezó de nuevo pero esta vez viendo el camino. Algunos lograron sumarse en los pocos autos que habían quedado, pero otros recorrieron los dos kilómetros hasta la plaza a pie. A dormir, o a seguir de guitarra hasta que los rayos del sol apuntaran a esas bocas abiertas en las entrañas de la tierra y tapadas con un poncho para que la Pacha no vaya a tragarse a un distraído. El humo volvió a levantarse cerca de las 11, pero esta vez con olor a locro, nuevamente compartido. Cada uno llevó lo que pudo a la casa de los Andrade: un vino, un pedazo de zapallo, un bombo o una sonrisa a flor de piel.

Pero antes de almorzar los hijos, dieron de comer a la madre. Le agradecieron por el año de buenas cosechas y le ofrecieron maíz, aguardiente, vino, cigarrillos, coca, locro, humita y todo lo que estuviera al alcance. La alegría y las esperanzas se volcaron en esa boca y más tarde fueron bailadas en el patio hecho de Madre Tierra.

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