El rey de la belle époque en París

El rey de la belle époque en París

Durante varios años, Boni de Castellane se dedicó a gastar gloriosamente los millones de su esposa norteamericana, entre fiestas, duelos y amoríos. Después, enfrentó sin alterarse la etapa de las contrariedades.

BONI DE CASTELLANE. Un árbitro de la elegancia de su tiempo LA GACETA / IMAGENES DE ARCHIVO BONI DE CASTELLANE. Un árbitro de la elegancia de su tiempo LA GACETA / IMAGENES DE ARCHIVO
El marqués Boniface de Castellane -conocido en toda Europa como "Boni"- fue una de las figuras más singulares de la belle époque en París. Apuesto y seductor, dotado de suprema elegancia en sus modales y en su vestimenta, con una fantástica capacidad para gastar dinero, este personaje atrajo la atención constante del periodismo de fines del siglo XIX y las primeras décadas del XX.

Se escribieron centenares de artículos sobre sus andanzas, lo retrataron los más famosos pintores y caricaturistas, y Marcel Proust lo usó como modelo para su Robert de Saint-Loup de En busca del tiempo perdido.

El "descubrimiento de América"

Boni nació en 1867 en una familia de la antigua nobleza, que contaba entre sus antepasados a Talleyrand. Estudió en varios colegios, incluido el de los jesuitas, cumplió su servicio militar y luego se dedicó a la buena vida. Tenía gran cultura de lector y de observador, servida por un gusto de exquisito refinamiento. Desarrolló también una carrera política que lo llevó por tres veces a la Cámara de Diputados, entre 1898 y 1910.

En 1895 resolvió casarse con una millonaria norteamericana, Anna Gould. Era hija del rey de los ferrocarriles, Jay Gould, quien al morir había dejado una fortuna de 70 millones de dólares de aquel tiempo. Eso fue, recordaría irónicamente, su "descubrimiento de América". La boda se formalizó en el palacete Gould de la Quinta Avenida de Nueva York, y luego pasaron días en la casa de campo de Terrytown. Cuando caminaban por el parque, Boni activó sin querer el robinete de una fuente y el chorro lo empapó. "Mi vida conyugal empezó con una ducha fría", diría después. El matrimonio tuvo tres hijos, Boniface, Georges y Jason, nacidos entre 1897 y 1902.

Palacio, yate, fiestas

Ni bien casado, Boni se dedicó con entusiasmo a hacer lucir la fortuna de su cónyuge. En la avenida Malakoff de París construyó el impresionante "Palais Rose", una "imitación libre del Grand Trianon del siglo XVI". Su escalera era la más suntuosa de la capital francesa. Cubrió las paredes con cuadros de Rembrandt, de Van Dyck, de Gainsborough, suntuosos tapices y lo amobló con las piezas más finas que pudo encontrar. Ofrecía comidas de gran gala, donde 200 invitados se sentaban a la mesa, asistidos por una muchedumbre de criados de librea y peluca.

En el Bois de Boulogne armó fiestas feéricas al estilo Luis XVI, que incluían representaciones teatrales y juegos de agua. Adoraba los bailes de disfraz. Compró un yate, el Valhalla, de 1.490 toneladas y 75 metros de longitud, que cargaba de invitados para realizar cruceros. Edificó también, para donarlo a las entidades benéficas, un nuevo "Hotel de la Caridad" -en reemplazo del que se había incendiado en 1897- de 1.000 metros cuadrados cubiertos. Joyas, caballos de carrera, soberbios carruajes, todo salía de las rentas de la rica esposa.

Duelos e infidelidades

La fidelidad conyugal no era una característica de Boni. Tuvo varias amantes notorias, entre otras la actriz Cécile Sorel, por cuya causa hirió en duelo a Paul Deroulède. Fue uno de sus varios lances a pistola o a sable, de todos los cuales salió victorioso. Al director de Le Figaro, Armand de Rodays, le encajó una bala en el muslo derecho; acertó una estocada en el tórax del conde Xavier Orlowski, y con otra atravesó el brazo del periodista Henri Turot.

Castellane embrujaba a los periodistas. Su encanto salía de sus gestos mesurados, su desenvoltura, su capacidad para tocar temas serios con tono ligero, y su ironía controlada por la urbanidad y la cortesía.

A pesar de los esfuerzos que hizo, nunca Boni pudo lograr que Anna se incorporase realmente al gran mundo de París. Era timorata, desconfiada, puritana, incapaz de la conversación grácil y fundamentalmente insegura. Pero, tras 10 años de matrimonio, Anna llegó a una conclusión firme. No seguiría financiando la gran vida de Boni, ni tolerando sus deslices -a veces nada discretos- con beldades como lady Madeline Austin Lee, o la vizcondesa de Jantzé, o Antoinette de Rafélis (se rumoreaba que era padre de su hija Marie-Zélie) y un largo etcétera.

El "nuevo pobre"

A comienzos de 1906, sin aviso previo, Anna cerró a Boni las puertas del palacio y le inició juicio de divorcio, por infiel y derrochador. Ganó el litigio en toda la línea: se quedó con el Palais Rose, con la custodia de los hijos, y Boni no recibió un centavo de pensión. No sólo eso. Se vengó con una injuria al casarse de nuevo, en 1908, con un primo de Boni, el príncipe de Sagan. La furia de su ex marido por esta boda estalló en un encuentro, en la calle. Castellane escupió en la cara a Sagan y se enredaron a bastonazos y trompadas, para delicia de los periodistas. Sagan lo denunció por lesiones.

Convertido en "nuevo pobre" y cargado de deudas, Boni sorprendió a los parisienses al no perder su elegancia ni su alegría. Siguió asistiendo, impecable, a todas las reuniones del gran mundo. Gracias a su madre, pudo alquilar sucesivas casas: no eran el Palais Rose, pero se las arregló para decorarlas con su famoso buen gusto. Empezó a ganarse la vida como columnista de periódico y -gracias a su ojo expertísimo- como asesor de marchands y de compradores de antigüedades. Tuvo la satisfacción de que su hijo Georges fuera héroe de la Primera Guerra, y que después se casara en Buenos Aires con una millonaria, Florinda Fernández Anchorena. En cuanto a Anna, lo odió y lo denigró hasta su muerte.

Un último espectáculo

Pasaron los años y la salud comenzó a traicionarlo. Una encefalitis letárgica destrozó metódicamente el airoso físico del marqués, en un proceso que lo tuvo postrado y entristecido. Boni de Castellane murió en París el 14 de enero de 1934. Sus funerales, en la iglesia de Saint Philippe-du-Roule, constituyeron un último y grandioso espectáculo. En torno al catafalco, adornado por inmensos paños de terciopelo que llevaban bordado el blasón de los Castellane, se alinearon más de dos mil personas, encabezadas por representantes de familias reales, grandes duques rusos, condes, marqueses y embajadores.

En cuanto al Palais Rose, durante la ocupación nazi sirvió como cuartel del comandante alemán de París, y luego alojó reuniones diplomáticas del más alto rango. Finalmente, los herederos de Anna (quien murió en 1961) lo vendieron. Fue demolido en 1969, a pesar de las protestas de la municipalidad de París y de las sociedades culturales.

En su deliciosa biografía, a la que debemos datos y fotografías, Eric Mension-Rigau piensa que Boni de Castellane encarnó "un fenómeno mediático asombroso, que fascinó a sus contemporáneos tanto por su sentido estético y por su propensión al derroche, como por la despreocupación con que vio sobrevenir la época de las pruebas".

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