El gran ausente en el discurso oficial

El gran ausente en el discurso oficial

Ni Alperovich ni Cristina Fernández citaron la segunda declaración de la independencia que firmó Perón en 1947 en la Casa Histórica. Un acto hecho a la medida de la Presidenta que pretende la reelección en octubre.

Nació por una decisión política. Carlos Menem necesitaba ganar las elecciones de 1991 en Tucumán, y con el interventor federal Julio César Araóz diseñaron un plan dirigido a impedir el triunfo del entonces general Antonio Domingo Bussi (hoy degradado por el Ministerio de Defensa, al haber sido declarado culpable del asesinato del ex senador peronista Guillermo Vargas Aignasse).

En ese contexto, ensambló la declaración de San Miguel de Tucumán como capital de la República, cada aniversario del 9 de julio. Fue una sentida reivindicación del papel histórico que cumplió Tucumán en ese decisivo año 1816. Ese reconocimiento tardío trascendió el tiempo de Menem y ganó identidad propia, aunque los avatares de la política tendieron a oscurecerla en otros momentos.

En 1991, Menem estrenaba la convertibilidad para frenar la inflación que se desbocaba y requería del apoyo de figuras nuevas que se adaptaran a su propuesta y le cambiaran la cara al PJ.

Los dos más notorios de esa camada, fueron Carlos Reutemann y Ramón Bautista Ortega, quienes ingresaron a la política en Santa Fe y Tucumán. Los candidatos del riojano vencieron en sus duelos provinciales. Menem ganó en tranquilidad política y social para estabilizar su economía social de mercado, en la mitad de su primer período presidencial.

Más intensidad
Veinte años después, el acto del 9 de julio se tiñó de una potente tonalidad política. Más intensa, quizas, que la de 1991. Cristina Fernández movió a todo su gabinete hasta esta ciudad y congregó a algunos de los gobernadores K. Aun los que tienen aspiraciones presidenciales para 2015, como el salteño Juan Manuel Urtubey y el sanjuanino José Luis Gioja, no desairaron a la jefa de Estado. Es la admisión de que sus destinos están ligados a la fortuna de la experiencia cristinista.

El peronismo cordobés que alardea de mayor autonomía no se hizo presente. José Manuel de la Sota construye desde un lugar distinto, también con la mirada puesta en el relevo presidencial en 2015. Desafía, pero no rompe con la Casa Rosada, Es un delicado ejercicio de acrobacia, que será sometido al monitoreo del electorado cordobés el 7 de agosto. Ese distrito es hostil a la Casa Rosada.

Terreno controlado
El anfitrión no ahorró esfuerzo ni plata para mantener controlado el territorio. José Alperovich evitó que los autoconvocados de la salud perturbaran la visita presidencial. El costo político de los medios empleados para esterilizar la protesta de aquellos se apreciará después. El descontento se limitó a un reducido perímetro céntrico. La nación política no captó la existencia de las carpas del descontento en la plaza Independencia, debido a que la televisión pública sólo mostró lo políticamente deseable.

Con ese objetivo conseguido, el aparato alperovichista funcionó para extraer la mayor rentabilidad de la concentración. Había que rodear de un clima amistoso a la oradora central.

El foco de la atención se centró consecuentemente en Alperovich y Cristina Fernández. Hebe de Bonafini no apareció en el palco tucumano y se eliminó un factor de perturbación en la órbita oficialista,

Sin embargo, algunos carteles advertían desde la multitud que había bussistas en las listas de candidatos del oficialismo.

La contracara
Alperovich no escatimó los elogios al matrimonio presidencial por la ayuda que su gobierno recibió desde 2003. La contracara de ese concepto es la solidaridad acrítica con la Casa Rosada.

No resiste comparación en ese aspecto con el salteño Urtubey, que apeló a la Justicia para asegurar la provisión de gas a su provincia.

No se ruborizó, tampoco, por difundir datos sobre la baja del desempleo que elabora el Indec, cuya credibilidad cayó en picada desde que fue intervenido por el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno. La palabra inflación fue excluida del discurso del gobernador. De ese modo, negó el fenómeno que todos los tucumanos soportan día a día, pese a que el costo de vida no se calcula en Tucumán, por decisión de Moreno. No fastidió, entonces, a su huésped con una referencia incómoda.

Las referencias continuas que Alperovich hizo de Néstor Kirchner caldearon el ambiente y prepararon el terreno para que Cristina hiciera clic en ese juego combinado de pasado inmediato y presente que planteó en su encendido discurso electoralista. Alperovich remató con un llamado a votar por Cristina, como lo hizo en 2007. Nada nuevo bajo el sol.

¿Y 1947?
El gobernador y su jefa política dedicaron extensos párrafos a la construcción de la segunda independencia. Tenemos que ir por la segunda independencia, planteó la Presidenta. Eso significa la construcción de una autonomía que nos permita tener autodeterminación y que las decisiones de un país se tomen en el país mismo, explicó.

El núcleo duro del ataque cristinista aludió al Fondo Monetario Internacional y otros organismos financieros, que imponían condicionamientos a la política económica. De la pieza presidencial sobresale con nitidez -como en el de Alperovich- la falta de referencia a un dato significativo.

Un 9 de julio de 1947, el entonces presidente Juan Domingo Perón firmó el acta de la Declaración de la Independencia Económica en San Miguel de Tucumán. En ese documento se reafirmó la voluntad de ser económicamente libres como hace 137 años proclamaron ser políticamente independientes.

El texto olvidado en los discursos de ayer fue la base de la inclusión de la independencia económica entre las banderas clásicas del justicialismo.

La nueva etapa
La omisión acaso responda a una decisión estratégica preconcebida. La campaña electoral es la presentación en sociedad del cristinismo como fase superior del peronismo, como se ha predicado en foros oficiales del Gobierno. La misión histórica del peronismo se agotó según esa versión. El cristinismo presume de profundizar la intervención estatal en la economía. Un estilo concentrado de conducción ejercido por la Presidenta exterioriza esa voluntad de poder. Inspirándose acaso en el filósofo prusiano Hegel, dijo que se sentía instrumento de la voluntad de cambio de la sociedad. El electorado es el que tiene en definitiva la última palabra.

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