Aprendan de Mí, que soy manso y humilde de corazón

Aprendan de Mí, que soy manso y humilde de corazón

PBRO. DR. JORGE A. GANDUR

03 Julio 2011
El Profeta Zacarías describe la mansedumbre de Jesús en su entrada triunfal en Jerusalén. El Profeta escribe estas palabras con una gran anticipación a los hechos: "alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso, modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica" (cfr. Zac 2, 10ss). Dios desconcertará la aparente fortaleza humana -el poderío terreno antidivino- desbaratándolo con la humildad, con la mansedumbre: "Destruiré los carros de Efraín, los caballos de Jerusalén, romperá los arcos guerreros..." (cfr. Zac 9, 10).

Las palabras de Jesús que leemos hoy en el Evangelio nos repiten esa misma realidad divina y humana. El Señor habla con sencillez de los misterios sobrenaturales y los "sabios" no entienden nada; en cambio, los humildes saben qué quiere decir con sus parábolas: "en aquel tiempo Jesús exclamó: Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a los pequeños". Sólo la altanería humana resiste a la Revelación sobrenatural de Dios. Sólo la soberbia se cierra ante la verdad que salva.

El Señor no invita al apocamiento de ánimo -que nada tiene que ver con la humildad-, pero continuamente nos hace ver que nuestro enemigo interior es la soberbia, la pretendida autosuficiencia de las fuerzas del hombre.

Por ello permite, como trámite curativo, el cansancio y el agobio que nacen de comprobar la irrealidad de que el hombre es todopoderoso. Él mismo quiso experimentar en su condición humana la debilidad que se convierte en fortaleza imponente cuando lleva al abandono en los brazos del único Todopoderoso: "Vengan a mí los que están cansados y agobiados y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera".

Reflexionemos

Lo que agota al hombre haciendo vanos sus proyectos es la resistencia al Amor de Dios que se nos da también en la Cruz. Lo que alivia y descansa es rendir la inteligencia con la fe ante la Sabiduría infinita de Dios y rendir la voluntad con la obediencia al que es Todopoderoso.

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