Un antiguo almacén funciona como escuela, a la espera de la construcción del nuevo edificio

Un antiguo almacén funciona como escuela, a la espera de la construcción del nuevo edificio

No se considera "escuela rancho" al establecimiento, aunque hay habitaciones en las que conviven y aprenden chicos de tres grados. Con el último aporte de $7.000 realizaron importantes refacciones. Van 51 alumnos y a cada uno alimentan con $3,20.

LEVANTANDO POLVAREDA. Los chicos juegan a la pelota, mientras esperan que las pizzas salgan del horno. LA GACETA / FOTOS DE OSVALDO RIPOLL LEVANTANDO POLVAREDA. Los chicos juegan a la pelota, mientras esperan que las pizzas salgan del horno. LA GACETA / FOTOS DE OSVALDO RIPOLL
18 Mayo 2011
Cuando sonó la campana a media mañana supieron que les faltaba la mejor parte: un ratito más de clases, el almuerzo y volver a sus casas, ninguna a menos de dos kilómetros de la escuela. Como todos los días, aunque este fuera el mejor de la semana según casi todos ellos.

Desde temprano habían estado merodeando la cocina. Entre las "pilladitas" alrededor del edificio envuelto en cañaverales y la pelota que no paraba de rodar por el patio de tierra, encontraban el tiempo para enterarse de que, además de ser viernes, estaban preparando pizza, el segundo plato en la lista de preferidos.

No hay mucho en la Escuela Nº 334 de Colonia La Bonaria, en Cruz Alta: una galería que enfría las mañanas de sol, cuatro aulas donde se acomodan el jardín y los grados de primero a sexto, una cocina, un escenario de material en el fondo y un patio de tierra por el que corretea la niñez desde 1993, cuando el edificio dejó de ser almacén y cambió de rubro.

"Esta es una construcción que data de 1914. Funcionó como casa de los ?rondines?, que eran las personas que cuidaban las fincas, en este caso del ingenio Concepción. Después funcionó un almacén y más tarde fue donada por la propietaria para la escuela. Según se cuenta, a ella se la conocía como doña Bonaria, por eso el lugar quedó con ese nombre", relata el profesor Roberto Guzmán, quien estaba a cargo de la dirección cuando llegó LA GACETA.

"Los voy a atender yo porque la dire está en la ciudad con unos trámites. Ella es, al mismo tiempo, la secretaria, maestra de grado y directora de la escuela", justifica.

Esa es la historia diaria en esta escuela rural: "darse vuelta" con lo que hay mientras esperan que el Gobierno, que hace pocos días anunció con el pecho inflado la desaparición de la última escuela rancho de la provincia (era la de El Churqui), les construya un edificio con las comodidades de los que se inauguran casi a diario en el país.

De a poquito

"La nuestra no sé si puede considerarse una escuela rancho, porque muy pocas paredes todavía son de adobe y tampoco tiene techos de paja. Quizás antes lo haya sido, pero de a poquito la vamos mejorando, sobre todo con los fondos de aprestamiento que nos dan a principio de año", cuenta más tarde, desde su casa, María Eugenia Serrat, la directora.

Alrededor de $7.000 recibieron la última vez para dejar a punto la escuela antes del comienzo de clases. "Con esa plata fuimos arreglando techos, cambiamos la instalación eléctrica y este año le pusimos piso a un aula que no tenía. La semana pasada organizamos un bingo familiar para ponerle piso a la galería porque el alisado está muy feo. Nos vamos dando vuelta hasta que nos hagan el nuevo edificio. El proyecto está listo hace años, pero se fue demorando y se extravió, pero ahora parece que lo van a hacer", desea el profe Guzmán.

El olor a comida que sale de ese horno a gas no deja tranquilo a nadie. Los chicos no ven las horas de que Ramona Jerez termine de cocinar las pizzas y que las ayudantes, todas empleadas de la Comuna, sirvan el almuerzo en las aulas. Lo hacen a las 11, como todos los días.

"Son 51 alumnos los que concurren, pero hoy faltaron algunos y por eso sobran algunas porciones", dice Ramona. Quién mejor que ella para saber cómo se distribuye el presupuesto de $ 3,20 por alumno para el menú completo. Les alcanza, según dicen, como les alcanzaba el año pasado cuando el presupuesto era $ 1,60. "Ahora estamos más tranquilos", afirma Ramona.

"El problema, que es más grave para los padres que para nosotros, es que la escuela tiene pocas aulas, entonces hay grados asociados. También está el tema del agua...", dice la directora.

Dos pizarrones hay en cada una de las tres aulas, que en otros tiempos fueron las habitaciones de la casa colonial. En una se acomodan los chicos de cuarto, quinto y sexto, y los de segundo y tercero en otra.

"Los de primero tienen aula propia porque uno de los nenes tiene dificultades y hay que prestarle más atención. Los papás creen que los chicos no aprenden bien cuando se dan clases a dos grados juntos y algunos deciden mandarlos a otra escuela, pero nosotros estamos preparados para enseñar así. En estos casos, la eficacia de la enseñanza depende muchísimo del docente", explica Serrat. Ese es uno de los motivos por los que el nuevo edificio -o la ampliación del actual- les resulta urgente.

Mientras Agustina, la conserje, limpia para que después no haya más que abrir la puerta cuando empiece la semana, los alumnos guardan sus tuppers y pelan naranjas de postre. En cinco minutos, un ómnibus los llevará por la ruta 302 hasta sus casas. El pequeño portón de hierro se cerró hasta el lunes.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios