Contrabando de Leibniz

Contrabando de Leibniz

Aira, Un cuento chino y el sentido de las cosas. La película protagonizada por Ricardo Darín y El mármol toman ideas del autor de Teodicea.

08 Mayo 2011
Por Marcelo Gioffré
Para la gaceta - buenos aires

Dos obras recientes confluyen en su alusión a chinos: una es la película Un cuento chino; la otra, la novela de César Aira titulada El mármol. Pero lo increíble no es tanto esa coincidencia étnica sino que, en ambas, se plantea un mismo interrogante, abordan las dos una cuestión central de la existencia: ¿para qué existen las cosas? ¿Es que hay cosas contingentes, inútiles, que podrían no existir, o cada cosa en el mundo tiene un sentido específico, un peso material o simbólico único, un tipo de gravitación que la torna imprescindible? ¿Son aun las cosas aparentemente inútiles, o incluso las tóxicas y nocivas, necesarias para la economía general del universo? 
En el film Un cuento chino el personaje central, Ricardo Darín, colecciona recortes de diarios que aluden a desgracias insólitas, tales como la noticia de una vaca que cayó del cielo, impactó en una barcaza y mató a una chica próxima a casarse. Y hay un momento de la obra en que los personajes debaten sobre si esos hechos desgraciados, terribles, tenían algún tipo de sentido o eran absolutamente innecesarios, gratuitos, obras de un Dios chambón o del azar ciego. A priori, la muerte de una niña casamentera que no hizo ningún mal clama al cielo y no esconde ninguna justificación; la pregunta es: ¿la tiene, acaso, para compensar y posibilitar otros sucesos favorables?
En la novela de César Aira el personaje entra a un supermercado chino de Buenos Aires y, al pagar, como el cajero no tiene cambio, para completar el vuelto hasta el billete entregado, va recibiendo una serie de objetos que también parecen inútiles, inservibles, tales como pilas chinas, un ojo de goma con luz, una hebilla dorada, una cucharita lupa, una cámara fotográfica del tamaño de un dado, etcétera.
En ambos casos, como en una filigrana que lentamente va surgiendo al sumergir la estampilla en el agua, va aflorando la utilidad de las desgracias y de los pequeños objetos fútiles recibidos en el supermercado. Y es aquí donde me detengo: estamos asistiendo a un contrabando hormiga de Leibniz o, al menos, de sus trabajos más populares como la Monadología y la Teodicea. La doctrina más obvia de Leibniz consiste en afirmar que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Es decir que si existen desgracias es porque su presencia es indispensable para que no haya otras desgracias mayores, o para que exista su reverso: los prodigios del mundo. Y si existen piedritas que todos desdeñan es porque su existencia equilibra las inestables fuerzas del universo. 
En Un cuento chino, el muchacho chino vio fracasar su matrimonio por una vaca que cayó del cielo como un meteorito y segó la vida de su novia, pero esa vaca lo trajo a la Argentina (el país de las vacas, donde lo reciben con un plato de criadilla y chorizo), lo hizo reencontrarse con un familiar querido, lo hizo conocer a otra gente y hasta ayudó a que el personaje que encarna Ricardo Darín tomara conciencia de su amor o interés por una pretendiente barrial, torciendo una existencia opaca y rutinaria. Sin aquella desgracia no habrían sido posibles algunas dichas, algunas gracias, como si hubiera una indispensable compensación en la cocina cósmica. Las desgracias serían, así, beneficiosas amputaciones para que el resto del cuerpo siga sano, del mismo modo que Polícrates arrojó su anillo a las aguas para no enfurecer a los dioses, para evitar que la providencia resolviera por él qué le quitaría. En la nouvelle de Aira, a su vez, cada uno de esos objetos que a priori lucen como completamente inútiles van adquiriendo funciones tan súbitas como insólitas. Van encastrando en un mecanismo de relojería que parece demostrar, con minucioso detalle, que no hay en el mundo ningún objeto ni hecho gratuito, que todo goza de un sentido último y que si una sola piedrita se escamoteara de ese vasto plantel de objetos y acontecimientos, se rompería un equilibrio secreto y la arquitectura se vendría abajo. 

© LA GACETA

Marcelo Gioffré - Periodista y escritor. 
Co-conductor, junto con Juan José Sebreli, 
del programa Aguafiestas, emitido por la 
señal Metro.


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