El desafío es armonizar la necesidad de trabajar con el placer de hacerlo

El desafío es armonizar la necesidad de trabajar con el placer de hacerlo

Por Gabriela Tío Vallejo, Doctora en Historia - Docente de la UNT.

30 Abril 2011
Si consideramos los 5.000 años que el hombre lleva dejando rastros escritos en el planeta, o los 8.000 de la revolución neolítica, la porción de tiempo en la que el trabajo se considera un derecho, y está inscripto en una sociedad de hombres iguales ante la ley, es minúscula. No va más allá del último siglo en el mundo occidental.

Desde que hay Estado y dominación de unos sobre otros, el trabajo es expresión de esa dominación. Y la posibilidad de vivir del trabajo de los otros, un privilegio.

Desde los campesinos egipcios que erigieron las pirámides hasta los esclavos que producían los alimentos que sostenían a los grandes filósofos griegos, de los constructores de catedrales góticas a los trabajadores que edificaron el Vaticano, el trabajo es obligación de muchos en beneficio de pocos.

Sin embargo, la concepción del trabajo cambió con el tiempo. A partir del siglo XII, en Europa, la nueva concepción que las órdenes monásticas tuvieron del trabajo, el surgimiento de trabajadores urbanos, del comercio y el trabajo intelectual en las universidades, producirían nuevos desarrollos. Pero la escisión entre trabajo manual y trabajo intelectual y la desvalorización del primero seguiría vigente.

Cuando los europeos llegaron a América, el principal tributo a la dominación fue el trabajo de las comunidades indígenas. Ellas estaban acostumbradas a trabajar colectivamente para las necesidades comunitarias y la ruptura que conllevó el trabajo forzado tuvo consecuencias dramáticas.

En perspectiva, los logros de los trabajadores organizados a partir del siglo XX parecen mucho más revolucionarios. Claro que las conquistas de las huelgas y los movimientos obreros, uno de los cuales recordamos el 1 de mayo, se elevan sobre incontables rebeliones esclavas, campesinas e indígenas.

Pero fue sólo hasta mediados del siglo XX que estas reivindicaciones, unidas a un momento de representación democrática, conquistaron derechos humanos básicos y la igualdad ante el trabajo. La concepción del trabajo como aquello que hace humana nuestra existencia en la sociedad es un fenómeno del siglo XX y una de las grandes conquistas de hombres y mujeres de nuestros días.

El historiador francés Jacques Le Goff decía que las actitudes respecto del trabajo y el tiempo son aspectos esenciales de las estructuras de las sociedades.

Las luchas obreras y campesinas fueron luchas por el tiempo. El tiempo que el campesino necesitaba para producir y alimentar su familia, frente al tiempo de trabajo para el señor. Las grandes luchas obreras, como la que conmemoramos mañana, buscaron lograr la jornada de ocho horas. Tiempo para descansar, para educarse y salir de la explotación, para trabajar para sí mismo. Tiempo para el ocio.

Podemos decir que las conquistas obreras no cambiaron el mundo del trabajo: apenas lo tornaron aceptable. Y no puede ya discutirse que el trabajo define nuestra situación personal y social. En una investigación que toma como base las opiniones de los estudiantes universitarios de San Luis sobre el valor del trabajo, las dos notas centrales son: la necesidad de trabajar y el placer de hacer lo que se elige. Es en esa tensión entre libertad y necesidad en la que se desarrolla nuestra actitud acerca del trabajo. Armonizar esos extremos es, quizá, el desafío de este siglo.

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