"A veces, la realidad te está esperando con otros planes"

"A veces, la realidad te está esperando con otros planes"

De paso por Tucumán, el escritor y maestro de periodistas desafía a todos aquellos que creían que la realidad ya no puede ofrecer sorpresas. Las "verdades" de la ficción. Video.

DESAFÍO. En Colombia, el gran reto para los cronistas es hacer que la realidad resulte creíble, afirma el maestro. LA GACETA / ANALIA JARAMILLO DESAFÍO. En Colombia, el gran reto para los cronistas es hacer que la realidad resulte creíble, afirma el maestro. LA GACETA / ANALIA JARAMILLO
Hace poco menos de 50 años, en un pueblo del caribe colombiano llamado Arenal en el que al atardecer, al caer el sol, los vecinos sacaban sus mecedoras a las puertas de sus casas, había un niño que había heredado el don de encantar con palabras. Casi medio siglo después, Alberto Salcedo Ramos, el niño aquel que entonces utilizaba las dotes de narrador “como salvoconducto para circular por el mundo de los adultos”, es parte del selecto grupo de periodistas y escritores de habla hispana (Tomás Eloy Martínez y Gabriel García Márquez, entre ellos) que en los últimos tiempos se han empeñado en desempolvar la crónica para poder contar con voces propias el tiempo y el espacio que les está tocando vivir. “Contar historias es algo que una sociedad siempre va a necesitar. Porque una persona que cuenta historias es una persona que ayuda a descifrar, que ayuda a traducir el mundo en el que vive”, afirma Salcedo Ramos, ex jefe de redacción del diario El Universal de Colombia, premio Rey Juan Carlos de España, miembro del grupo “Nuevos cronistas de Indias” y uno de los mejores periodistas narrativos latinoamericanos. De paso por Tucumán, donde dictó un taller invitado por la Asociación de Prensa, el autor de “El oro y la oscuridad, la vida gloriosa y trágica de Kid Pambelé” y de textos que integran las mejores antologías de periodismo en la región , Salcedo Ramos viene a recordarnos que si hay algo que une a los niños y a los adultos, desde todos los tiempos, desde que el hombre se sentó con los suyos alrededor del primer fuego, es la pasión porque les cuenten historias. 
- ¿Los periodistas colombianos inventan? O tienen un tercer ojo para ver la realidad que otros no ven?
- Bueno, en Colombia nosotros no sufrimos por la falta de temas. En Colombia tenemos una realidad desmesurada, que oscila entre lo terrorífico y lo folletinesco. En Colombia nosotros podemos levantarnos con la noticia de que ha estallado una bomba en un lugar transitado por civiles; y al mediodía, cuando llega la hora del almuerzo ya no se habla de ese accidente terrorífico ocurrido en horas de la mañana, sino de una pareja de amantes del Caribe colombiano que se encerraron en un motel de paso, enamorados, y que fueron mordidos por una serpiente, y esa serpiente los ha mordido en un motel que se llama El Paraíso. Entonces, en Colombia, el principal reto de los contadores de historias es hacer creíble la realidad que tenemos. Nosotros no sufrimos por la falta de temas. Lo que nos desafía es encontrar un tono para que esa realidad que tenemos sea creíble. 
- ¿ Entonces hay un gen particular en los colombianos?
- Por lo menos en el caso mío, yo soy de una región de Colombia, en el Caribe, la costa norte, donde hay una tradición, una riqueza impresionante en narración oral. Yo crecí en un pueblo llamado Arenal, y en ese pueblo, cuando yo era niño, al atardecer se iba la luz, y el pueblo se quedaba a oscuras. Entonces, la manera de lidiar con la oscuridad, contra las tinieblas, contra la falta de un cine, contra la falta de un servicio de televisión, contra la cantidad de zancudos que salían de sus escondites a masacrarnos cuando se iba la luz, era nuestra riqueza oral. La gente sacaba las mecedoras a las puertas de las casas, y se armaban unas tertulias colosales entre los vecinos. Todo el mundo hablaba con todo el mundo. Nosotros hemos tenido una riqueza oral que es muy funcional, va más allá de los libros, va más allá de la literatura, la usamos para vivir. Yo me considero beneficiario de esa narración. 
- Pero la narración oral está presente también en otros lugares de Latinoamérica?
- Bueno, yo creo que en Colombia ha habido una tradición de contadores de historias, ya profesionalmente hablando, periodistas, escritores. En el caso mío, ese tercer ojo al cual tú te refieres ha sido desarrollado con mucha disciplina, producto de mucho trabajo, de un esfuerzo sostenido en el tiempo.
- ¿Cómo te nació el interés por ganarte la vida contando historias?
- Cuando yo era niño, en mi casa, los mayores me hacían rondas para que yo contara las cosas. Entonces, narrar desde muy temprano fue para mí como una especie de salvoconducto para circular por ciertos espacios que eran de los adultos, pero yo podía mostrarme gracias a que tenía ese don. Yo digo que todo contador de historias es un vanidoso. El verdadero motor de los narradores, de los escritores, en general, es la vanidad. De otro modo, no se entiende que un tipo invierta tantos años para escribir una novela de 400 de páginas. 
- En Colombia, ustedes fluctúan entre el humor y la violencia, tanto en la vida real como en la narrativa...
- Nosotros, en Colombia, tenemos esa realidad de fluctuaciones bruscas entre lo dramático y lo cómico. Y la gente ya lo capta, cuando en la narrativa hacemos ese salto. Fíjate que hasta agosto del año pasado tuvimos un presidente, Álvaro Uribe, que construyó su capital político a partir del miedo. Y a él le robaron la billetera del bolsillo ¡Un presidente que tenía una escolta personal de 120 hombres armados, que estaba obsesionado por la seguridad nacional!, ¡a ese presidente le robaron la billetera! Tú te imaginarás que hay mucha tela de donde cortar para los contadores de historias de Colombia. De todos modos, hasta la falta de tema puede ser un gran tema. Por ejemplo, si yo voy a pasar una noche en un instituto de Medicina legal, donde hacen autopsias, necropsias de personas que han sido asesinadas violentamente, y justo la noche que yo estoy allí no matan a nadie, eso es un gran tema. Yo no creo que el gran tema sea la muerte de la gente, la vida tiene que ser el gran tema. Yo creo que un contador de historias, lo que tiene que dejar es un testimonio de su tiempo y de su entorno. Ese testimonio va a fluir cuando el ojo esté entrenado para sintonizarse con lo que esté pasando.
- ¿Cómo se hace para, desde el periodismo, negociar entre contar una historia sin por ello falsear la información que la inspiró?
- Una vez, Gabriel García Márquez dijo una frase que a mí me encanta: cuando un cuento está bien escrito, parece que se estuviera contando algo que realmente ocurrió, y parece que nos estuviera hablando de seres humanos que nosotros realmente conocemos. Por ejemplo, yo estoy leyendo un cuento de Benedetti que se llama “La Noche de los Feos”. Habla de dos feos que se encuentran en las afueras de una sala de cine, y esa noche, da la casualidad de que todas las personas que han ido a ver la película son bellas, y que todas están en pareja, ligadas a alguien: hay abuelos, hay niños, hay adolescentes. Todos tienen a alguien: menos los dos feos, los dos feos están solos, los dos feos se miran, se reconocen, y entran a la sala: y en la película, todo el mundo es hermoso. Los únicos feos que hay en todo ese universo son ellos dos: y entonces, esa fealdad los lleva a darse cuenta de que están hechos el uno para el otro. Y terminan en la cama. Y a esa historia yo la creo. Es una verdad, aunque parte de la imaginación de Mario Benedetti; por el contrario, cuando uno lee una buena crónica, parece que fuera mentira. Me parece que la realidad tiene una gran capacidad de sorprendernos. Me parece que el reto del cronista no es inventar lo sorprendente, sino descubrir lo sorprendente. Y se descubre lo sorprendente interactuando con la realidad, haciendo un trabajo de campo paciente, meticuloso, sostenido. 
- ¿Qué te ha sorprendido de Tucumán?
- Conozco poco y tendría que dejarme sorprender más por la ciudad, Tendría que recorrer la ciudad y dejar que los temas aparezcan. Hay una frase de John Lennon que yo siempre cito: que la vida es todo aquello que te ocurre mientras tú estás ocupado con tus propios planes. A veces tú tienes un plan, pero la realidad te está esperando con otros planes. 
Cuando estoy en lugares como este, me gusta mucho recorrerlos, y dejarme sorprender. Pero en Tucumán me gustó la gente, son como más amables, más cálidos, más emotivos. Me gusta la luz de la ciudad. Todo es claro bajo el cielo de Tucumán. Y me gustó el parque 9 de Julio, me pareció lindo, pero no en el sentido de postal. No es un sitio para tomarse una foto y ya mandarla a los amigos; es un espacio vivo, lleno de cafés, lleno de gente, donde la belleza está al servicio de la vida cotidiana.
- ¿Hay ciudades que sorprenden más que otras?
- Es posible, en Colombia hay un pueblo que se llama San Basilio de Palenque, es un pueblo habitado por negros libertos, negros que se escaparon de sus amos en la época de la esclavitud y fundaron San Basilio de Palenque. El cien por ciento de la población es negra, todavía se habla un dialecto tribal, es un pueblo con una personalidad cultural muy arrolladora , muy fuerte, y entonces, si uno llega ahí, siente que se le imponen las historias.
- ¿Y Bogotá? ¿Dónde está su encanto?
- Bogotá es una ciudad espaciosa, que se parece mucho al país; es una colcha de retazos. Bogotá es Colombia a escala, en Bogotá cabemos todos. Bogotá es llamada la Atenas suramericana, luego, por un graffiti, se pasó a llamar “la tenaz suramericana”. Durante mucho tiempo, los notables de la ciudad le llamaron “Ciudad cosmopolita”, luego, los graffitis la rebautizaron, y como tenía tantos moscos sucios, la llamaron “ciudad moscopolita”. El bogotano es una persona que tiene una gran capacidad de burlarse de sí mismo, si me preguntas por Bogotá, siempre pienso en los graffitis, los grafitis de la calle son maravillosos. La gran capacidad de tener en menos de 24 horas una línea sobre la pared que ironiza sobre la noticia del momento, que se burla del presidente de turno, me parece que en Colombia el humor es el último recurso defensivo que nos queda. Y eso en Bogotá es muy dinámico. Tiene 10 millones de habitantes, todo el mundo dice que es una ciudad fría, por el clima que tiene, y dicen que es una ciudad de personas que no se relacionan con el vecino, pero yo no lo veo así, es una ciudad donde prima lo individual por sobre lo colectivo, pero, finalmente, es la ciudad donde todos cabemos.
- ¿Y Medellín? Es verdad o es mito que un buen plan urbanístico, con sus bibliotecas integradas en los parques, ayudó a mitigar la violencia social?
- Medellín es una ciudad de un gran humor, de una gran cultura ciudadana , es una ciudad que salió adelante a pesar del estigma de los años, porque la gente es superior al estigma que los acosaba. Creo que en Colombia hemos sufrido mucho una guerra civil que es muy larga, un conflicto armado muy largo, el más largo de toda América. A pesar de todo, a mí me sorprende el grado de autoestima que tenemos los colombianos. En las encuestas, los colombianos dicen que son gente feliz. 
- Hablemos de fútbol, ¿porqué está tan presente en la narrativa latinoamericana?
- El futbol es un universo que refleja un universo más amplio, que es la vida; en el fútbol está toda la fauna de la historia de la humanidad. En el futbol está el gangster, en el futbol está el esmerado, en el futbol está el inspirado, en el futbol está el buen compañero, en el futbol está el matón de barrio, todos los estereotipos del ser humano confluyen en una cancha de futbol, el futbol es un gran laboratorio para explorar la psiquis del hombre, para explorar la condición humana. Hay una frase buenísima de Gesualdo Buffalino ,él dice que el sociólogo es alguien que va a la cancha y que está mas preocupado por ver al público en las tribunas que por ver el partido de fútbol. Esa es una posibilidad que nos da este deporte, la posibilidad no sólo de conocer la condición humana a través de los jugadores, sino también a través de la gente que está siguiendo a esos jugadores.
- ¿Juegas fútbol?
- Yo fui un jugador medianamente digno cuando era un muchacho, muy perezoso, nunca tuve alma de guerrero, de obrero. Siempre dije, bueno, somos once, y tenía cierta habilidad para meter goles, entonces, yo decía: “bueno, yo tengo un don que pongo al servicio de los otros diez, por favor, úsenlo un poquito, pónganme el balón en una condición favorable para meterlo yo en el arco”.
- Eras el que tiene el don, pero no se esfuerza...
- Exactamente.

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