Pentecostés el gran amigo

Pentecostés el gran amigo

Pbro. Dr. Jorge A. Gandur

23 Mayo 2010
El Espíritu Santo nos da la firmeza y la fortaleza para confesar que Jesucristo es el Señor.

Siempre que queremos tratar más íntimamente al Señor, invocamos al Espíritu Santo, y lo hacemos cuando, a lo largo del día, decimos: "Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en nosotros el fuego de tu Divino Amor". En Pentecostés, entendemos las palabras de Cristo: ?Conviene que yo me vaya?: sin la encarnación del Hijo de Dios, sin su muerte en la cruz y sin su resurrección, no hubiésemos recibido el Espíritu Santo, porque es la humanidad Santísima del Cristo la que prepara la venida del Espíritu Santo. La obra del Espíritu Santo es convertirnos de criaturas en Hijos de Dios. En esta fiesta de Pentecostés, Cristo entregando el Espíritu Santo a los creyentes, habla al corazón de cada uno, para llegar a morar en nosotros.

Toda conversión en el interior de nuestro ser, todas las rectificaciones, los arrepentimientos, las alegrías y gozos... todo es fruto del Espíritu Santo. Nuestra santificación y la santificación de los hombres es obra del Espíritu Santo. Sin Él no podemos hacer ningún acto de Amor. Él nos transforma consolándonos y nos consuela abriendo nuestras almas a la eternidad.

El nos consuela, nos da la paz y la serenidad, para que podamos pacificar y serenar los corazones cansados, abatidos y envejecidos por el pecado. El nos hace pacientes para comprender, pacíficos para dar la serenidad y vencer la violencia; modestos y puros para redescubrir la verdadera felicidad del amor, no en el puro placer físico sino en el servicio a los demás. La conversión nos transforma en hombres de oración, que hablan con Dios de amigo a amigo, de corazón a corazón y nos lleva a descubrir que somos Hijos de Dios congregados en la Iglesia.

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