Un teatro de 2010 con los brillos del siglo XX

Un teatro de 2010 con los brillos del siglo XX

El esplendor estropeado no se recupera fácilmente. En el caso del célebre Teatro Colón, el objetivo requirió casi una década de trabajos signados por la polémica y la incertidumbre. La epopeya restaurativa, que impidió festejar el centenario del coliseo, concluye justo a tiempo para la gala de la víspera de los 200 años del Cabildo porteño de 1810.

MARMOL DE VERONA. Detalle de la escalinata del foyer; la refacción ha recuperado el tono rosado original de este espacio clásico del Colón. REUTERS MARMOL DE VERONA. Detalle de la escalinata del "foyer"; la refacción ha recuperado el tono rosado original de este espacio clásico del Colón. REUTERS
Más de 1.000 obreros, artesanos, restauradores, ingenieros, arquitectos, electricistas y pintores actúan en esta obra titánica. Una puesta en escena inédita en el Teatro Colón, que trasciende las bambalinas de su historia y que le permitirá recuperar su condición de templo de la lírica. La majestuosidad del coliseo inaugurado en 1908 emerge renovada tras nueve años de refacciones y controversias. Pero a ese hormiguero de andamios y operarios con casco le quedan pocos días de vida, apenas las jornadas que faltan para los 200 años del 25 de Mayo.

"No queríamos un nuevo teatro, sino el Colón tal cual es", relata Sergio Levit, director de Prensa del Ministerio de Desarrollo Urbano de la Ciudad de Buenos Aires. Aunque la restauración ha incorporado al edificio la última tecnología disponible en materia de seguridad y refrigeración, el recorrido por los trabajos confirma que la modernización fue subordinada a la revalorización del patrimonio original. El criterio ha procurado un Colón de 2010 con los brillos y colores de comienzos del siglo XX.

El Colón de cuando los porteños iban al teatro en carruaje a cultivar un hábito social distinguido en un entorno de mármoles rosados y vitrales, iluminado por enormes arañas palaciegas.

El conjunto es una suma de detalles: Levit menciona que para restaurar el gastado piso del "foyer" -antaño oscuro y gris- fue necesario colocar a mano una infinidad de diminutas teselas (cada una de las piezas que forma un mosaico). Los pies de los amantes del teatro jamás pisarán un diseño tan primoroso. Y quizá ni reparen en ello.

Más de 50 empresas han convivido forzosamente en esta obra de por lo menos 300 millones de pesos y 58.000 metros cuadrados. Sombras y zozobra acecharon el proyecto inicialmente previsto a propósito del centenario del propio coliseo que, paradójicamente, acaeció con la sala cerrada al público. El plan sobrevivió a tres jefaturas de la Ciudad (Aníbal Ibarra, Jorge Telerman y Mauricio Macri), a la crisis de 2002, la desfinanciación, las dudas de la prensa y la oposición, y a los traspiés de la conflictiva administración del Teatro -sólo en la gestión de Macri, que asumió en 2007, tuvo dos directores generales: Horacio Sanguinetti y Pedro García Caffi, aún en funciones-.

Mil veces al borde del colapso, la restauración resucitó a partir de dos iniciativas de 2008: la sanción de la Ley de Autarquía del Teatro Colón y la decisión de encomendar la supervisión de la obra al Ministerio de Desarrollo Urbano (antes estaba a cargo del Ministerio de Cultura).

Leyenda intacta
Pequeños carteles de colores señalan las tareas pendientes ("pulir", "pintar", "limpiar"...) en las diferentes áreas de la intervención, mientras que planos, herramientas y máquinas colonizan la superficie del magnífico Salón Dorado, la joya del edificio destinada a conciertos de cámara. En ese espacio señorial, los destellos de las láminas de oro que recubren los muros iluminan el trajín indiferente de los mamelucos.

En el otro extremo, los bustos de Wolfgang Amadeus Mozart, Ludwig van Beethoven y compañía vigilan el Salón Blanco, de uso exclusivo del jefe de Estado -al igual que el palco oficial contiguo-. La habitación decorada con espejos, sobria en el sentido cabal de la palabra, permanece vacía y en penumbras, como si no quisiese ilusionarse con la presencia de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, que, tras una serie de especulaciones políticas, finalmente confirmó su asistencia a la función especial del 24 de mayo.

Si alguna duda cabe sobre la monumentalidad del Colón, esa incertidumbre se desmorona en la sala: toda ella parece una escenografía recién montada. Las hileras de butacas rojas y relucientes llevan naturalmente al escenario, la fosa, la emblemática araña de cinco toneladas y la delicada cúpula pintada por Raúl Soldi. Esta sala impecable, restaurada casi de principio a fin y con capacidad para 2.487 espectadores sentados, pide a gritos una ópera.

Parece que grita quizá porque el silencio incomoda en el teatro que se precia de poseer una de las mejores acústicas del mundo. La conservación de ese atributo es una prioridad de la obra, según Levit. Explica: "la sala fue desvestida de abajo para arriba; hicimos una prueba de acústica tras cada elemento que se quitaba para certificar que seguía sonando igual que al comienzo. Y la misma precaución tomamos durante la operación inversa".

La acústica legendaria está intacta, aseguran Gustavo Basso y Rafael Sánchez Quintana, los ingenieros específicamente contratados para practicar los tests y analizar sus resultados. "Tuvimos que investigar cómo se hizo el edificio. Como no había mucha información disponible, la sala fue nuestro principal objeto de estudio. El sonido del Colón es único", apunta Basso sin hesitar. La refacción principal concluye el 15 de este mes, justo a tiempo para que los cuerpos estables puedan ensayar el programa de la gala del Bicentenario (un acto de La Bohème -la pieza más representada en la historia del teatro-, de Puccini, y un fragmento de El lago de los cisnes, de Tchaikovsky). Obreros, artesanos y profesionales se retiran para que la obra prosiga con escenógrafos, actores, bailarines y músicos.

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