Carnaval de Ranchillos: un templo que se abre para rendirle culto a la alegría y a la diversión

Carnaval de Ranchillos: un templo que se abre para rendirle culto a la alegría y a la diversión

El club San Antonio reafirma su tradición. La cumbia explota bajo el tinglado que arde al sol. Miles de personas bailan y cada una de ellas siente que su libertad no tiene límites; la pintura se encargó de ocultar los rasgos personales y la cerveza -único medio para aplacar el calor- empieza a hacer florecer los sentimientos. Esto ocurre sólo siete domingos al año, cuando el carnaval se adueña de Ranchillos. Video

FIESTA DE PASIONES. En el club de Ranchillos los sentimientos se desatan. A las chicas se les iluminan los ojos al ver a sus ídolos de la movida tropical, el amor encuentra su lugar debajo de las capas de pintura y los amigos celebran la amistad a fuerza de cerveza y baile. Es que el diablo está en el escenario. Los chicos aprenden a carnavalear casi al mismo tiempo que a caminar. LA GACETA / JOSE INESTA FIESTA DE PASIONES. En el club de Ranchillos los sentimientos se desatan. A las chicas se les iluminan los ojos al ver a sus ídolos de la movida tropical, el amor encuentra su lugar debajo de las capas de pintura y los amigos celebran la amistad a fuerza de cerveza y baile. Es que el diablo está en el escenario. Los chicos aprenden a carnavalear casi al mismo tiempo que a caminar. LA GACETA / JOSE INESTA
25 Febrero 2010
Ranchillos está ansiosa. Es domingo, y sabe que será la anfitriona. No le importa el tono de la piel de sus visitantes ni que sean jóvenes ni que vistan o no sus mejores ropas. Al fin y al cabo, dentro de un par de horas todo quedará pintado de un mismo color: el del ocre que desdibuja los rostros e ilumina las sonrisas que le bailan al carnaval. No hay ritos ancestrales ni ofrendas a la Madre Tierra ni desfiles de carrozas. Lo único que se ve desfilar los domingos de febrero son los vehículos que, desde las 14, empiezan a formar una eterna caravana que transita por la ruta 302. El destino de la procesión: el club San Antonio de Ranchillos, templo de la alegría y la diversión para estas fechas.

La explosión de música tropical empieza a las 15, pero algunos no aguantan la espera y llegan antes de que el club abra sus puertas. Escuchando una cumbia que sale a borbotones de su auto, Sebastián Giménez y tres amigos aguardan, desde las 13, el momento de la entrada. "Venimos temprano para no tener problemas en la ruta; circula mucha gente, así que preferimos instalarnos acá para entrar en calor", explica el joven de 23 años oriundo de Alderetes.

Cada media hora llega un ómnibus que se desagota tras hacer la parada en el club San Antonio. Los carnavaleros bajan apurados y en sus caras se ve que el festejo comenzó cuando pagaron el pasaje. Celeste Sotelo y Mercedes Díaz, dos veinteañeras que vienen de Lastenia, traen en sus manos una bandera para rendir tributo a Los Leales, su conjunto favorito.

Donde ellas viven también se festeja el carnaval, en el Club Social Lastenia, con una jugosa cartelera que seduce a los bailanteros; aún así, ellas eligen bailar en Ranchillos. Y tienen sus motivos. "En Lastenia también se pone muy bueno, pero la ventaja es que acá nadie nos conoce", explica Celeste. Las dos vienen decididas a encontrar el amor en la pista de baile: "amor... son amores relámpago los de carnaval", dice Mercedes mientras busca -y encuentra- la sonrisa cómplice de su amiga.

La música empieza a sonar en la "capital del carnaval". El acceso se transforma en un desfiladero incesante de caras entusiasmadas y en la ropa de muchos quedan claros vestigios de febreros anteriores; esos muchos son, precisamente, los encargados de dar inicio al ritual del agua, la espuma y el ocre que tiñen cuerpo y espíritu en estos días de alegría y permisividad.

Los habitués no se sorprenden al ver entrar abuelas, padres y hasta bebés de meses llevados en coche. El carnaval del interior es un evento al que asisten todos los integrantes de la familia y es, quizás, una de las claves para mantener viva la tradición.

Luciana Montenegro llegó desde la capital con su esposo y sus hijos, uno de ellos de dos meses; sin duda, un carnavalero en entrenamiento. "Es el segundo año que vengo. El año pasado vine con mis amigas, pero ahora me dieron ganas de compartir esto en familia", afirma la joven mamá.

Cuando suben al escenario los conjuntos, el frenesí estalla y los carnavaleros se entregan al baile con los ojos cerrados, a las rondas, a los abrazos y a los besos que salen del alma cuando se reconoce una canción. Todos saben las letras y no escatiman garganta para corearlas a todo volumen. El torrente de bandas que suben y bajan del escenario es inacabable. Les cuesta bajar y el público no les da tregua.

La pausita

Entre banda y banda, hombres y mujeres se dirigen presurosos a las cantinas para comprar cerveza, la gasolina que reactiva los motores del baile. Otros se quedan, porque es en ese momento cuando se escucha esa música que hace sentir, más que nunca, que estamos en carnaval. "Suenen pitos y matracas que todo es felicidad/ a bailar con alegría que ha llegado el carnaval..." La tarantela no puede faltar los domingos de febrero en Ranchillos, y cuando suena, desata nuevamente la lluvia de pintura, agua y espuma. Con los brazos enredados, todo el mundo canta, baila y salta.

El grito ensordecedor de "las solteras" retumba en el tinglado. Nuevamente aparecen los cumbieros en el escenario y el ciclo vuelve a comenzar. A esta altura, ya nadie puede distinguir quién es quien.

En medio de la multitud se ven unas muletas que sobresalen y que se agitan al ritmo de la tarantela. Son de Fabio, un joven de 22 años que sufrió un accidente en moto el año pasado. "Ni loco me pierdo el carnaval, que las muletas bailen también".

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