Rebecca Horn: el azar y el diálogo

Rebecca Horn: el azar y el diálogo

Por Marcelo Gioffré - Para LA GACETA, Tokyo.

Knuggle Dome for James Joyce. Casi como en la Guerra Fría, los cuchillos (llevan inscritas las letras de amor y odio en inglés) se enfrentan sin trabarse en combate. Knuggle Dome for James Joyce. Casi como en la Guerra Fría, los cuchillos (llevan inscritas las letras de "amor" y "odio" en inglés) se enfrentan sin trabarse en combate.
13 Diciembre 2009
Se acaba de inaugurar en el museo MOT de Tokyo una retrospectiva de Rebecca Horn, cuyo título es Rebelión en silencio, diálogo entre el cuervo y la ballena. Horn es una pensadora, en el sentido de que expresa con metáforas radicales lo que los filósofos ortodoxos expresan, sin obtener resonancia, con el lenguaje discursivo. El arte contemporáneo sirve para reflexionar o no sirve para nada; lo decorativo ha perdido espesor hasta el punto de convertirse en el vacilo contra el cual el verdadero artista debe pugnar.   
Hace ya unos años, recorriendo las salas de la Tate Modern de Londres, comencé a oír unos pequeños sismos sonoros, repetidos e intranquilizadores. La incógnita se despejó al entrar a una sala que tenía un piano de cola colgado del techo, patas para arriba, y que cada tanto abría su caja, desplegaba sus martillos, cuerdas y básculas y emitía espontáneamente una serie de notas, como si fuera manejado por un ejecutante invisible. Al cabo de unos minutos el dispositivo se replegaba y el piano quedaba mudo a la espera de que el ciclo implacable se reiniciara. El título de esa obra es Concert for Anarchy. Fue mi primer contacto con Rebecca Horn.
Los trabajos iniciales de Horn versan sobre los límites y posibilidades del cuerpo humano. El hombre siempre ha querido tener alas y en algún sentido lo ha logrado al diseñar los aviones; Horn urde una serie de prótesis que remarcan o extienden las capacidades del cuerpo, lo que algunos críticos atribuyen al hecho de que por esa época tuvo una larga internación por problemas pulmonares. Tal el caso de Pencil mask, de 1972, una videoinstalación en la que la artista se calza una máscara enrejada de la cual emergen lápices, con los cuales embiste sobre una pared. Otra obra de ese período es Overflowing Blood Machine, de 1970, con un personaje en el cual las venas son cañerías exteriores transparentes que recubren el cuerpo humano.

¿Dios o el azar?
Pero es a partir de 1990, con la emblemática Concert for Anarchy, que Horn produce una torsión: introduce lo kinético y aborda el tema de los secretos que hay detrás de la acción. Parménides y Heráclico debatían acerca de si el mundo era estático o dinámico. Adjudicando la razón a Heráclito, empero, ¿qué es lo que insufla fuego al movimiento? Se inscriben en esta búsqueda obras como The raven tree, de 2009, consistente en una maquinaria acompasada de ramas metálicas en cuyas terminales hay picos de cuervo;  Liebesflucht, Muschelshlaf, también de 2009, en la cual un pene mecánico penetra sincronizadamente el agujero de una ostra; o Knuggle Dome for James Joyce, de 2004, en que dos planteles de cuchillos movidos por un mecanismo eléctrico se enfrentan sin llegar nunca a trabarse en combate.
De lo que nos habla Rebecca Horn, a mi juicio, es de cierta perplejidad metafísica: ¿quién mueve por el aire a los cuervos, esos leves heraldos de la muerte, quién está detrás del pene que copula o de los cuchillos que se enfrentan sin llegar a combatir, como en la guerra fría? ¿Es Dios otro artista que nos manipula mientras metaespectadores de un teatro monstruoso admiran la obra?
Pero además, ¿quién digita las sombras sobre el agua, como parece preguntarse en obras como Hertshadow for Pessoa, de 2005, en que una víbora de cobre picotea una vasija con aguas negras y activa, con la mediación de un proyector, una película (parecida a la ecografía de una embarazada) sobre la pared?
Obras como Raven's Choice, de 2009, ofrecen una clave: el peso de una piedra es organizador. Horn parece confiar más en el azar que en Dios. En el azar y en un mínimo espacio de libertad. Y más aún: en la combustión que nace del diálogo. Esto se nota crucialmente en obras como Binoculares Ping Pong, de 2008, en que las visiones recíprocas se nutren y multiplican al infinito. Los pianos tocan solos, los hombres hacen el amor, pelean o se amenazan automáticamente, la poesía aflora, las aguas se mueven en espontánea producción artística o las plumas y picos de los cuervos se mueven porque el peso de una piedra establece ese orden precario y el hombre, que no es esclavo de nadie ni actúa para una platea metafísica, opera como un equilibrista, en esos márgenes.
© LA GACETA

Marcelo Gioffré - Escritor y periodista. Su último libro es "Cuento de Hados. Diálogos: privatización del ágora en el período 2003-2009".

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