La Bienal de Venecia

La Bienal de Venecia

Innovaciones inquietantes, anacronismos e ideologismos en la gran muestra de arte contemporáneo. Una oportunidad desperdiciada por la Argentina.
Por Marcelo Gioffrépara la gaceta - venecia

LA INVESTIGACION, cuadro de Luis Felipe Noé. LA INVESTIGACION, cuadro de Luis Felipe Noé.
29 Noviembre 2009
Lenta y brumosa, bajo una llovizna terca, con las mesas y orquestas del Café Florián replegadas a los fastuosos interiores, con sus estucos y caireles, que el verano tiende a ocultar, Venecia en noviembre es una fiesta distinta. Ése es el escenario en el que se desarrollan los últimos días de la 53º Biennale di Venezia, cuyos inicios se remontan al siglo XIX. Saliendo de la Plaza San Marcos hacia la laguna abierta, en cuya orilla flotan, inestables, las góndolas, con sus tapizados de terciopelo y sus remos en reposo; en la que se bambolean los pontones que sirven de parada a los vaporettos (ahora no tan atestados de turistas); en la que uno puede imaginar a Dirk Bogarde encarnando a ese Gustav von Aschenbach urdido por Thomas Mann y resignificado por Luchino Visconti; y doblando hacia la izquierda, hacia el lado del Palazzo Ducale y del Hotel Danieli, caminé por esa rivera atareada de vendedores ambulantes, cuyos carritos derramaban souvenirs baratos, hacia los recintos tradicionales de la muestra: Arsenale y  Giardini. El segundo básicamente alberga los pabellones fijos de los treinta países expositores.
Como no puedo abarcar en breves líneas la complejidad de la exposición, me limitaré a esbozar cinco puntos salientes, por éxito, por defecto o por mero interés doméstico.
El pabellón que más me impresionó fue el de los Estados Unidos, con la obra del artista Bruce Nauman titulada Topological Gardens, repartida entre el stand de Giardini y dos universidades venecianas. Si bien es cierto que Nauman roza ya los 70 años, se trata de un artista innovador que ha expuesto una serie de obras muy inquietantes. Intenta explicar la relación entre un lugar de exposición y la obra expuesta: fuentes, luces de neón, cabezas cortadas girando en una suerte de calesita, animalitos flotando y manos unidas de diversos modos son las principales herramientas que usa para insinuar, sin ser demasiado asertivo, la dirección en la que quiere expresarse.
Del resto de los pabellones que están dentro de Giardini vale la pena rescatar el de Francia, con la impresionante obra de Claude Léveque titulada Le grand soir: una cruz de pasillos oscurecidos al fondo de los cuales hay banderas negras flameando, en señal de aparente esperanza en medio de la noche.
De los países latinoamericanos, mencionaré positivamente el pabellón de Uruguay que, a pesar de ser un país con limitaciones, muestra respeto por la cultura y no sólo exhibe una obra potente de dos artistas jóvenes, Juan Burgos y Pablo Uribe, y una tercera no menos interesante, Raquel Bessio, sino que además entrega a los visitantes un libro de 150 páginas ilustrativo de su participación. Venezuela, en cambio, que también tiene pabellón fijo dentro de Giardini, hace un uso espurio de su espacio, con sesgo ideologista, no tiene ni siquiera un folleto y sólo entrega a regañadientes una hojita que hasta contiene errores ortotipográficos.

Demasiado lejos
Argentina perdió ya hace unos años su pabellón, por falta de pago, lo que es consistente con el conocido apotegma de que a nuestro país no le importa la cultura. Coherentes con ese triste desdén, exponemos en un lugar marginal (el tercer piso de la librería Mondadori) dos pinturas de "Yuyo" Noé. Cuando llegué allí por primera vez, una mañana, dentro del horario de atención, no había nadie. Ni el cuidador, ni folletos, ni público. En tales condiciones, la obra podría ser dañada sin testigos. Por lo demás, y dejando de lado que la mayoría de las delegaciones presentaron lenguajes más actuales que la mera pintura, y aun aceptando que Noé es un gran artista, su momento de gloria fue en los años '60 y claramente no puede representar a la vanguardia, que es lo requerido en una bienal de arte contemporáneo.  Si en materia política estamos en la Edad Media, en materia cultural vivimos en la Edad de Piedra. Por suerte, en el subsuelo de la patria, más allá de los anodinos burócratas, late una sociedad que sigue creando.
                                © LA GACETA



Marcelo Gioffré
- Escritor y periodista. Su último libro es El surmenage de las ideas.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios