Sigmund, entre el diván y el banquillo

Sigmund, entre el diván y el banquillo

Por Ana Petros -Para LA GACETA - Tucumán

27 Septiembre 2009
¿Puede preguntarse si un corazón tiene vigencia cuando aún late?
Hacer la misma pregunta para el psicoanálisis resulta profundamente inútil e innecesario, ante los efectos evidentes que él promueve. Basta con saber cuántas personas demandan ser atendidas en los consultorios de los psicoanalistas, para saber de la fuerza con la que late el inconsciente a pesar de los detractores.
En todo caso, reflexionemos por qué el psicoanálisis sigue vigente. No solo porque allí hay un cuerpo sólido teórico-clínico que lo soporta, sino porque hay un lugar donde el sujeto sabe que va a ser escuchado en toda la dimensión de su sufrimiento; y ese escenario se vuelve a veces para muchos, su único refugio. En un mundo casi desalmado sin "corazón", carente de recursos subjetivos, donde la acción ha destronado a las ideas y la inmediatez ha hecho sucumbir a la pausa, se abre este escenario donde el pensamiento, la transferencia como relación de confianza al otro, la implicación a la verdad, y la ética, no son valores en desuso.
Un Dr. Freud, su creador, apostaba a todo ello a principios del siglo XX. Muchas aguas turbulentas han cruzado por este camino emprendido con lucha y con tesón. Hoy, en pleno siglo XXI, nos afligen los mismos problemas: salvar al hombre de las manos de sus propias pulsiones destructivas. El ya nos advertía, que no habría civilización que valga para ellas. Hemos ido más allá, ni siquiera el pronóstico tanto de él como de Malraux, de que el fin del siglo XX iría a ser religioso, es decir, proclive no solo al sentido sino a deponer cualquier acto por fuera de la concepción de otro pacificador y ordenador, se habría cumplido. Un sin-sentido alienante de la existencia plena de actos delictivos, goces tormentosos del cuerpo, pregnancias toxicómanas, etc. nos llaman por el contrario a no deponer la mirada y el oído de la dirección salvadora de la subjetividad. Los psicoanalistas estamos atentos a los nuevos giros que nos demanda esta escucha. Y por ello, no solo es vigente el psicoanálisis sino que somos vigentes los que sostenemos su práctica, renovada por el estímulo de las nuevas presentaciones del sufrimiento, que nos exigen resolver nuevos enigmas.
Muchas veces se ha interrogado a los argentinos por su "fanatismo" al psicoanálisis pero éste no es patrimonio solo de este país: 45 instituciones del mundo nos reunimos cada dos años para la transmisión de sus inquietudes y de las respuestas acordes a la época. Desde Australia pasando por Europa, Estados Unidos, Latinoamérica, hasta Argentina, se dejan oír los avances del saber que nos ocupa y al que le debemos la responsabilidad de dar cuenta de ello.

La batalla contra el psicoanálisis

Si hay un libro negro del psicoanálisis es porque se pretende atenuar su influencia, rebajar sus logros, acallar sus verdades. Nadie se inquieta por lo que se detiene, por lo que está en pérdida. Y si el Psicoanálisis ha sufrido tantos embates y aún sigue vigente, es porque no puede ser ignorado cuando habla. No hay secretos para ello, no hay moda, no hay "negocios", no responde a políticas imperantes, no hay corrupción para lograr su permanencia.
Simplemente, habla.
Las TCC (terapias comportamentales y cognitivas) parecieran alimentar la idea de su declinación cuando intentan "desenmascarar al psicoanálisis de su pretensión de curar cuando solo mantiene a sus pacientes en su queja narcisista" Podría ser cierto, para quién tenga la tolerancia de soportar la neurosis interminable, del lado del analista, y del lado del analizante, para aquél que decida emplear su dinero solo para llorar sus dolores. No es extraño que a alguien le satisfaga lamerse sus heridas como todo alimento. Pero por allí no pasa el psicoanálisis, los analizantes son en todo caso, los principales detractores cuando la cosa no anda, y ello nos obligan sin dilaciones a afinar el oído.
Digamos, más bien, que la batalla contra el psicoanálisis se la hace desde afuera, desde aquellos que miran cómo algo puede funcionar sin comprender demasiado su clave. Sin vender espejitos de premura de resolución de los síntomas, sin aconsejar soluciones comportamentales. Pues el psicoanálisis, confía y espera que el sujeto se recupere, que reenvíe sus actos al lugar más digno según su deseo, que eleve sus proyectos a la dimensión de una creación, y que no se vuelva carne de los discursos imperantes.
Finalmente, que comprenda que la mejor herencia es contar con su inconsciente, ese universo simbólico que es de su propiedad, y con el cual puede responder ante la intrincada realidad que le toca vivir.
© LA GACETA

Ana Petros - Psicoanalista, presidenta
de Seminario Psicoanalítico.

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