No se dio cuenta y dejó al bebé en el estacionamiento

No se dio cuenta y dejó al bebé en el estacionamiento

La incorporación de la tecnología a la rutina acentuó la tendencia de las personas de extraviar objetos en comercios y en la vía pública. Un perro atado a una silla y una pistola en el ómnibus.

07 Junio 2009

Sus historias están llenas de olvidos, hallazgos y reencuentros. Hay personas que parecen haber nacido para perder cosas. Juliana Cabezas ya armó hasta un inventario de los objetos que dejó en alguna parte, muchos de los cuales aún no encuentra. Ella sola se ríe mientras cuenta que a veces pierde una hora diaria en busca de aquello que extravía. El anillo de casada le duró menos de un mes a esta abogada de 31 años. De tanto ponérselo y sacárselo, cree que una vez lo dejó en un baño de un bar. Volvió y no lo halló, pero sí descubrió que tal vez la joya había quedado al lado de un cajero automático. Tampoco estaba allí.
En sus relatos muestra humor y un toque de resignación. “Y sí, soy desordenada”, describe. Pero reconoce que hay cuestiones que no tienen perdón. Como una vez cuando salió de compras al centro con su bebé, que entonces tenía nueve meses. “Llevaba muchísimas bolsas, más el bolso de mi hijito, las llaves, el celular y los anteojos”, enumera. Cuando por fin llegó a la playa de estacionamiento, sonó el teléfono. Era una vieja amiga. Mientras hablaba, cargó en el baúl todas las cosas que había comprado, se sentó, encendió el auto y arrancó. Una cuadra después casi le da un ataque: “me había olvidado al nene en el cochecito”.
Ahora se ríe, pero en su momento lloró mucho. “Igual no mejoré. Sigo perdiendo todo: celulares, lapiceras, anillos, lo que sea”, admite. Aunque a ella jamás le devolvieron cosas que extravió en la vía pública, como una vez un monedero, Juliana encontró hace pocos días una billetera en la góndola de un supermercado y lo primero que hizo fue buscar una identificación para entregársela a su dueño.
“¿Quién no se olvidó algo alguna vez?”, fue la primera reacción de Rodolfo Quiroz, encargado de un bar céntrico. Estos locales, al igual que los supermercados, bancos, oficinas de pago de cuentas y cabinas telefónicas, suelen ser escenario de  numerosas pérdidas. Quienes trabajan en esos comercios dicen que en los últimos años, la incorporación de la tecnología a la rutina diaria, acentuó los olvidos de objetos porque las personas hacen muchas cosas al mismo tiempo y pierden la atención de sus pertenencias.

Cuestión de suerte
La mayoría de los establecimientos disponen de procedimientos para actuar cuando aparecen cosas extraviadas. Sin embargo, muchas veces estos objetos terminan en manos de “amigos de lo ajeno” y no se los encuentra más. Hay personas que tienen más suerte. Como el caso de Juana Castagno, docente de una escuela. Una vez se olvidó un saco en el banco de una plaza y cuando regresó, al día siguiente, el abrigo seguía intacto, en el mismo lugar.
Según Rodolfo Quiroz hay cuestiones corrientes que ya no le sorprenden, como cuando los clientes del bar dejan celulares, llaves, anteojos, lapiceras, agendas y hasta carteras sobre las mesas. Pero hay otras historias realmente extraordinarias: “una vez una mujer terminó de tomar el café, pagó y se fue. Al rato, cuando el mozo fue a limpiar el lugar vio que la señora había dejado a su perro amarrado con la correa a la silla. Después de tres horas, lo vino a buscar. Se quería morir de la vergüenza”, recuerda.
Apenas el cielo se cubre de gris y caen las primeras gotas, los empleados de comercios saben lo que vendrá: una tormenta de olvidos de paraguas. “Es típico; aparecen por todos lados”, recalca Matías Fernández, encargado de un supermercado céntrico. En ese local, hubo clientes que se fueron y dejaron carros llenos, pagados. “El personal de vigilancia maneja una planilla de hallazgos donde se describe la hora y el día, y luego se verifica si coincide con lo que declara el supuesto dueño así se lo devolvemos”, relata.
Los cajeros automáticos de los bancos también guardan un sinfín de historias de olvidos. “Encontramos de todo: ropa, objetos personales y tarjetas de débito”, describe María Belén, empleada de una entidad crediticia. En las playas de estacionamiento se podrían escribir libros con las anécdotas sobre automovilistas olvidadizos. “Tenemos clientes que a veces se olvidan el auto estacionado y vuelven al día siguiente a buscarlo. Nos dicen: ‘no me acordé de que lo había traído y volví a casa en el colectivo’”, detalla Ricardo Haro, que trabaja en una guardería. El nunca se va a olvidar de aquella vez que alguien se dejó un maletín repleto de dinero, sin identificación. “Cuando el dueño vino a  buscarlo estaba intacto. Ni siquiera nos dio una recompensa; hay gente que es muy desagradecida”, apunta.
En los baños de hoteles se pueden encontrar recuerdos inimaginables, según cuenta Mariela, que es conserje de un alojamiento. “Una vez llegué a encontrar una dentadura postiza; por supuesto que nadie reclamó”, rememora.
Los lugares ideales para perder cosas son los taxis y ómnibus. Y los choferes sí que lo saben. Habitualmente hallan celulares, documentos y billeteras, cuentan los trabajadores del volante. Y hay situaciones menos comunes: la vez que Rodrigo González, colectivero, encontró una pistola robada sobre un asiento, al final del recorrido, o la noche en que el taxista Miguel Peñalba descubrió que una pasajera había dejado sus zapatos taco aguja y había entrado en la fiesta descalza. A los pocos minutos, la operadora le indicó que debía volver a entregarle el calzado a la mujer, que luego se excusó: “perdone, es que estaba distraída, apurada”.

 

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