Una Babel de trinos y de alados saltimbanquis

Una Babel de trinos y de alados saltimbanquis

Análisis. Por Roberto Espinosa - Redacción LA GACETA.

29 Marzo 2009

Se paró en el ombligo de la plaza Urquiza. Cerró los ojos. Hizo un silencio. Comenzó a silbar hasta convertirse paulatinamente en una suerte de “Cuchi chalchalero”. A los pocos minutos los pájaros lo rodearon. Se le subían a los zapatos. Los más osados se posaban en los hombros. En la cabeza, abriéndole surcos en la gomina. Una Babel de trinos y alados saltimbanquis alborotaban el mediodía. “Ahora nos vamos a divertir un poco”, dijo. Empezó a silbar un poco más abajo del tono. El desconcierto se apoderó de la turba emplumada, mientras Gustavo Leguizamón carcajeaba con fervor.
Corría el año 88. Media hora antes, en el entusiasmo de la entrevista, el pianista y compositor salteño había sugerido: “La Universidad de Tucumán que tiene una Escuela de Música tan importante, debería tener un taller de pájaros para que sus alumnos aprendieran de la observación y la escucha. Cuando era chango, mi mama tenía una pajarera y por áhi, se le callaba un chalchalero. ‘Si me das un peso te lo hago cantar’, le decía y siempre ganaba la apuesta. Yo me pongo a silbar y los tengo a los pájaros al ratito a mi alrededor...” Leyendo mi expresión de asombro, dijo: “¿Que no me creís, Espinosín? ¿Dónde hay una plaza cerca?” Rumbeamos a la Urquiza. En el camino, lanzó varias carcajadas: “Alguien definió la música como la combinación de los sonidos. Vino otro y le agregó los silencios. Hasta que llegaron los rockeros y le pusieron los ruidos”.
La música no necesita de palabras para comunicar, para desencadenar sentimientos, estados de ánimo, sensaciones, no sólo en las personas. Tal vez porque todos llevamos un coyuyo en el corazón.

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