Animales al acecho en la jungla urbana

Animales al acecho en la jungla urbana

Cada vez hay más canes en las ciudades y los funcionarios no saben cómo regular la tenencia. Hacen leyes, pero no prevén formas de controlar y de hacerlas cumplir. Por Roberto Delgado - Prosecretario de Redacción.

16 Diciembre 2008

Cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro. Pero a veces el perro no quiere a nadie, ni siquiera a su dueño. Y ataca. Los veterinarios dirían que no hay perros malos sino malos dueños. Pero la empatía que tiene la gente con estos animales se cae cuando ocurren ataques como el del domingo en San Cayetano. Entonces se descubre otra realidad: las ciudades y los poblados pueden transformarse a menudo en una jungla peligrosa.
Yerba Buena es uno de los sitios marcados por el riesgo. Muy cerca de la urbanizada y congestionada avenida Aconquija circulan miles de perros domésticos sueltos, que entran y salen de sus casas y acechan a caminantes, ciclistas y motociclistas. Y dan conciertos y alborotos nocturnos. Los vecinos ya están acostumbrados y quien se va a vivir a "La ciudad jardín" sabe que deberá convivir con los perros de sus vecinos.
En algunos barrios capitalinos se da el mismo fenómeno, pero es particularmente intenso en la periferia de la ciudad, donde se calcula -según el director del Instituto Antirrábico, Jorge Sterpino- que hay dos perros por persona. EL funcionario afirma, sorprendido, que en el campo hay menos canes que en la ciudad. Y en el microcentro, aunque no hay muchos animales de razas grandes, los perros de compañía sufren un exceso de estrés derivado de la vida en los departamentos que no padecen los de las casas de barrio.

Cifras provisorias

Suena curioso. Pero la tendencia va creciendo. En 2002 se calculaba que había 50.000 perros entre Yerba Buena y la capital. Ahora se estima que sólo en San Miguel de Tucumán hay 60.000 canes, entre los callejeros y domésticos. ¿Es mucho? Nadie sabe decirlo. Pero en la ciudad de Córdoba -que tiene 1,5 millón de habitantes- se estima que hay 150.000 perros; los veterinarios opinan que esa cifra es un 4 % por encima de lo normal. Hay un perro cada 10 personas; ecuación diferente a la de la periferia de nuestra ciudad.
Los funcionarios nunca saben bien qué hacer con tantos perros sueltos. Desde la tentación de la eutanasia secreta (circulan leyendas de operativos realizados, hace años, por operarios en "La ciudad jardín" para hacer desaparecer los canes que acechaban de noche a los caminantes) hasta la ilusión de que alguna vez funcione de verdad el Centro de Recuperación Animal (Cenara) adonde llevan los perros capturados en la vía pública capitalina. Pero ni las supuestas campañas de exterminio sirvieron ni el Cenara -criticado constantemente en las cartas de lectores- funciona como para evitar que cada vez haya más perros en las calles y en los barrios. No se conocen resultados de las campañas de esterilización ni de vacunación. Tampoco se sabe cómo se aplicarán las nuevas normas para ordenar el paseo de los perros (con bozal) y evitar que dejen sus deposiciones en las plazas. Una ley de 1953 exige bozal y cadena, y nunca se aplicó. También la Ley de Contravenciones policiales contempla multas sobre quienes dejen a sus perros sueltos. Este artículo de la ley no se usa.
Desde hace tres meses rige en la provincia otra norma sobre registro de perros, pero aún no hay autoridad de aplicación. Y va a ser difícil hallarla. En Rafaela, Santa Fe, no se puede confeccionar aún un registro de perros porque la mitad de los poseedores de animales no se preocupa por ir a inscribirlos. Ahora, en el Concejo Deliberante de Rafaela, se debate cómo hacer allanamientos en las casas donde se denuncia que hay perros peligrosos.
Ayer, a causa del ataque del domingo  a un pequeño niño en San Cayetano por parte de un perro se conminó al dueño a que se someta a un tratamiento psicológico. ¿Servirá de algo? Los testimonios de personas atacadas por perros son coincidentes en cuanto a que nada cambió luego en las casas de los tenedores de perros -siguieron criando del mismo modo a los animales- porque siempre se consideró que cada caso había sido un accidente singular, no un riesgo en la jungla urbana. Y como la autoridad no controla ni sanciona, ni educa, las cosas no cambian o, más bien, empeoran. Se termina concluyendo que les asiste razón a los veterinarios: no tiene la culpa el perro sino quien le da de comer.

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