Le contagió el virus su novio cuando tenía sólo 19 años

Le contagió el virus su novio cuando tenía sólo 19 años

Una joven infectada con VIH da su testimonio.

01 Diciembre 2008

Mariana mira sin mirar. Aunque habla pausado acaricia su cabello con manos temblorosas. “No sé como empezar”, balbucea. Tampoco espera ayuda. “Al principio fue un calvario...un infierno sería la palabra justa”, se rectifica la joven, que hace cuatro años se infectó con VIH. “No podía concebir que mi novio me transmitiera el virus. Siempre fui reticente a intimar antes del matrimonio. Mis amigas me cuestionaban por eso. Pero él insistió. No me convenció, al contrario yo consentí porque lo amaba”, explica.
“Tenía 19 años y un millón de sueños y proyectos -agrega-. Sólo intimamos cuatro veces. Después comenzó a borrarse. Los celos me torturaban. Un fin de semana no vino. Salí a caminar y encontré a uno de sus amigos. ¡Bah!... a un carilindo que lo frecuentaba. El me puso en alerta. Me dijo ‘no logro entender que una chica linda e inteligente como vos seas tan ingenua. Tu chico es un ambiguo’. Lo miré sorprendida y antes de que reaccionará me preguntó ‘¿A vos también te gustan tanto los hombres como las mujeres?’ Lo insulté y me fui con su patraña destrozándome el alma. El resto de la historia ya no importa. Ya no está, se fue de aquí. Lo real es que soy VIH+. Nunca supe como él lo adquirió. Tampoco averigué si era bisexual. Sólo quería huir. Me hice el análisis y me dio positivo. Hace cuatro años que estoy en tratamiento”.

En familia
La tristeza, como un largo vestido amarillo, viste la piel pálida de Mariana. Otra vez inspira y exhala con énfasis. Observa el reloj y retoma el relato. No está apurada, sino incómoda.
“Lo más difícil fue decirles a mis padres”, subraya. “Primero se asombraron, después se quebraron -continúa-. Y un silencio culposo me arrancó el espíritu. Me sentí morir. Resucité cuando mi padre me abrazó y ambos lloramos como niños. Mamá se sumó al mar de lágrimas. Desde entonces nunca dejaron de apoyarme, de alentarme. Más duro resultó irme sola al test. Estaba aterrada. No quería encontrarme con algún conocido. Sentía que los ojos de toda persona que cruzaba me condenaban. La sensación era devastadora”.

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La superación
“Perdí la alegría y la fe. Extravié la esperanza. Fui marginada, mal juzgada, discriminada y exiliada a deambular por la nada. Muchos pasaron a mi lado sin verme, negaron mi presencia, rechazaron mi compañía. Me recluí varios meses en mi dormitorio hasta poder perdonarme y amarme”, agrega enfáticamente. “Pero hoy es diferente”, apunta con celeridad. “Resucité más fuerte, más humana y mujer. Aprendí a vivir con VIH, a cuidarme y a tratarme”, aseveró.
Una tenue luz se refleja en su mejilla. Ahora esboza una sonrisa. Contagia entereza y, sin pausas, cuenta: “me reconstruí de adentro hacia afuera. Por eso ahora disfruto cada instante. Apoyo a otros infectados y hago servicio. Ayudo a difundir el mensaje de prevención del VIH/sida. Los tratamientos y los medicamentos son más efectivos. Reencontré la esperanza. Ahora sé que con tratamiento continuo el VIH es una infección crónica. Y la investigación, como la evolución de las terapias, se aceleró. Ojalá que pronto descubran una cura”.
El día se termina y Mariana decide partir convencida de un mañana. Arrastra en su andar ese “ojalá que pronto descubran una cura”.
A lo mejor ese anhelo se cumpla. Quizás mañana.

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