El Viejo Vizcacha y nosotros

El Viejo Vizcacha y nosotros

Punto de vista III. Por Roberto Rojo. Filósofo - Profesor emérito de la UNT.

09 Noviembre 2008

Parto de la perogrullada de que la literatura goza de riqueza tal que cabe lanzar sobre ella disímiles miradas interpretativas. Por ello, tratar de caracterizarlas con algún fundamento es aceptar el desafío de un recorrido histórico rebosante de antagonismos hermenéuticos. Realistas, positivistas, historicistas, etcétera, exaltan las interpretaciones que defienden a la categoría de modelo o paradigma.
Quiero hacer valer un enfoque de tinte a ratos filosófico de la lectura de algunos fragmentos de de los Consejos del Viejo Vizcacha (Martín Fierro, Segunda Parte, XV). En otra ocasión, valdría la pena contrastar la moral utilitaria y acomodaticia contenida allí, con el sentido ético de los Consejos de Martín Fierro. Aquí sorprende el vuelo elevado, conceptual, no exento de un toque romántico, de la respuesta del payador Moreno a la requisitoria de Fierro "de dónde nace el amor", del mismo modo que Bécquer pregunta: "Cuando el amor se acaba, ¿sabes tú dónde va?". Consideraciones de esta índole echan por tierras las interpretaciones simplificadas y únicas de las grandes creaciones literarias.
Y qué decir del Martín Fierro con relación a la realidad argentina sino que son aspectos o partes de la obra los que configurarán una interpretación dada. Los consejos del Viejo Vizcacha reflejan fielmente algunos aspectos de la moral imperante entre nosotros: no son libres juegos forjados por la imaginación del poeta. ¿Quién de nosotros se atreve a negar que estamos habituados a practicar o a presenciar el uso de medios tortuosos y deleznables para hacer triunfar nuestra causa, sin importarnos lo que de verdad es justo? Y no menos grave es que alguien, como el Viejo Vizcacha o algún déspota de turno, se arrogue la potestad de un legislador que dicta no diré normas sino contranormas: esto es de signo contrario al de las normas.
Cuando la moral se rebaja hasta este punto, surge una visión del hombre negativa, escéptica, nihilista patente en algunos los "consejos". Así, todo hombre, por soberbio que sea, se pliega, cede ante las circunstancias adversas de la vida, sin exhibir el menor asomo de heroísmo. Por otro lado, mejor que colaborar en un trabajo es hacerse el sordo y aprovechar los resultados de esa acción.
Hay una imagen tradicional de desvalorización de la mujer, sin ningún rasgo que la ennoblezca, que hable del amor, de su entrañable relación con el hombre y de la inalienable función de la maternidad. En su lugar, el ladino Vizcacha aconseja no creer en lágrimas de la mujer y advertir cuán difícil es guardar a la mujer de la codicia de algunos hombres Ningún símil favorece a la mujer: "es un bicho" y "tiene el corazón como barriga de sapo", en alusión tal vez a la frialdad de los sentimientos
Pero no todo tiene sello negativo, es justa la ponderación de la experiencia (los años) como fuente de conocimiento: "el diablo sabe por diablo pero más por ser viejo".
Ante la falta de un modelo clásico, esto es de una moral vigorosamente fundada se percibe un aire vivificador de la moral tradicional cundo se aconseja no ser presa de la envidia, se exalta el valor del trabajo y el del ahorro; es además plausible la afirmación filosófica referente a la inquebrantable condición con que nacemos, lo que equivale a situarnos ante el destino inexorable: "el que nace barrigón es al ñudo que lo fajen"
En suma, "El Viejo Vizcacha" es un fragmento de la literatura nacional que expresa, no total sino parcialmente, aspectos vulnerables de nuestra condición de argentinos.

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