Sobre nuestra tradición de viveza

Sobre nuestra tradición de viveza

Punto de vista II. Por Hector Caldelari. Sociólogo - Profesor de la UNT.

09 Noviembre 2008

Tulio Halperín Donghi (Revolución y Guerra, pp. 240/ 241) cita un poema en homenaje al general Alvear, en ocasión de la ocupación de Montevideo (20 de junio de 1814): "?el retrato está esculpido/ por tu viveza y talento/ Ya lo confiesa el rendido/ y todo este pueblo en masa/ y el sagaz americano/ domina toda esta plaza".
La "viveza y talento" elogiados en "el sagaz americano" no se refieren a las virtudes guerreras de Alvear (que las tenía), sino a su asunción del mando en reemplazo de Rondeau cuando la victoria ya estaba prácticamente ganada - lo que le permitió cosechar para si los laureles de una larga lucha - y a que logró ocupar la ciudad sin combatir, gracias a una capitulación cuyos términos desconoció inmediatamente.
Halperín señala a la "viveza" como una cualidad que "pasa a alcanzar jerarquía de eminente virtud revolucionaria", aún cuando su práctica no se ejercita siempre "en beneficio de la patria", como podría interpretarse en el caso mencionado. En manos del grupo comandado por Alvear (la Logia), contribuyó al "deslizamiento de objetivos" que llevó a identificar "la supervivencia de la revolución con la conquista y conservación del poder por parte de un determinado grupo político" cuya solidaridad "cimentada en ambiciones y resentimientos comunes" reemplazó a los acuerdos y disidencias reales "en cuanto a la política a seguir por la revolución".
Astucia, disimulo, falsedad y engaño, en resumen "viveza", aparecen así desde muy pronto en nuestra historia con un papel destacado, asociados a la lucha por la obtención y conservación del poder. Por supuesto, no es este un rasgo original que diferencie a nuestras luchas políticas, pero lo que quizás sí nos destaque, y que la estrofa ya entonces traduce, es nuestra disposición a reconocer y celebrar el origen de los éxitos y "virtudes públicas" en el ejercicio de "vicios privados", no especialmente elogiables, entre los cuales la viveza ocupa un lugar destacado.
Podría señalarse como el caso más notorio en los últimos años la confesión de Carlos Menem ("si decía lo que pensaba hacer, no me votaba nadie"), quien al momento de esta declaración recogió no pocos elogios por su viveza. Pueden también señalarse algunos fracasos, atribuibles quizás a escasa pericia en la ejecución de la avivada, es decir, a falta de viveza. Entre estas maniobras frustradas, aunque concebidas bajo la guía de la viveza, podría ser incluido el intento de desplazar a un miembro de la Suprema Corte de nuestra Provincia, apoyándose piamente en una trayectoria política "recién descubierta" y en la indignada censura a sus múltiples ocupaciones y fuentes de ingresos, aunque en realidad orientado claramente a facilitar el logro de algunos objetivos del Ejecutivo.
La recurrente utilización de la viveza para resolver situaciones políticas suele recibir reconocimiento y elogios cuando la práctica culmina con éxito. Cuando fracasa, solo recibe una tibia condena, expresada generalmente mediante la ironía. Ambas reacciones no contribuyen, por cierto, al desarrollo de la confianza en nuestros dirigentes ni a la firmeza de nuestras instituciones.

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