El eterno malabarismo de ser madre y trabajadora

El eterno malabarismo de ser madre y trabajadora

El valor de la "familia extendida" es fundamental para el desarrollo profesional de una mujer. Siempre hay un pariente para cuidar los chicos, plantea una especialista que considera que al hombre le ha llegado la hora de compartir responsabilidades hogareñas con el fin de forjar a los futuros trabajadores.

14 Octubre 2008
No sé con quién dejar a los chicos. Tengo que llevar la ropa a la lavandería. Debo presentar los informes mañana al mediodía y no llego. ¿Cómo puedo conciliar la vida personal con el trabajo? A menudo se plantean estas preguntas entre las mujeres que son madres y trabajadoras argentinas. Mientras en Europa ensayan un plan integral para generar más guarderías con el fin de no bloquear la inserción de la mujer en el ámbito laboral, en nuestro país (con más fuerza en el interior) aún existe un capital no tan valorado o difundido: el apoyo de la denominada familia extendida. Un hermano, un tío, una abuela u otro pariente cercano contribuye al desarrollo profesional de las mujeres, muchas de las cuales -sobre todo las que el domingo festejarán su día- sufren aún un sentimiento de culpa por verse en la necesidad de salir al mercado laboral para contribuir con la economía familiar en tiempos de crisis.
Para una buena conciliación entre la vida familiar y el trabajo no hay nada mejor que fijarse, inicialmente, las prioridades, plantea a LA GACETA Patricia Debeljuh, doctora en Filosofía y experta en Conciliación Trabajo-Familia y Liderazgo Femenino. "La familia argentina es más sólida que la de otros países, como por ejemplo, los europeos, donde se están perdiendo los vínculos", dice la especialista, quien residió durante varios años en España. Debeljuh dictó en esta ciudad charlas sobre Responsabilidad Social Empresaria y conciliación familiar, organizadas el estudio Colombres, Giraudo & Estofán y por ACN (Asociación Cultural del Norte).
La también profesora investigadora en ética para los negocios (UADE) puntualiza que, por naturaleza, la mujer está acostumbrada a acumular preocupaciones ("tiene la capacidad de estar en varios sitios a la vez"). Por esa razón, "no podrá ser siempre la mujer 10 y debe ser consciente de sus propias limitaciones", indica. En ese sentido, afirma que es necesario delegar y confiar tareas en los demás, ya sea en el ámbito laboral, como en el familiar.
El pensamiento de la mujer no debe estar focalizado sólo en las "penalizaciones que, a priori, hace el mercado laboral argentino", por su condición de madre, plantea Debeljuh, quien acota que es necesario replantear las reglas de juego laboral.
En muchos casos se da que mientras desarrolla una actividad en la oficina, esa misma trabajadora está pensando qué harán sus hijos en el colegio o en la casa. "Es la eterna malabarista que tiene varias cosas entremanos, que no se agobia ni se cansa por los suyos", define Debeljuh. Sin embargo, en ese eterno juego del malabarismo la mujer argentina, trabajadora y madre, puede tirar al aire varios platos para hacer su rutina. "La mayor parte de esos platos (las responsabilidades cotidianas del trabajo, de la organización profesional o de sus cuestiones personales) son de plástico y hay uno solo que es de cristal: la familia. Debe evitar que este último se caiga, porque si se rompe, tal vez luego no se recomponga", indica.

El complemento perfecto
En toda familia hay responsabilidades compartidas. Tanto el hombre como la mujer pueden tener las mismas responsabilidades laborales..., pero también están las familiares. "Está comprobado que el complemento de tareas entre la mujer y el hombre mejoran no sólo la sintonía familiar, sino también la del trabajo. Hay empresas que resultan ser más productivas cuando cuentan en su plantel con equipos mixtos de trabajo", señala la especialista. "Ese complemento enriquece", justifica.
Recordando una frase de la filósofa española Blanca Castilla, Debeljuh expresa que a la sociedad le hacen falta más madres, y a las familias, más padres. "Las mujeres pueden contribuir con sus competencias específicas de ser madre y mujer para un mejor desarrollo de la sociedad y, en ese contexto, el varón debe recuperar su rol familiar", agrega. Desde su punto de vista, hay una necesidad imperiosa social de que el hombre "vuelva a casa" con el fin de disfrutar el paso de los años con sus hijos y que comparta las tareas domésticas con su esposa, también trabajadora.
El quiebre de la concepción paternalista del trabajo se observó, en la Argentina tras la profunda crisis económica de fines de 2001. Fue el surgimiento en nuestro país de la denominada generación laboral "Millenials" (el mercado los define como todos aquellos profesionales que han entrado al mercado laboral después de julio de 2000).
De su experiencia en el MBA de la Escuela de Dirección de Empresas, Debeljuh rescata un parámetro: las nuevas generaciones no quieren repetir el viejo modelo laboral que observaron dentro de su entorno familiar. "Ellos no quieren ser como aquel ejecutivo que triunfó en su carrera, pero que ha conseguido todo a costa del tiempo de su familia (y no a través de un proyecto familiar)", indica. Más traumático les resultó a esos jóvenes que muchos de sus padres fueron dejados cesantes por las compañías en las que desarrollaron sus carreras durante la crisis de 2001.
"Por eso es que se observa que los jóvenes profesionales de la actualidad tienen otras prioridades: aspiran a trabajar sólo un tiempo y el resto de la jornada volcarlo hacia otras actividades sociales o familiares; planean viajar y disfrutar del tiempo, y ya no se plantean que el trabajo es de por vida, sino que son más flexibles a la hora de aceptar una propuesta", enumera Debeljuh.

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