Una historia sin encanto sobre la sexualidad deformada y enferma de nuestro continente

Una historia sin encanto sobre la sexualidad deformada y enferma de nuestro continente

un libro que no se define entre la denuncia ideológica o el morboso recuento de aberraciones.

20 Julio 2008
El texto se inicia con la frase: “La historia de la sexualidad es la historia de la humanidad”; sin embargo, en lo que sigue, se estrecha de modo inusual el sentido de sexualidad -que debiera incluir además de poder, amor, erotismo, placer, sensualidad, sublimación y hasta picardía-, y se la reduce a una historia oscura y brutal sobre el sexo desprovisto del gesto humano que lo transforma. La intención es relacionar íntimamente el exceso de poder de algunos señores con prácticas sexuales aberrantes, lo que, a su vez, no queda demasiado probado. Con estilo fluido -en el que se percibe el oficio de narrador- y al mismo tiempo duro, seco, sin concesiones y sin encanto, narra la historia de la sexualidad deformada y enferma de nuestro continente; va desde los pueblos aborígenes, a los que celebra por su cordura y libertades, pasando o mejor dicho, deteniéndose, con todo detalle en los abusos y horrores de la Conquista de los españoles en estas tierras, hasta llegar a las Provincias Unidas del Río de la Plata en la época de la Revolución de Mayo.
En 250 páginas, con aspiración a transformarse en crónica histórica, enumera una larga lista de depravaciones, torturas, vejaciones, ocultamientos, mentiras, hipocresías, etcétera, relacionadas con el sexo ejercido desde los poderosos sobre los aborígenes. Se detiene, por ejemplo, con cierto regodeo, en la relación enferma de sexo y torturas, en violaciones a niñas, en la historia de la sífilis -cómo llega esta a América después de un largo periplo- en Don Pedro de Mendoza, quien vino ya sifilítico en busca de algún alivio para su enfermedad, y cierra el capítulo con poca elegancia y, para ser un cronista, ninguna vocación histórica. Dice allí: “La conocida imagen de Juan de Garay clavando el madero en tierra durante el acto de la segunda fundación de Buenos Aires, acaso haya querido dejar en alto el honor español, habida cuenta de que el primer fundador, según consta, no tuvo la posibilidad de enterrar palo alguno” (pag. 92).

Nadie se salva
En las últimas 40 páginas la narración se aligera; aquí le agrega algunos ingredientes banales, propios de una sociedad pequeña como era el Buenos Aires de entonces, sobre un tal Doctor Juan Madera y su odio a los homosexuales; sobre el juicio de disenso que Mariquita Sánchez les hizo a sus padres para poder casarse con su enamorado Thompson, y cosas semejantes. Fuera de ello, ningún atenuante matiza las terribles descripciones de prácticas sexuales ejercidas sobre las mujeres indígenas por los señores colonizadores y otros dueños del poder. Nadie se salva, ni curas, ni obispos, ni señor alguno bien portado, que, sin duda, lo habría. Todo está teñido de una mirada tendenciosa sobre la sexualidad. Capítulos cuyos nombres son ya de por sí reveladores nos dan una pista del tono del libro: Cristóbal Colón, héroe y proxeneta; El harén de Cristo; Nueva Sodoma; Sifilización y barbarie; El sexo y el castigo; El sexo en el beaterio; El abuso sexual en tiempos de la colonia; Maridos y proxenetas; Querer no es poder; Los de arriba y los de abajo en el sexo; etcétera. Figura una bibliografía variada de la que, según parece, extrae las citas.
Al terminar con su lectura el lector se pregunta si se trata de simple marketing, de un recorrido por actos aberrantes con morboso placer, o de una denuncia ideológica; quizás es todo eso junto: una apuesta fuerte, sin duda. La sensación final, luego de este recorrido, lejos del placer que otorga la lectura de un buen libro o de lo que sería la información de una buena crónica sobre el poder de la sexualidad en la cultura, tal como lo hizo Freud, es de puro y simple pavor ante la mirada sesgada y frívola con la que aborda el tema. El libro promete dos partes más en las que seguirá con la historia del sexo... y de la humanidad, supongo.
© LA GACETA

Cristina Bulacio


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