Vidaleando la vida

Vidaleando la vida

Por Roberto Espinosa - Para LA GACETA - Tucuman.

TODO UN CREADOR. El “Chivo” es el compositor más importante de folclore que ha dado Tucumán. TODO UN CREADOR. El “Chivo” es el compositor más importante de folclore que ha dado Tucumán.
15 Julio 2007
A Rolando "Chivo" Valladares

Un reventón de corzuelas sacude el monte. Un duende de ojos claros, encorvado de penas, estremece una vidala en su cuerpo. En su alma duerme como una sombra un silencio de ecos. El canto despojado se adueña del aire. Esquirlas de lapachos, de tarcos saltan como un silbido en la llamarada de la siesta. Solo. Está apunado por un sentimiento que le espolea el corazón como un latigazo. El viento le trae unas hojas. Son letras de canciones que le raspan la memoria. Las levanta con el alma y las deshoja en silencio. Un lento señor del obraje se sienta en su mirada y le trae rumores de una zamba. Ese carrero, gritador y polvoriento, le confunde la huella de los recuerdos. Es un duende desmemoriado que sueña despierto con Telésfora Castillo, esa dulce moza que titila en el fuego. Telesita le decían? Piensa que quisiera ser tiempo para no tener olvido?
El frío le encoge en las pupilas el amargo azúcar de un ingenio. Un coya ha tropezado con la muerte, molido por los dientes de un trapiche. En el cañaveral, el invierno le ha mordido los dedos del sufrimiento. En un galpón se amontonan sus changuitos y sus compañeros. Polenta y fideos es el menú zafrero. La sangre ha salpicado la noche y llora a un coya muerto. Dicen que se murió sin querer, casi forzado, y vino el capataz rompiendo vales a dejarlo cesante por finado? En la noche del ingenio, una luna de hielo escarcha el canchón. El duende piensa que esa es la luna del pobre que alumbra la pobreza en una paila de cobre.
El duende levanta otra hoja. Una melodía salta en el aire como si fuera un pentagrama. Un tarco balbucea coplas. Una sombra alfombra esperanzas matacas. Los indios se quiebran en una baguala. Soledad, dolor, muerte en su vida se entretienen. El duende va y viene entre penas chiriguanas? Bruscamente, un horizonte de galaxias eleva su mirada, buscando a su amada en el corazón del universo. Veloz como una luz en sombra, sus manos tocan su cuerpo, desnudando un misterio. El amor tiembla en sus brazos, cortándole la respiración al tiempo.
Un romero está con fiebre, con fiebre de un recuerdo. Un amor se ha perdido en las lágrimas de un pañuelo. En la guitarra retoñan coplas acuarteladas en la pena. El duende respira hondo. La nostalgia es enredadera que baja del cerro. Ella lleva en sus labios sus pedazos de sueños. Se ha ido lejos en una noche de luna alumbrando quebradas errantes, fabricantes de viento. El la busca por las cumbres, por los despeñaderos? En la ciudad, rastrea a la flor que le ha perfumado el corazón. La plaza Alberdi es reventón de vinos amanecidos. De gente que espera el alba en un boliche. En los andenes bailan pañuelos de despedida. Frío. Desvelo. El último cochero bebe la ginebra del ayer. En el estribo del silencio viaja un viejo amor. El duende deambula en las cantinas. La angustia es acullico que coquea su canción. "¿Qué se amontona en la noche?, ay amor, perdóname?"
La alegría le brinca en las patas cuando por Tucumán anda. El duende resbala por el alba. El olor a azahares le ventila el alma. En el lila del tarco, en el rosa del lapacho, danzan suspiros enamorados. El arroyo de su sangre moja la mañana con un trino hecho zamba. Las cañas ondulan el verde de la vida y le recuerdan a esa tucumana que él ha querido. Cascadas, montaña, llanura florecen en su sonrisa. Una ausencia de ojos negros va ahora por la tarde, encendiendo un sentimiento. Es una rosa esquiva que nostalgia en el costado de su pecho. El quisiera ser viento para alcanzar con un suave manotazo ese recuerdo.
Polvorientas migajas de viento se cuelan en el paisaje. El calor rebota en la tierra. Nubes que viajan como esteros en el cielo. El sol complica la sed de los cardones. En Amaicha del Valle, la lluvia es visita de médico. El duende encuentra bajo una piedra la letra de una canción. La moza le desconfía a su tristeza y se evapora en un beso. En el lomo del horizonte silba un zorzal, acunando a las acequias, alborotando a las torcazas. El duende se envuelve en el alba y se acuesta pensativo bajo el sauce. En el río del olvido, desanda viejos caminos, rastreando a ese amor que se ha ido. El destino tiene ramas, caminos que se tocan y se separan. Dicen que bajo ese sauce solo él la ha querido. En una zamba pena arrepentido.
Dicen que la felicidad es como una corzuela: salta por aquí, brinca por allá, sólo cuando quiere se acurruca en algún lugar. El duende la sigue buscando. Si su llanto no la encuentra, quién la ha de encontrar. Su corazón vidalea una nostalgia. En su voz reviven los ecos de su adiós. Una zamba merodea ahora el agüita de sus claros ojos. Farfulla para sus adentros: "Tal vez te consolara saber, mi vida, que como abrojo en mi alma te llevo prendida". La ternura se le amontona en la barba. Un brote de vida nueva crece en la esperanza. En la giba de sus pensamientos, el duende se estremece con ese amor que en sus manos mece. En las hojas de las huellas, entre las piedras, ha encontrado la vida en sus canciones. Rolando Amadeo, ese Chivo Valladares, se mira en el espejo del alba y echa a rodar en Tucumán la vidala de su alma. © LA GACETA

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