La lógica del enemigo como instrumento ideal

La lógica del enemigo como instrumento ideal

Punto de vista por Gustavo Martínez Pandiani, decano-Fac. de Ciencias de la Comunicación Social-Univ. del Salvador. Exclusivo para LA GACETA.

13 Noviembre 2005

En 1513, Nicolás Maquiavelo aconsejaba al celebre Príncipe aglutinar su reino y elaborar su discurso con base en la exhibición de una contrafigura amenazante que justifique su poder. Han pasado casi 500 años y la lección del consejero florentino parece reflejarse en el fuerte discursivo elegido por el presidente Néstor Kirchner para sostener los altísimos niveles de imagen positiva que retiene en la opinión pública.
El proyecto K comenzó hace poco más de dos años como una empresa endeble, cuyo capital inicial era un escuálido 22% de los votos y un aparato territorial alquilado. El contundente triunfo del Gobierno nacional en las elecciones legislativas del 23 de octubre pasado deja en claro que esa debilidad es historia.
Durante el mes pasado, Kirchner optó por no renovar el contrato de leasing que lo unía al duhaldismo y decidió contar con un local propio, más grande y abarcativo, llamado Frente para la Victoria. No obstante, la consolidación del poder del kirchnerismo deviene, en primer término, de su aplastante éxito en el campo de lo simbólico.
En rigor, el jefe de Estado ganó la batalla electoral porque antes logró imponerse en la batalla discursiva. Sucede que en el peculiar mundo del discurso, la clave radica en aprovechar al máximo los recursos emotivos y los roles estereotipados que ofrece hoy la aguda personalización de las pujas políticas. Y, para ello, el señalado pragmatismo de la "lógica del enemigo" resulta un instrumento ideal.
Así, el tan mentado "estilo K" eligió desde el comienzo señalar la existencia de una contracara que agudizara la contradicción. Desde la campaña electoral de 2003, el papel principal de contrafigura del proyecto kirchnerista fue ocupado por Carlos Menem. Dueño de una imagen negativa tan pronunciada como irrecuperable, el riojano era el obvio "malo de la película" en el escenario político argentino.
A principios de este año, el rol del villano fue transferido al ex presidente de la Nación, Eduardo Duhalde, tras ser este catalogado como "El Padrino de la nueva etapa".
Hasta la retórica oficial puesta de manifiesto durante el esgrima verbal con el presidente de los Estados Unidos, George W. Bush en la IV Cumbre de las Américas, que se desarrolló en Mar del Plata, podría ser enmarcada en esta estrategia de corte confrontativo.
No caben dudas de que el discurso K identifica a la opinión pública, y no a un partido en particular, como su principal sostén y aliada.
El presidente Kirchner ha entendido mejor que nadie que, desde la crisis económica, política y social de 2001, la dialéctica entre "lo viejo y lo nuevo" ha calado hondo entre los argentinos. Dos siglos atrás, George Canning definió la opinión pública como "el poder más tremendo que se haya conocido en la historia de la Humanidad". Lo que no dijo Canning es que dicho poder es esencialmente volátil y difícil de dominar.