Gente negativa

04 Jun 2017
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Igor, el amigo de Winnie Pooh

Es difícil no sentirse atraído por las personas con “buena onda”. Salvo que el optimismo sea una especie de máscara, más cercana a la negación y a la resistencia a la intimidad que a un modo de ser genuino… casi todos nos sentimos muy a gusto con las personas que mantienen una mirada positiva frente la vida. Y es que esta forma de ser tiene la capacidad de inspirarnos, como una suerte de “irradiación” que contagia, que nos hace sentir energizados y con ganas de rescatar nosotros también la mitad llena del vaso.

Simétricamente, es común lo contrario: que quienes tienen la costumbre de conectarse con lo negativo nos generen rechazo. Como si se tratara de un “mufa”, o un “aguafiestas”,  la mayoría evita lo más posible estas compañías. Porque tienen un efecto aplastante, cansador… y hasta aburrido. Desde luego que no se trata de dividir a las personas entre los que están “pum para arriba” y los que andan “para atrás”: todas las vidas tienen componentes tristes y alegres y es saludable poder compartir ambos con los que más queremos. El problema se presenta cuando, más allá de las circunstancias, aparece una constante que se complace en la negatividad, la queja, la insatisfacción.

Esta manera de ser ha sido bautizada “síndrome de Igor”, en referencia al melancólico burrito, amigo de Winnie Pooh, que parece no estar nunca contento ni lo suficientemente motivado como para despertarse de su estado somnoliento, letárgico.

Los “Igor” manifiestan una tendencia a expresar tristeza, incomodidad e insatisfacción a lo largo del tiempo y porque sí, sin que esto responda a una situación particular. Es tan tóxico este estilo en una relación de pareja (y en todas las relaciones), que los estudios realizados durante períodos largos en todo tipo de grupos –adultos mayores y jóvenes, gays y heterosexuales, casados y concubinos, de distintas razas, etc.- son coincidentes en los resultados: las probabilidades de ruptura de la relación son muy altas.

Ocurre que estas personas no se sienten tristes y apesadumbradas de vez en cuando: lo están casi siempre, salvo momentos breves y excepcionales. Y esto las lleva a comportarse de manera improductiva en la relación: con dificultades para cambiar frente a las circunstancias cambiantes, sin desarrollar estrategias para resolver activa y eficazmente las situaciones que les molestan, faltos de iniciativa para proponer actividades destinadas a  disfrutar, revitalizar la pareja y romper con la inercia de la negatividad.  Tan sólo se lamentan, despliegan su malhumor, gritan, se encierran.

Aunque –obviamente- en los comienzos de la relación los “Igor” no despliegan todo el abanico de sus malos hábitos (no porque sean mentirosos sino gracias a los beneficios del enamoramiento y su delirio), no tardan demasiado en mostrar la hilacha. De ahí que sea tan frecuente que sus relaciones no sean precisamente duraderas. Por este motivo es importante que quienes reconozcan en sí mismos una tendencia marcada, un vértigo hacia la negrura, estén honestamente dispuestos a remontarla, a trabajar para incorporar nuevas actitudes o maneras de ver la realidad.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.