Hijas devotas

30 Abr 2017
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Glenn Close y Meryl Streep en "La casa de los espíritus"

Que una mujer renuncie a una vida propia y se consagre al cuidado de sus padres parece cosa de otro siglo. En todo caso hoy en día es más frecuente lo contrario. Es decir, el abandono de los padres por parte de sus hijos adultos (“una madre puede mantener a cinco hijos, pero cinco hijos no pueden mantener a una madre”, suele decirse irónicamente). Sin embargo, casi todos los psicólogos –tanto como otros profesionales de la salud- nos hemos encontrado en nuestra práctica con este tipo de mujeres, que llevan su responsabilidad de hijas a límites insalubres. Un desajuste que puede ser muy conveniente para el resto de los hermanos, quienes, por lo general, han formado pareja y familia y descansan tranquilos en la cuidadora que tan bien asume el rol que más o menos implícitamente se le ha designado.

Un clásico ejemplo en el cine puede verse en “La casa de los espíritus”, película basada en el libro de Isabel Allende, donde Glenn Close interpreta magistralmente a Férula, una mujer condenada a dejar de lado sus deseos y vivir una existencia sin halagos de ningún tipo para dedicarse a atender a una madre enferma y demandante.

 

El complejo de Antígona

 

En 1965, Benjamin B. Wolman, el fallecido psicólogo y escritor polaco-estadounidense, describió lo que se conoce como “complejo de Antígona”: el caso extremo de fidelidad y amor hacia los padres por parte de una joven. Situación que la lleva a sacrificar su “salida al mundo”: formar una pareja, interactuar socialmente con libertad, crecer en lo profesional, etc. Esto produce un deterioro significativo en los distintos ámbitos vitales de la persona. Las Antígonas, como refiere Wolman, “no aceptan las leyes de la vida y el amor”. Es decir, que lo saludable y evolutivo, llegado un momento, es abandonar la casa paterna; y que el amor es expansivo, por lo que no debiera quedar reducido a unos pocos destinatarios.

La referencia es naturalmente griega: Antígona es un personaje mitológico, hermana de Eteocles, Ismene y Polinices y, como ellos, fruto del incesto de Edipo con su madre Yocasta. Cuando Edipo decidió cegarse al descubrir que no había podido escapar de su horroroso destino, tanto ella como su hermana Ismene se convirtieron en lazarillos de su padre. De regreso a Tebas, Antígona no respetó la prohibición del tirano Creonte e intentó enterrar a su hermano Polinices. Descubierta mientras lo realizaba, fue encerrada viva en la tumba de sus antepasados, donde se ahorcó. Su amado, Haemon, hijo de Creonte, se suicidó al conocer la noticia.

 

La vida está afuera

 

Este modo de vivir la vida ¿tiene, al menos, “beneficios secundarios”? Claro que sí, como ocurre con casi todas las conductas disfuncionales que muestran resistencia al cambio. Pero lo que indiscutiblemente produce es un alto costo psicológico y existencial que se manifiesta tarde o temprano. Y es que la frustración, el enojo y la sensación de no haber tomado las riendas de la propia vida suelen explotar de la manera y en el momento menos pensados, ocasionando mucho sufrimiento.

No sólo esos supuestos beneficios mantienen a estas personas –por lo general mujeres, aunque no siempre- sin poder dar los esperables pasos evolutivos. Tampoco ayudan los sentimientos de culpa -a veces muy acentuados- en relación a dejar a los padres, los temores y fobias de todo tipo (a sufrir, a la intimidad sexual, a sentirse expuesto, vulnerable, etc.), agravados por contextos familiares “cómplices” o el estilo excesivamente demandante de algunos padres mayores.

Pero “la vida está afuera”, como decía una publicidad de aspirinas. Y la psicoterapia puede ser un buen comienzo para ayudar a quienes, si así lo desean, se atrevan a “abrir la puerta para ir a jugar”. 

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.