El mito del amor romántico

15 Abr 2017
1

El mito del amor romántico

Almas gemelas, media naranja, amor de mi vida... Estas y otras expresiones se hacen eco del arraigado mito del amor romántico. Es decir de la idea, sin duda utópica, de que existe allí afuera una persona perfecta para cada uno de nosotros, capaz de completarnos, de hacernos sentir felices y plenos. Una idealización que se remonta a “El Banquete” de Platón, en el Discurso de Aristófanes. De acuerdo al mito platónico, en un pretérito origen eran tres los sexos de los seres humanos: uno femenino, otro masculino y un tercero andrógino que participaba de ambos. Eran esféricos, tenían cuatro brazos, cuatro piernas, dos rostros y dos órganos sexuales, estando unidos por el vientre. Estos seres fuertes y vigorosos pero también muy arrogantes, atentaron contra los dioses. Como castigo fueron partidos por la mitad y desde entonces el Amor trata de unirlos. Así, cada mitad de un hombre y una mujer primitivos (los homosexuales) y las mitades del andrógino (los heterosexuales), buscan reunirse y fundirse con el amado, para volver a ser uno solo y encontrar la felicidad. 

Creencias peligrosas

El mito del amor romántico contiene una serie de ideas erróneas -y peligrosas- en torno al amor de pareja. El de la media naranja es, quizás, el más típico. Y uno de los responsables del sufrimiento de buena parte de los que están solos. ¿Por qué? Porque conduce a creer que estar sin una pareja es estar incompleto, viviendo una vida de segunda, sin la posibilidad real de acceder a la “verdadera” felicidad, esa que sólo puede proveernos la persona indicada.

En concordancia con esta falacia está la de creer que el amor “todo lo puede”. Una noción tan promisoria como irreal cuando de parejas se trata: aunque al enamorarnos estemos convencidos de que lo que sentimos es tan fuerte y poderoso que sería capaz de disolver todos nuestros problemas… no es así (como se comprueba una vez que pasa el período de idealización y enamoramiento). Por supuesto que contar con un/a compañero/a en un vínculo sano nos enriquece y hace más fáciles algunas cosas, pero de ninguna manera tendrá efectos mágicos sobre nosotros. Es decir, el amor no viene a arreglarnos la vida: ese trámite es personal y no podemos delegarlo.

No menos erróneo es pensar que la persona que amamos -no importa qué tan graves sean sus defectos o malos hábitos- va a cambiar gracias a nuestro amor incondicional. Infieles, celosos, controladores, demandantes, abúlicos... Se convertirán en lo contrario por la fuerza del amor (hay también una fantasía de omnipotencia en esta postura). Del mismo modo, “el amor todo lo perdona” es una expresión sin duda válida para el amor divino -y algunas excepciones del amor humano-, pero definitivamente temeraria en los muchos casos en que no hace más que convalidar todo tipo de maltratos en una pareja.

Comentarios

Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.