02 Abr 2017
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Viudos

En los sesenta, los psiquiatras estadounidenses Thomas Colmes y Richard Rahe realizaron un estudio para estimar qué tan estresantes nos resultan ciertos acontecimientos de la vida. De allí surgió la famosa escala que lleva sus nombres, la cual sigue siendo una referencia obligada cuando se habla de estrés disfuncional. En esta escala, integrada por una lista de casi cincuenta sucesos vitales (no todos necesariamente “negativos”), la “muerte del cónyuge” ocupa el puntaje más alto como estresógeno.

Son muchos los factores que inciden en el impacto de una pérdida semejante: la calidad del vínculo, los años de relación, la edad de los miembros de la pareja, la existencia o no de hijos (y sus edades), las circunstancias de la muerte, la presencia de redes sociales de contención, etc.

El duelo

La falta de interés en las actividades sociales es frecuente: forma parte del cuadro de reacción depresiva aguda que supone un duelo. Como es lógico, la energía está puesta en sobrellevar la tristeza, asimilar la pérdida y reacomodar la vida de la mejor manera posible (incluyendo los inoportunos e ineludibles trámites de orden práctico y doméstico que se generan cuando muere alguien). De modo que no es raro que el deseo sexual también se retire por un tiempo.

Pero pasado un lapso, lo esperable es que la herida empiece a cicatrizar y la vida, que no se detiene, vuelva a conectar a estas personas con el interés sexual. Respecto de los varones heterosexuales, puede decirse que, al menos potencialmente, la “oferta” de mujeres es bastante amplia y variada. Y esto, aunque parezca extraño, puede ser vivenciado como intimidante para el que vuelve al ruedo después de muchos años.

Un síndrome

Masters y Johnson llamaron “síndrome del viudo” a las dificultades en la respuesta sexual que puede presentar un hombre luego de un período de abstinencia más o menos prolongado vinculado a la enfermedad y muerte de su esposa. Es el caso de quienes debieron asumir el papel de cuidadores de sus mujeres enfermas, realizando un acompañamiento cada vez más absorbente y doloroso. Una situación que no suele dar lugar, obviamente, a las relaciones sexuales conyugales. Y que tampoco convoca a las extramaritales (ya sea por fidelidad, por sentimientos de culpa o por la ausencia de deseo sexual dadas las circunstancias).

Este síndrome se manifiesta en forma de dificultades eréctiles y/o eyaculación precoz cuando, llegado un momento, el viudo intenta reiniciar su vida sexual. Múltiples factores convergen: los coletazos del duelo, el efecto “batería descargada por falta de uso”, la ansiedad que genera el mandato de tener que “cumplir”, la presencia de estímulos sexuales diferentes, por nombrar algunos. Hay quienes, incluso, pueden llegar a sentir que de algún modo están traicionando a su esposa (o que deben ocuparse de sus hijos y no pueden darse el “lujo” de destinar tiempo y energía a estas cuestiones). Otros, en realidad, presentan disfunciones sexuales de larga data -previas a la viudez- pero que, frente a las nuevas posibilidades de conquista, quedan expuestas.

Lo deseable es que estos problemas se disuelvan a medida que la persona va tomando mayor seguridad y confianza en sí misma. Pero en otros casos se hace necesaria la consulta a un especialista, que la ayude a reconectarse con la vida desde lo erótico.


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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.