Lindos y lindas

15 Oct 2016
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Brad Pitt y Angelina Jolie.

¿Cómo negar la importancia que damos a la apariencia física a la hora de la conquista amorosa? Lo más frecuente es que, quienes están en plan de búsqueda, le presten mucha atención al tema e inviertan tiempo y dinero en “producirse”, en optimizar al máximo sus mejores atributos. Pero, curiosamente, es menos común admitir cuánto valoramos este asunto en un/a potencial compañero/a. Por eso, cuando se nos pregunta por la pareja ideal, decimos admirar cualidades como la sinceridad, la bondad o el sentido del humor. Desde luego que estos son rasgos muy valiosos de encontrar en un candidato/a. Sin embargo, se ha comprobado reiteradamente que, en la atracción inicial, el aspecto es lo primero, para todos (o casi todos). 

¿Por qué lo físico nos importa tanto? Probablemente porque la apariencia de una persona es la primera información que tenemos sobre ella y tendemos a creer que lo exterior nos está informando sobre lo que ocurre a nivel interno (hasta constituye una de las leyes del antiguo y famoso “Kybalion” egipcio: “como es afuera es adentro”).

Encuestas realizadas a hombres y mujeres heterosexuales revelan, por otra parte, que ellos suelen preocuparse más por la belleza de sus compañeras y también son más propensos a admitir que quieren a su lado mujeres hermosas. Otro dato significativo es que, cuando una mujer es mayor que su pareja masculina, es probable que ella sea muy atractiva (algo que no sucede necesariamente cuando el mayor es el hombre).

Estudios curiosos

En los 90 se realizó en Estados Unidos un estudio sobre parejas que se habían formado siendo muy jóvenes, en los 60. Los resultados pusieron de manifiesto que los hombres que se calificaban a sí mismos como atractivos y como un “buen trofeo” estaban, en general, muy satisfechos con sus parejas al cabo de 15 años. Por el contrario, las mujeres que se autopercibían de modo similar, estaban significativamente menos satisfechas que aquellas que se consideraban “comunes”. 

La hipótesis explicativa para este curioso dato se orientó a que se trataba ni más ni menos que de un signo de la época. Es decir que, durante esos años, las expectativas respecto de las mujeres habían cambiado tanto, que los “cisnes” lógicamente tendían a pensar que habían amputado en forma prematura su abanico de posibilidades vitales, al convertirse demasiado rápido -habían sido las primeras en casarse, algo muy típico- en esposas y madres.

Existen quienes piensan que la clave del asunto se encuentra en otro estudio realizado en la misma época, evaluando a los lindos y lindas de los 60 un par de décadas después. Y, al parecer, mientras que estos hombres eran más enérgicos que los “comunes”, las mujeres, en cambio, eran menos seguras y resueltas que sus coetáneas más sencillas. Tal vez ellas tenían o habían tenido menos necesidad de afirmarse a sí mismas en el logro de sus objetivos porque se podían apoyar en el aspecto físico, algo que a la larga les habría pasado la factura. 

Así que por mucho que los mandatos culturales insistan en lo contrario, es un hecho: la belleza física no es sinónimo de una relación de pareja armónica, edificante, satisfactoria, feliz. Para un vínculo de estas características más importante resulta que los integrantes de la pareja sean decididos, seguros, empáticos, afectuosos, creativos.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.