08 Oct 2016
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Pechos II

Los antropólogos coinciden en señalar que, para nuestros antepasados primates machos, lo más probable es que los grandes pechos resultaran muy poco atractivos. Su presencia era interpretada como un indicio de infertilidad. De manera que, así como nuestros parientes remotos evitaban a las hembras que no ostentaran vulvas hinchadas y brillantes, se mantenían también alejados de las mamas prominentes. 

Pero avanzando en la evolución –eslabón perdido mediante- los pechos generosos se fueron paulatinamente convirtiendo en símbolo de lo contrario: fertilidad asegurada. Ocurre que, al tratarse de una señal inequívoca de amamantamiento, este rasgo pasó a ser la garantía de estar en presencia de una madre con todas las letras, capaz de reproducirse y alimentar a sus crías. Un verdadero anzuelo para el cumplimiento del mandato biológico de perpetuar la especie.

El macho ancestral

En los años sesenta, el zoólogo y etólogo británico Desmond Morris, en su por entonces popular libro “El mono desnudo”, sostuvo que las bocas rojizas y carnosas que las mujeres resaltaban con maquillaje, remitían a los labios vaginales (expuestos a simple vista, cuando nos desplazábamos en cuatro patas). Y que con los pechos voluminosos ocurría lo mismo respecto de las nalgas prominentes. 

De manera que estos rasgos atraían sexualmente a ese macho ancestral y su deseo de engendrar más hijos, que habitaba en algún lugar del hombre moderno. 

Órganos sexuales

Los senos, y en especial los pezones, son órganos sexuales, ya que proporcionan placer a la mujer y resultan excitantes para su compañero/a. Por eso es que reaccionan al ser estimulados, mediante su erección. De hecho, aunque no es muy común, existen mujeres que pueden alcanzar el orgasmo de esta manera, sin necesidad de otros aditamentos eróticos. 

A pesar de que la mayoría disfruta mucho de esta clase de besos y caricias, para algunas mujeres, por el contrario, pueden resultar molestas y hasta dolorosas. Al tratarse de una zona sensible, abordarla adecuadamente es todo un arte que requiere delicadeza, paciencia y, desde luego, conexión genuina con la destinataria de estos estímulos.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.