10 Jul 2016
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Felices

“Y vivieron felices por siempre”. Así terminaban, invariablemente, los clásicos cuentos infantiles con los que tantos de nosotros hemos crecido. ¡Y qué tranquilidad nos daba saber que los protagonistas, luego de haber superado adversidades de todo tipo, iban a ser felices de ahí en más! Aliviados de que las cosas, por fin, estuvieran puestas en el lugar que tenían que estar.

El tema de la felicidad es un mandato fuerte, casi una carga, que muchos llevan sobre sí mismos o colocan sobre los demás. Al respecto, el célebre –ya fallecido- psicólogo sudafricano Arnold Lazarus, en su popular libro “Mitos maritales”, se refiere a un imperativo cultural muy extendido: “Debes hacer feliz a tu pareja” (y viceversa, desde luego). Una creencia tan extendida como errónea y de consecuencias muy nocivas. No sólo en relación  a los vínculos de pareja: es común que los padres sientan culpa si sus hijos no están felices, y a más de un hijo le pesa el haberles “fallado”, el no hacerlos sentir orgullosos y felices.

Un término vago

Como consigna Lazarus, “felicidad” es un término bastante vago. Según algunas definiciones, implica ausencia de dolor, depresión, ansiedad u otros estados físicos o emocionales: una verdadera encerrona porque, como bien sabemos, esos episodios forman parte ineludible de toda vida.

Cuando, en cambio, se habla de felicidad como estado de satisfacción, realización o logros… comienzan las incómodas preguntas: ¿soy realmente feliz?, ¿es que otros son más felices que yo? Y, si no soy feliz, ¿quién tiene la culpa? El problema de estas preguntas es que derivan en una suerte de preocupación por la felicidad, un ponerla en foco que, paradójicamente, conduce a la infelicidad. En efecto, este estado no se consigue cuando intenta ser procurado, viene “por añadidura”, como diría la Biblia. Es, sostiene Lazarus, un subproducto de otras actividades.

Apoyando esto, se ha dicho muchas veces que es algo transitorio: momentos, bastante fugaces, que a veces pasan sin que los advirtamos (“¡éramos tan felices sin saberlo…!”). Otros ponen acento, más que en el logro de la felicidad, en la importancia de su búsqueda. Y hay quienes afirman que la mayoría de las personas son tan felices como sus mentes se los permiten. Lo que sí es seguro es que los problemas aparecen para cualquiera que deposite este asunto en manos de otro. Una expectativa que con demasiada frecuencia aparece en las relaciones de pareja, con los resultados que ya sabemos.

Una responsabilidad propia

Es innegable que las conductas y actitudes de los que más queremos no nos son indiferentes, y por lo mismo podemos sentirlas como obstáculos para lograr paz y bienestar. También es cierto que pareciera ser más fácil estar feliz junto a una pareja afectuosa, de buen humor, protectora, generosa, optimista… que con una fría, crítica, rencorosa, agresiva, etc. Pero ni siquiera esta es una fórmula infalible. Todos conocemos personas que no logran estar nunca a gusto y tienen al lado a alguien maravilloso, que cualquiera encontraría deseable en todo sentido. Y al revés, muchos logran –admirablemente- mantenerse positivos y en su centro,  junto a seres bastante nefastos.

Como señala el maestro sudafricano, hacernos cargo de nuestra propia gratificación y realización aumenta la probabilidad de que la vida en general, y la relación de pareja en particular, devengan gratas y satisfactorias. Y concluye: “No es cosa de la pareja –ni de nadie más- hacernos felices, pero tampoco deberíamos permitir que nadie socave la alegría, jovialidad y vivacidad que podemos inyectar en nuestra vida”.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.