Tenemos que hablar

01 May 2016
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Tenemos que hablar

La comunicación -o su falta- es uno de los aspectos vinculares que más favorecen a los desencuentros en las relaciones de pareja. De hecho, alrededor de este tema casi siempre se sitúa el motivo de consulta de quienes buscan ayuda profesional. Al respecto, el psiquiatra y psicoterapeuta norteamericano Robert P. Liberman y sus colaboradores, luego de estudiar a cientos de parejas, establecieron una serie de pautas a seguir que, según comprobaron, resultan eficaces para mejorar la comunicación.

Estas pautas son especialmente valiosas para las conversaciones significativas. Es decir, aquellas que se propician de modo intencional, con el objetivo de mejorar la relación.

Contexto, atención y más

El primer aspecto a considerar es el contexto en donde acontece la comunicación: sobre todo cuando se trata de conversaciones difíciles, resulta clave elegir el momento y el lugar adecuados. No es conveniente, por ejemplo, discutir las cosas delante de la familia de origen, de los amigos o de los propios hijos. Lo mejor es, en realidad, poder contar con la tranquilidad de estar solos y con un tiempo considerable para hablar.

Señalaron también la importancia de mirar atentamente a los ojos de la otra persona y dedicar toda nuestra atención a lo que decimos y escuchamos, y también a las reacciones que provocan nuestras palabras. Este requisito, en apariencia simple, supone toda una exigencia en los tiempos que corren: que un adulto se olvide durante -al menos- una hora seguida de su teléfono celular, no es poca cosa.

La connotación positiva fue también destacada por Liberman: empezar el diálogo haciendo un comentario auténtico que destaque aquello que nos gusta del otro es casi siempre un modo efectivo de aflojar las tensiones y bajar barreras y resistencias. Especialmente si lo que queremos comunicar involucra el orden sexual.

Claro y concreto

Hablar con claridad parece obvio pero no lo es tanto. Como afirman los teóricos de la comunicación: una cosa es el “dato” -lo que decimos-, y otra el “capto” -lo que nuestro interlocutor interpreta-. “Me gustaría que fueras más cariñoso/a conmigo”, “quisiera que hubiera más pasión entre nosotros” son ejemplos de pedidos demasiado amplios y difusos. Ser concretos y poner ejemplos es la mejor manera de evitar malentendidos. Igual de importante que no agregar, por ejemplo, frases que dejen traslucir juicios de valor, acusaciones o demandas.

Cuando estamos pidiéndole al otro que modifique una conducta o que revise una actitud, es conveniente hacer “foco” y no aludir a demasiadas cosas a la vez. “Las personas no cambian” resulta un lugar tan común como discutible, aunque esconde, sin embargo, algún grado de verdad. Existen rasgos esenciales que no se puede -y hasta sería peligroso- que intentáramos erradicar de nuestra personalidad.

Ojo con el tono

Según se ha demostrado en muchas investigaciones, el tono de voz es un elemento crucial en toda comunicación (tan es así que para imprimirles esta cualidad a los mensajes de texto o a lo que decimos por chat es que se crearon los emoticones). Más si hablamos de temas espinosos, nuestro tono de voz debe ser positivo o, al menos, neutro.

Por último, es recomendable terminar el diálogo con acuerdos mutuos y explicitados acerca de las conductas que cada uno puede esperar del otro de ahora en más.

Aunque estos pasos pueden parecer en principio un poco artificiales o voluntaristas, se ha comprobado que con el tiempo se convierten en hábitos, que llegan a automatizarse de manera espontánea.


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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.