Infidelidades y mitos II

26 Mar 2016
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Alualucinema.news.com

A mediados de los 80, la película “Atracción fatal” abrió todo un debate respecto de la infidelidad. Alex Forest, la desequilibrada villana -interpretada por Glenn Close- aterrorizó a la sociedad norteamericana y a casi todos los hombres del mundo occidental. 

Sin embargo, si bien no era difícil solidarizarse con el personaje de Michael Douglas -estaba pagando un precio demasiado caro por su error-, había algo de cierto en muchas de las confrontaciones que le hacía su despechada amante en medio de la locura y los planes de hervir el conejo: “Si tu vida estaba tan completa, ¿qué estabas haciendo conmigo?”, “No puedes acostarte con alguien un par de veces y después tirarlo a la basura”, “Así que creías que podías entrar en mi vida y darla vuelta, sin pensar en nadie más que en vos…”. 

Evidentemente Dan Gallagher, el abogado de la foto familiar perfecta en el vestíbulo, pensó que podía ponerle un paréntesis al acuerdo de exclusividad con su esposa, divertirse un poco y que luego todo seguiría tan bien encaminado como siempre, ileso él y su familia, sin que su affaire de fin de semana tuviera consecuencia alguna.

La ingenua postura de este personaje de ficción refleja el pensamiento de muchos en relación con la infidelidad: “cuando no hay enamoramiento, el sexo por fuera de la pareja es inofensivo, sólo hay que ser cuidadoso en ocultarlo bien”. 

En primer lugar, que el sexo sea “sólo sexo” es altamente discutible. Por otra parte, desde un punto de vista sistémico, nunca es lo mismo que existan -o no- uno o varios terceros dando vueltas por ahí (tanto para la pareja, como para el sistema familiar). Además, aún cuando no hubiera un saber “conciente”, las personas, a cierto nivel, lo sabemos todo: la comunicación verbal, recordemos, constituye menos de un 7% de la comunicación total (que también tiene lugar a través de la química y de todo el lenguaje corporal: tonos de voz, gestos, silencios, miradas y, desde luego, la conducta en general).

¿Negar todo?

Respecto de qué hacer cuando el engaño sale a la luz -lo más probable es que esto ocurra un buen día- hay dos posturas contrapuestas entre los especialistas. Unos sostienen que lo mejor es ser honestos, porque negar la situación le suma un agravante al dolor de la traición: implica subestimar al otro (además de herirlo nuevamente con otra mentira). Y porque supone, a fin de cuentas, una razón más para que el engañado siga desconfiando, privado de la oportunidad de perdonar de modo libre y genuino.

Otros, en cambio, piensan que lo más sensato e “higiénico” -siempre que la cosa no sea demasiado evidente- es no revelar lo que pasa o pasó. En especial si existe una decisión firme de acabar con estas conductas. Los partidarios de callar aseguran que las personas suelen confesar conducidas sobre todo por la culpa y que con estos arranques de sinceridad sólo logran quebrar un pilar clave en toda pareja: la confianza, que luego resulta, como es sabido, muy difícil de recuperar.

Quién engaña

Una leyenda que aún hoy muchas personas dan por cierta dice que “los hombres son mucho más infieles que las mujeres”. Prejuicio que tiene, desde luego, una fuerte connotación machista. Porque de alguna manera remite a un esquema absolutamente perimido de mujer doméstica y dependiente, desacreditando las oportunidades –y la libertad- de ellas para incurrir también en estos deslices. Y, por último, porque de esta forma el ego masculino heterosexual queda intacto: ellos, “cornudos”, ¡imposible!

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.