Infidelidades y mitos

19 Mar 2016
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Infidelidades y mitos

Pocas cuestiones resultan tan sensibles y controversiales como la infidelidad. Basta sacar el tema en una reunión de amigos para que más de uno/a empiece a alzar la voz y a lanzar sentencias implacables. Sólo unos pocos -advirtiendo la complejidad del asunto- son capaces de adoptar una actitud más prudente y abierta para escuchar otras voces y permitirse diferentes percepciones de la realidad. Pero son excepciones. La mayoría de las personas, frente al engaño amoroso y sus actores, no admiten matices ni segundas lecturas. 

Quizás a causa de la angustia que nos genera la posibilidad de pasar -o el hecho de haber pasado- por una situación semejante necesitamos conjurarla, pronunciarnos en contra, unívoca, enfática, categóricamente. Esta inflexibilidad favorece que alrededor de la infidelidad proliferen toda suerte de creencias erróneas, que nunca está de más revisar.

El principio del fin

La idea de que es imposible que una pareja supere el trauma de una infidelidad es una de las más extendidas. Es, en consecuencia, responsable de buena parte del sufrimiento de quienes atraviesan una crisis de estas características. ¿Cómo no desesperarse si el descubrimiento del engaño equivale al final de la relación? Sin embargo, si bien es cierto que muchas veces el destape de estas mentiras finalmente desemboca en una separación, no se trata de una ley infalible. De hecho, son muchísimos los casos de personas que han pasado por esto y han logrado salir a flote, fortalecidas (siempre que todavía exista el afecto, un proyecto común y el compromiso de trabajar en el vínculo). 

Ocurre que con frecuencia los más cercanos a la pareja ignoran estos difíciles tramos de su historia, pero son mucho más comunes de lo que se piensa. 

Otra falacia que circula como dogma dictamina que el o la amante es siempre alguien que resulta más atractivo y que le provee un mayor placer sexual al que engaña, en comparación con su pareja oficial. Lejos de ser cierto, numerosas investigaciones revelan que los que cometen una infidelidad suelen estar motivados más por necesidades emocionales -como ser sentirse deseados, valorados, escuchados...- que otra cosa.

Asimismo es común pensar que una infidelidad ocurre solamente en parejas en situación de crisis, en personas que no son felices con la relación que tienen y que, en el fondo, desearían darle un corte. Si bien puede ser válido en muchos casos, no lo es en absoluto en todos. Encuestas realizadas al respecto demuestran que la mayoría de las personas que engañan no están interesadas en terminar con su pareja ni tampoco sienten que han dejado de quererla.

Generalizaciones

“El que engaña una vez, engañará siempre” es el argumento que dan los que temen perdonar y habilitar, de esta manera, futuras mentiras. Un prejuicio que no contempla los numerosos casos de las personas que, sinceramente arrepentidas y conscientes del efecto que el engaño tuvo para ellos mismos, para quien aman y para la relación de pareja, aprenden de lo vivido y no vuelven a incurrir en esta incierta manera de resolver los problemas.

“Todo el mundo es infiel” se escucha decir con resignación y crudeza. Y es que la idea de que el acuerdo de exclusividad es una utopía va ganando cada vez más adeptos. Una postura extrema que, sin embargo, pone de manifiesto uno de los principales desafíos que debe enfrentar toda pareja que decide avanzar hacia un vínculo más comprometido.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.