La palabra amor

13 Feb 2016
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La palabra amor

“Te amo”, “te quiero”, “mi amor”, “querida/o” son manifestaciones tan corrientes que han languidecido en su expresividad, en su golpe de efecto. Tal es así que para los buenos escritores contemporáneos la palabra amor merecería figurar en una suerte de Index, con el fin de no recaer en lo trillado, ya hueco. Y es que este vocablo se pasea por los mensajitos instantáneos, los comentarios al pasar del Facebook, y las tarjetas y frases que se comparten infatigablemente, dirigidas a todos y a nadie en especial. De igual manera, el día de los enamorados –sin duda, una buena excusa para celebrar- pone en marcha con toda su furia el vasto merchandising del amor.

Pero lo que permanece más allá de cualquier moda, obviamente, es el contenido de este término, su significado más profundo, ese que vive y se manifiesta de una manera única en cada uno de nosotros. Por eso vale la pena recordar uno de los ensayos más clásicos y vigentes que se han escrito al respecto: “El arte de amar” de Erich Fromm.

Cualidades del amor

Como se recordará, Fromm postula que existen cuatro cualidades comunes a todas las formas de amor: cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento. Valores que se reflejan, desde luego, en el plano sexual.

El cuidado implica involucrarse activamente en la vida, las esperanzas, las necesidades y el crecimiento de la persona que amamos. Esto significa poner en marcha actitudes, conductas, palabras y gestos que promuevan su bienestar y eviten su sufrimiento. Eso sí, un cuidado amoroso verdadero sólo puede construirse sobre el reconocimiento de la autonomía del otro.

La responsabilidad en el amor se basa en tomar conciencia de que cada cosa que hacemos afecta a la persona que queremos. “Soy responsable de mi rosa”, repetía El Principito. No somos islas, no nos bastamos a nosotros mismos, sino que formamos parte de un sistema de reciprocidad que conlleva responsabilidades mutuas. Ignorarlo constituye un acto de negligencia incompatible con el amor.

El respeto significa reconocer –y aceptar- que cada persona es única. Y que tiene derecho a ser como es. Amarla es desear su crecimiento y desarrollo teniendo en cuenta esta individualidad. Por eso, querer cambiar al otro –no digamos intentar dominarlo o someterlo- constituye una clara muestra de desamor. De ahí que sea una mala señal cuando las personas declaran tener que “pedir permiso” a su pareja para hacer algo que en sí mismo no es cuestionable ni nocivo.

El conocimiento es poder ver al otro tal como es (no como nosotros nos habíamos imaginado que era, ni como quisiéramos que fuera). Conocerlo supone un compromiso permanente de interés, disposición y receptividad de saber quién es esa persona a la que hemos elegido. Para, desde allí, intentar comprenderla.

El amor es la respuesta

Fromm remarca que el amor es la respuesta al problema de la existencia humana, porque su desarrollo posibilita la disolución del estado de separación o separatividad, fuente de todas nuestras angustias y sufrimientos. El amor constituye, entonces, nuestra necesidad más profunda.

Respecto del amor de pareja, el pensador alemán critica -y califica de patológico- al individualismo autosuficiente, característico de las sociedades occidentales, que lleva a las personas a conformar este vínculo al estilo de un “egotismo à deux”: el amor como un refugio para la soledad, la pareja contra el mundo, cuidando sus intereses comunes e ignorando todo lo demás. Así, considera que el verdadero amor es expansivo y pródigo: “el amor produce amor” y “dar implica hacer de la otra persona un dador, y ambas comparten la alegría de lo que han creado”. Qué bueno que, con este espíritu, podamos desearnos el más feliz día de los enamorados.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.