Amor platónico

30 Ene 2016
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Lo que queda del día

Casi todos hemos pasado, al menos una vez en la vida, por la experiencia de un amor “platónico”. Este sentimiento se caracteriza por mantenerse en el plano de la fantasía y la idealización, sin consumarse a nivel sexual. En muchos casos se trata de una fascinación meramente unilateral, o dirigida hacia alguien inalcanzable, o que ignora por completo lo que está sucediendo. Al revés de lo que podría pensarse, la situación no es necesariamente frustrante para el enamorado, quien puede prescindir del factor erótico para sentirse estimulado.

Como es obvio, el término “platónico” es tomado en alusión a Platón, el filósofo griego, y a las concepciones acerca del amor expuestas en su obra “El banquete”, como motivación que conduce a contemplar y conocer la belleza, más allá de lo material, en dirección hacia la virtud, la bondad y el bien. Una concepción afín a su famosa teoría del mundo de las ideas, en donde todo es perfecto, eterno e indestructible, a diferencia del mundo de los sentidos, que no sería más que una copia infiel, deformada, corruptible.

No es raro que se produzca un enamoramiento de estas características durante la adolescencia y aún antes, teniendo en cuenta que se trata de etapas de la vida donde la fantasía ocupa un lugar de mayor relevancia que la realidad y donde existe una fuerte tendencia a idealizar a las personas. Así, esta vivencia interna funciona como una suerte de ensayo mental e inofensivo de posibles historias de amor, que le brindan a su protagonista una oportunidad muy valiosa para conocerse, explorar sus deseos y, por qué no, sentir el placer de soñar despierto.

Algo diferente ocurre con los adultos. Un ejemplo memorable en el cine es el personaje magistralmente interpretado por Anthony Hopkins en “Lo que queda del día”, el film basado en la novela del escritor británico de origen japonés, Kazuo Ishiguro. El señor Stevens, un mayordomo profesional, cumple a la perfección con su trabajo y a éste le dedica su vida entera, sin atreverse nunca a confesarle su afecto a la señorita Kenton –el ama de llaves, interpretada por Emma Thompson-. En una escena inolvidable, queda al descubierto que el señor Stevens alimenta en secreto sus fantasías románticas mediante la lectura de novelas de amor. 

Sin llegar al extremo del mayordomo inglés -y si bien nadie está exento de sucumbir a los encantos platónicos- resulta sospechoso cuando esto se convierte en una costumbre, ya que podría estar revelando disfunciones que reclaman ser atendidas: timidez excesiva, temor a la intimidad física, inseguridad, fobia al compromiso, miedo a crecer, ansiedad sexual, desvalorización, entre otras. Así, la necesidad de aferrarse a un amor que no pasa de ser imaginario es, muchas veces, una estrategia inconciente para proteger la soltería de quien teme el desafío de lanzarse a un amor de carne y hueso, aceptando todos los riesgos que eso implica.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.