Estímulos sexuales

12 Sep 2015
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Una consulta frecuente en el consultorio de los sexólogos tiene que ver con el escaso o inexistente deseo de tener relaciones sexuales. Se trata de una  disfunción -denominada “deseo sexual inhibido” o “hipoactivo”- que  constituye uno de los grandes males sexuales de nuestro tiempo. Resulta paradójico que en el contexto actual, con la gran cantidad de información disponible, la profusión de disparadores visuales, la libertad y las posibilidades de cuidado, haya tantas personas -de toda edad- que confiesen: “no tengo ganas”.

Quienes más consultan por este problema, están en pareja y se sienten angustiados y preocupados por su desgano. Experimentan culpa, temor al abandono y, también, fastidio por los constantes reproches a los que suelen verse sometidos.

Los mapas que el especialista tiene que poner en juego para explorar los motivos de este desinterés despliegan una larga lista: el estado de salud de la persona, los efectos no deseados de ciertos medicamentos si es que los toma, las cuestiones vinculares y afectivas respecto de la relación de pareja u otras relaciones significativas, las situaciones de estrés presentes o pasadas, los problemas anímicos, la autoestima, el temor a la intimidad o al compromiso, las creencias erróneas en torno a la sexualidad, la ansiedad de sentir que cada encuentro sexual es un examen, por nombrar sólo algunos ejemplos. 

Sin embargo, como es sabido, a menudo los interrogantes más complejos encuentran solución en las explicaciones más simples. El deseo no es otra cosa que el punto de arranque necesario para desencadenar el proceso de cambios físicos y hormonales -que culmina con el orgasmo- llamado “respuesta sexual”. Un proceso que, como su nombre lo indica, se dispara como respuesta a un estímulo. ¿Qué significa esto? Sencillamente que, para que tal efecto se produzca, el estímulo debe estar presente.

En este sentido, un importante número de casos de falta de deseo está relacionado con la ausencia o la pobreza de estímulos sexuales. Por diversos motivos, muchas parejas caen en un automatismo o inercia que los lleva a simplificar cada vez más el aspecto sexual del vínculo, de manera tal que llegan a prescindir casi totalmente de los estímulos. ¿Cómo pretender que el deseo se mantenga, a lo largo de los años, si se le crean cada vez peores condiciones? 

Los estímulos sexuales pueden adoptar diferentes formas. Los visuales tienen fama de ser los más efectivos: ver un cuerpo desnudo o cubierto de modo sensual, advertir un gesto provocador en el otro, una mirada cómplice o cualquier imagen que trasmita erotismo nos conduce mentalmente y de inmediato, lo queramos o no, a una posible situación sexual. Por otra parte, muchos hombres y mujeres revelan que su deseo se despierta especialmente cuando ven que su pareja ha puesto mayor dedicación al arreglarse, porque perciben esta actitud como seductora.

El sentido del tacto reviste, desde luego, un lugar protagónico cuando de estimular se trata: las caricias, los abrazos, los besos, los masajes, los mordiscos, el roce de los cuerpos. Muchas parejas se tocan poco y pretenden, ya cansados al final del día, hacer andar a gran velocidad un auto cuyo motor no se han ocupado de calentar. Por eso es común que en las terapias sexuales se prescriba la tarea de que la pareja dedique un buen tiempo a “tocarse”. Es decir, a recuperar esa costumbre característica de los comienzos, en que los cuerpos de los amantes estaban en contacto permanente, y no sólo a la hora del sexo.

Lo auditivo es otro gran generador de excitación sexual: los halagos, las frases pícaras, los susurros al oído, las propuestas “indecentes” pueden resultar sumamente estimulantes, porque disparan fantasías. 

El olfato es conocido por su papel erótico a través de la recepción de unas sustancias químicas, llamadas feromonas; aunque no percibamos su olor, tienen mucho que ver con la atracción entre las personas. Pero también otros aromas son capaces de crear un clima que invite al encuentro: el olor de la piel del otro, de su contacto con determinados jabones o perfumes, las velas aromáticas, los sahumerios. Lo mismo puede decirse del sabor particular que tiene el cuerpo de la persona que nos gusta.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.