Terapia sexual

04 Jul 2015
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Consultar a un especialista en sexología no suele ser una decisión fácil. Por lo general, antes de llegar a esta instancia, se han intentado muchos otros caminos: libros, revistas, búsquedas por internet, medicamentos de toda laya, el consejo de un pariente o amigo, curanderos, promesas a algún santo. Y, llegado el caso, hasta el aferrarse a la idea voluntarista de que con amor y esfuerzo todo se puede lograr, si en verdad lo deseamos. 

Si bien estos recursos son válidos en determinados casos, es un hecho que a veces no alcanzan. Entonces, fruto de la desesperación aparece, como desde el fondo de una caja de Pandora, una esperanza: la consulta a un profesional en la especialidad.

Aunque a veces nos disguste, estamos acostumbrados a desnudarnos literalmente frente a muchos médicos especialistas: de esa forma pueden realizar determinadas prácticas para hacer diagnósticos y efectuar tratamientos. Paradójicamente los sexólogos, aunque no requerimos que los pacientes se quiten la ropa, tomamos contacto con sus aspectos más privados e íntimos y en los que, desde luego, está involucrado de lleno el cuerpo.  

William Masters y Virginia Johnson (foto) fueron la pareja pionera en el diseño de tratamientos para las disfunciones sexuales. En su famosa obra “Incompatibilidad sexual humana”, aparecida en 1970, analizaron las causas de estas dificultades y propusieron un programa de intervención de corta duración, con el que aseguraban lograr resultados exitosos en un ochenta por ciento de los casos. 

Si bien hay diferentes enfoques y modelos de tratamiento, existen algunos elementos básicos presentes en toda terapia sexual. En primer lugar -y en muchos casos esto puede ser suficiente como intervención terapéutica- se destaca la “educación sexual”: informar acerca de la anatomía de los órganos genitales y las fases de la respuesta sexual, señalar la importancia de determinado tipo de estimulación, aclarar creencias erróneas, hablar de anticoncepción y prevención de infecciones de transmisión sexual, etc. Contribuimos, de este modo, a calmar ansiedades, modificar actitudes nocivas y a ubicar en un nivel más realista las expectativas implicadas en el motivo de consulta.

Un segundo componente clave es la llamada “focalización sensorial”, cuyo objetivo es que el paciente -o la pareja- identifique y sea conciente de sus propias sensaciones corporales, dejando de lado las exigencias respecto del rendimiento o el logro de un determinado objetivo (el orgasmo, por ejemplo), para concentrarse en las caricias y exploraciones, sin la obligación de “cumplir”.  

Otro aspecto a considerar es el contexto y las condiciones necesarias para una relación sexual placentera: muchas veces aquí reside la explicación y la verdadera “llave” para abordar una disfunción sexual.

La comunicación es un gran pilar de estos tratamientos, ya que con frecuencia las disfunciones comunicacionales acompañan a las sexuales en una causalidad circular que se retroalimenta y que sostiene ambos desajustes. Trabajar en esto significa aprender nuevas formas de dar y recibir información, de expresar emociones y sentimientos. Es también desarrollar una mayor empatía e incrementar la intimidad y la riqueza del vínculo, su creatividad. En más de un caso no es posible mejorar el problema sexual de una pareja, sin antes modificar la manera en que sus miembros están acostumbrados a comunicarse.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.