27 Jun 2015
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“El matrimonio es una gran institución… por supuesto, si te gusta vivir en una institución” sentenciaba, con su humor característico, Groucho Marx. Como esta, muchas frases, decires y refranes populares reflejan que la vida en pareja -una pareja estable y comprometida- no siempre suele asociarse, precisamente, a lo placentero. Rutinas, obligaciones, pérdida de libertad, de espacios propios y, por supuesto, monotonía sexual, figuran entre las principales “contras” consideradas en el precio de “sentar cabeza”. Sin duda el imaginario social idealiza lo que ocurre en las sábanas de un hotel por horas cuando se trata de una “canita al aire”. 

Sin embargo, muchas aventuras extraconyugales no son tan intensas como fantasea la mayoría. Es más, con frecuencia hombres y mujeres confiesan que esos encuentros furtivos son de menor calidad que los que desarrollan con su pareja: menos variedad, menos chances de alcanzar el orgasmo y, en general, una experiencia bastante pobre desde el punto de vista del placer sexual. 

Lo bueno conocido 

Son varias las causas que pueden explicar la mayor gratificación sexual con una pareja estable (siempre que, desde luego, exista afecto y un vínculo sin disfunciones graves). En primer lugar, lo común es que dos personas que ya llevan un buen tiempo juntas tengan un alto grado de conocimiento de las preferencias y particularidades del otro. Esto hace posible que ambos se comporten con una mayor “eficiencia” como amantes. 

El contexto geográfico en que se desarrollan las relaciones sexuales comprometidas es también un factor importante: contar con un lugar propio, conocido y cómodo, hace que las personas se sientan relajadas y confiadas, dos condiciones básicas para poder disfrutar y que difícilmente están presentes en los contactos casuales. Algo parecido ocurre con la limitación horaria, casi siempre bastante rígida, respecto del momento de inicio y finalización de las relaciones esporádicas, en comparación con la flexibilidad y despreocupación de las sesiones hogareñas. 

La culpa y el miedo a ser descubierto (tanto como pensar en las posibles consecuencias de estos actos), lejos de ser un afrodisíaco, imprimen por lo general un gusto amargo al sexo extrapareja.

Por otra parte, los encuentros ocasionales suponen en buena medida una especie de situación de examen, donde las personas deben demostrar sus habilidades para la performance sexual. Este rasgo puede generar estados de ansiedad más o menos intensos y, en consecuencia, disfunciones sexuales diversas. 

Cuando una relación fuera de la pareja se va estabilizando –como ocurre con muchos amantes, que con el correr del tiempo llegan a estar muy comprometidos con ese vínculo paralelo- estas cuestiones van desapareciendo. Pero sólo, justamente, como consecuencia de haberse transformado en una relación tanto o más estable que la oficial. 

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.