Educación sexual

20 Jun 2015
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Con frecuencia se escuchan debates en torno al tema de la educación sexual. Los adultos se preguntan cuándo es conveniente empezar a hablar de sexo con sus hijos y, desde luego, qué decirles y de qué manera ir dosificando la información de acuerdo a cada edad. Temerosos, más de una vez miran con desconfianza las charlas o talleres que se dan en la escuela o el colegio. Por su parte, las instituciones educativas -a pesar de existir una ley que no sólo las autoriza sino que las obliga a integrar la sexualidad al resto de los contenidos- suelen cubrirse las espaldas mandando las consabidas “notitas” en las que “piden permiso” a los padres para hacerlo. Tanta es la ansiedad, la sospecha y el recelo que genera la temática sexual, sobre todo cuando involucra la formación de los que están creciendo (y de los que más queremos).

Educar sexualmente significa, en primer lugar, brindar información confiable, clara y precisa acerca de los aspectos biológicos, fisiológicos, psicológicos y sociales implicados en la dimensión sexual. La anatomía de los órganos genitales, su funcionamiento, la manera en que nuestro cuerpo responde a los estímulos sexuales, los métodos anticonceptivos, la prevención de las infecciones de transmisión sexual, etc. Y, por supuesto, la gravitación de estas y otras cuestiones sobre la manera en que se vinculan romántica y eróticamente las personas, constituyen un cimiento conceptual clave, que es necesario impartir con el mayor rigor científico.

Es importante además tomar conciencia de que la educación sexual nunca parte de cero: niños y adolescentes –tanto como los adultos- cargan en todos los casos con un bagaje más o menos amplio de creencias sexuales previas, internalizado por diferentes vías. Y que casi siempre incluye distorsiones, errores y malentendidos, que deben ser detectados para así aclararlos.

Los adultos, sobre todo los padres, con frecuencia temen que facilitar información a los chicos equivalga a incentivarlos o darles permiso para lanzarse antes de tiempo a una vida sexual activa. Lo cierto es que las investigaciones revelan justo lo contrario: el poder abordar en forma natural y abierta las inquietudes sexuales con los adultos significativos, hace a los adolescentes menos proclives a tomar decisiones apresuradas en este sentido o motivadas por presiones externas, y no por auténticos deseos y sentimientos propios (con todos los riesgos para la salud física y psicológica que este tipo de decisiones conllevan).

Una mirada positiva

Un error común es considerar que educar en lo sexual se reduce a concientizar acerca de las consecuencias no deseadas de tener relaciones sexuales: el embarazo en la adolescencia, la transmisión de enfermedades, la posibilidad de ser usado/a y abandonado/a, etc. Es notable como muchos adultos no hacen más que “machacar” a los chicos con advertencias negativas, que generan confusiones, culpas, temores y ansiedades, lo que configura un terreno propicio para que, en el futuro, sufran una o más disfunciones sexuales.

Por eso, tan importante como lo preventivo -pero sin recurrir a asociaciones negativas- es recalcar los aspectos positivos de la sexualidad, como fuente de placer, de autoconocimiento, de encuentro y comunicación, de expresión lúdica y creativa. Y como una oportunidad siempre abierta al aprendizaje, al crecimiento y al contacto con la trascendencia.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.