Violencia sexual

06 Jun 2015
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Hace unos días asistimos a una movilización masiva -que tuvo puntos de concentración en todas las provincias- organizada con el objetivo de visibilizar la sobrecogedora cantidad de femicidios que ocurren diariamente en nuestro país y de hacer reclamos concretos orientados a combatir tan penosa realidad, como así también la violencia sexual en general.

Cabe aclarar que esta clase particular de violencia no es sinónimo, solamente, de violación o acoso sexual explícito: cualquier acto que le impida a una persona decidir libremente sobre su sexualidad, sobre cuándo, cómo y con quién tener relaciones sexuales, integra esta categoría.

Se trata de una de las tantas expresiones del abuso de poder que, históricamente, han ejercido –y aún ejercen- los hombres sobre las mujeres. En este caso, impuesto mediante amenazas, insultos, presiones, uso de la fuerza física o de armas (aunque también a través de procedimientos más sutiles). La calle, los boliches, el trabajo, la escuela y la casa son los contextos típicos donde acontecen estos episodios. Los agresores pueden ser tanto personas conocidas –como parientes, vecinos, compañeros de trabajo, jefes, etcétera.- como desconocidas. Parejas y ex parejas son con frecuencia los protagonistas de los casos más trágicos.

Creencias nocivas

Las imágenes mediáticas que conjugan el sexo con la violencia contra las mujeres suelen reforzar la idea de que en realidad las mujeres acaban disfrutando de estos tratos, incluida la violación, a pesar de sus protestas. Esta creencia, unida a la falacia de que “cuando una mujer dice no, quiere decir sí” resulta un combo en extremo peligroso.

Por otra parte, los efectos de la pornografía violenta se han investigado en muchos experimentos, con resultados contundentes: contemplar pornografía de esta clase aumenta la aceptación de los mitos sobre la violación entre los hombres (la convicción de que las mujeres se lo han buscado por provocadoras o que desean ser forzadas) y modifica efectivamente sus patrones de excitación, de tal manera que las solas escenas de violencia contra las mujeres –sin contenido sexual- terminan por excitarlos sexualmente.

¿Naturaleza violenta?

Se han esgrimido argumentos de orden biológico para justificar la violencia masculina. Y aunque las teorías modernas descartan estas hipótesis, algo de esto todavía resuena en la mitología popular (“los hombres son así”).

En realidad, la causas de las prácticas sociales y de las estructuras psicológicas que sostienen este estilo vincular patológico y nocivo hasta el extremo, entre hombres y mujeres, son múltiples y complejas. Y lograr una transformación verdadera al respecto requiere, sin lugar a dudas, acciones estratégicas sobre procesos igualmente complejos, como ser la crianza de los niños y las niñas, la educación en la escuela o el cambio de ciertas condiciones económicas, legales y sociales de las mujeres. Medidas que se están volviendo cada vez más apremiantes.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.