Inseguridad sexual

04 Abr 2015
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La sexualidad humana, compleja y misteriosa, es sumamente vulnerable a verse afectada por una amplia variedad de factores. Es lógico: constituye un aspecto tan central de la existencia humana –casi un sinónimo de lo “vital”- que buena parte de nuestra identidad y de nuestra autoestima se pone en juego cuando hablamos de lo sexual. Esto no debería sorprendernos, teniendo en cuenta los numerosos mandatos y expectativas al respecto que la cultura nos transmite desde sus distintas voces y expresiones. Así, de manera más o menos conciente, tendemos a comparar nuestra realidad con parámetros inalcanzables: cuerpos perfectos, atracción instantánea, encuentros explosivos, erecciones a demanda, orgasmos simultáneos, relaciones muy frecuentes y un largo etcétera. Si a esto le sumamos el silencio, la culpa y los muchos mitos y creencias erróneas que aún impregnan la sexualidad, no es raro que nuestra experiencia de lo erótico se encuentre atravesada –en más o en menos- por temores, dudas, preocupaciones e inseguridades.

La sexóloga argentina Verónica Kenigstein divide estas vivencias negativas en seis grandes grupos. En primer lugar, aquellas vinculadas a la autopercepción o autoimagen corporal, que acomplejan a las personas a la hora de desnudarse. Por ejemplo, sentirse gordo/a o demasiado flaco/a, fláccido/a, envejecido/a, con celulitis o determinados defectos. También aquí se inscribe lo relativo al tamaño y la forma de los genitales, de los pechos, el vientre y los glúteos. Y, en general, el no sentirse atractivos y deseables (corporal, intelectual, emocional y socialmente).

Otra categoría de estas inseguridades se refiere a los trastornos del cortejo. Esto es, la timidez y el temor de no saber cómo y cuándo aproximarse romántica o eróticamente a otras personas (se trata, ni más ni menos, de una habilidad social que, como tal, sólo puede aprenderse con la experiencia que dan los aciertos y los errores). Algo parecido ocurre con los que dicen no saber de qué manera mantener un vínculo de pareja, por lo que, al poco tiempo de haber iniciado una relación, suelen volverse torpes, ansiosos y demandantes o, por el contrario, desapegados y desconectados. Dentro de las dificultades en el cortejo está el miedo exagerado a no saber qué hacer en un primer encuentro sexual.

Pero quizás la más típica fuente de preocupaciones sexuales es la relativa al desempeño o rendimiento: inseguridad por la duración de la fase de excitación (tardar demasiado o muy poco), no saber cómo excitar o satisfacer al compañero/a, sentirse responsable del orgasmo de la pareja, considerar que el clímax originado en la estimulación del clítoris (y no por penetración) es una disfunción sexual, miedo a la falta de deseo o de excitación, a no lograr tener o sostener una erección, sentir que se tarda mucho en “llegar”, angustia ante la posibilidad de que la pareja “se aburra” en la cama (y, en consecuencia, comience a desear a alguien más).

Muchos de los malestares internos relativos al sexo se vinculan con problemas en la comunicación de la pareja. El no saber qué es lo que le gusta al otro y el temor a expresar las propias necesidades y deseos (tanto como a indagar estos aspectos en el/la compañero/a) generan turbación en las personas. Las disfunciones en la comunicación impiden, además, la consulta oportuna a un profesional si llegara a aparecer un problema de orden sexual.

Los celos son también un aspecto clave de las inseguridades eróticas. De hecho, están anclados en una sensación de inseguridad más general acerca del propio valor y atractivo sexual. Estos problemas de autoestima conducen, lógicamente, a que las personas vivan con temor a ser abandonados y remplazados por alguien “más valioso”.

Por último, la diferencia de necesidades de frecuencia sexual en las parejas produce inquietud en ambas partes. Mientras el que quiere más sexo siente o teme no gustarle tanto al que necesita menos, este último se angustia de pensar que el otro puede un día cansarse y salir a buscar otro compañero sexual.

Kenigstein concluye: “La inseguridad y la frustración bajan su intensidad cuando nos damos cuenta de que como somos ‘es así y lo acepto’. Moderar las expectativas, aprendiendo a vivir el aquí y ahora. Aceptar lo que no puede ser cambiado, proponiéndose cambiar aquello que sí se puede”.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.