Cuidado con el sexo

27 Dic 2014
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Gentileza de http://noticiasuy.com/

Es obvio que el sexo, además de proporcionar placer, cumple otras funciones. La procreación es una de ellas. Por este motivo, y mucho antes de la llegada de los métodos modernos, los seres humanos han intentado de diversas maneras prevenir los embarazos no deseados.

Tal vez el procedimiento más antiguo es el denominado “coitus interruptus”. Esto es, la interrupción del coito de modo que la eyaculación se produzca fuera del cuerpo femenino. Fue el pecado que cometió Onán, según aparece en el libro del Génesis. Aunque numerosos escritos judíos y cristianos condenan esta práctica, un texto rabínico señala que es deber del marido “trillar el grano dentro y aventarlo fuera” durante el período de lactancia de la esposa, a fin de evitar que un nuevo hijo sea concebido con tan poca diferencia del anterior.

En épocas pretéritas, se creía que el semen debía dirigirse con buena puntería a una especie de “blanco” para que se produjera el embarazo. Por eso para impedirlo recomendaban que la mujer se moviera incansablemente a fin de confundir al espermatozoide. O que después del coito se provocara un fuerte estornudo capaz de desalojar a las células masculinas.

En los Papiros de Lahun -documentos egipcios que datan del 1800 a.C.- se encuentra descripto uno de los métodos contraceptivos de mayor antigüedad: una mezcla de excrementos de cocodrilo y resina que debían ser introducidos en la vagina. Otra receta egipcia recomendaba un preparado de miel y natrón, un tipo de sal utilizada por los embalsamadores. A esta fórmula, que actuaba además como barrera física, se le atribuían poderes espermicidas. 

Griegos y romanos usaron el aceite de oliva como contención del esperma. Aristóteles en cambio, sugería el de cedro combinado con incienso. En la India las mujeres solían utilizar una mantequilla llamada “ghee” -muy usada en medicina ayurveda- o recurrían a la inserción de trocitos de sal sumergidos previamente en aceite, para crear un medio hostil a los espermatozoides. El vinagre se empleaba de manera similar: en Grecia las mujeres se aplicaban duchas con él, mientras que los hombres sumergían el pene en este líquido antes de tener relaciones.

Las africanas, por su parte, empleaban tampones de hierba picada o tela, mientras que las japonesas recurrían a una pequeña bola de papel de bambú. En los países islámicos fue más común el uso de tampones de lana. Los antiguos hebreos, en cambio, eran partidarios de las esponjas y las recomendaban también para las embarazadas (creían que era posible que se superpusieran dos embarazos). Las esponjas podían también embeberse en espermicidas como la sal o el jugo de limón. Algunas eran tratadas con sustancias astringentes destinadas a estrechar el canal vaginal.

El moderno diafragma tuvo su antecedente, según dicen, utilizado por Casanova: medio limón a modo de capuchón. De modo similar, el Diu es bastante antiguo: al parecer Cleopatra usaba pequeñas piedras en el útero en calidad de anticonceptivos.

Los preparados de hierbas siempre fueron populares: la menta poleo fue conocida desde su mención en una comedia de Aristóteles, en la que uno de los personajes declara que sirve para poner a la amada “fuera de peligro”.

Otras plantas gozaban de la misma reputación: la zanahoria salvaje, el romero, el jengibre, la mostaza, la cola de caballo, el aceite de ricino, el apio, el aloe, la papaya, los dátiles y los higos. 

La píldora anticonceptiva se inventó a partir de un remedio herbal, la primera fuente natural y viable de progesterona: el ñame salvaje mexicano, cuya raíz era consumida por las lugareñas para aliviar las dolencias femeninas.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.