Autoconocimiento

06 Dic 2014
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Autoconocimiento


El conocimiento del propio cuerpo es un proceso que comienza con el nacimiento. Bajo la guía de los adultos, vamos aprendiendo a nombrar sus distintas partes, a saber acerca de su funcionamiento y de cómo debemos tratarlo. Se nos alienta a explorarlo, a experimentar con él y a emplearlo de muchas maneras: correr, nadar, bailar, hacer la vertical o la medialuna, gritar, cantar, probar diferentes comidas y sabores, etcétera. Se nos enseña a reconocer el cansancio, el frío, el hambre, el dolor; también se nos instruye acerca de cómo controlar o manejar estos desequilibrios. Sin embargo, no es común que estimulen, análogamente, el autoconocimiento corporal en lo que respecta a los órganos genitales. Lo más frecuente es que los padres y adultos en general omitan mencionarlos (o que los bauticen con eufemismos) y que no hagan referencia a su funcionamiento (salvo cuando ya es ineludible). De hecho, hasta hace no demasiado tiempo, la recomendación para padres cuando encontraban a sus hijos tocándose era “distraerlos”. El clítoris, fuente del placer femenino, brillaba por su ausencia en los textos escolares de biología. Y el adjetivo que solía usarse para estas “partes” era “pudendas”, cuyo significado remite a “torpe, feo, que debe causar vergüenza”.

En todos estos mensajes, de manera más o menos explícita, resuena lo mismo: la connotación negativa de los órganos genitales y, por asociación, también de lo sexual. Situación que reporta peores consecuencias en el caso de las mujeres. ¿Por qué? Porque nosotras, a diferencia de los varones, no tenemos la misma “accesibilidad” a nuestros genitales: las características de la anatomía femenina los mantiene ocultos a simple vista. Y no estamos obligadas, como ellos, a manipularlos varias veces al día.

No es extraño, entonces, que muchas mujeres crezcan con un total desconocimiento de esa parte de su cuerpo (más si hacemos una comparación con la infinidad de veces que se miran y estudian otras). Sintiéndose de alguna manera avergonzadas o no tan orgullosas de lo que hay “ahí abajo”. Y, en consecuencia, inseguras en el plano sexual. Esta desconexión explica en gran parte las disfunciones sexuales femeninas. Por eso en las terapias sexuales suelen prescribirse ejercicios de autoexploración –espejo en mano- con el objetivo de que la mujer conozca y tome contacto –quizás por primera vez- con un aspecto clave de su sexualidad.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.