“Sí, acepto”

08 Nov 2014
1

FOTO TOMADA DE FOTOSPIX.COM

Quienes han pasado por una psicoterapia -en cualquiera de sus modalidades- o han incursionado en la literatura de autoayuda o de crecimiento personal y espiritual, seguramente se han topado, y más de una vez, con la palabra “aceptación”. La premisa, a la que solemos resistirnos con uñas y dientes, consiste en que gran parte de nuestro sufrimiento, de nuestros conflictos internos y desencuentros con los otros se basan en, justamente, no aceptar. ¿No aceptar qué? Lo que pasó, lo que no pasó, lo que está o no pasando, lo que parece anunciarse en el horizonte. Y referido tanto a nosotros mismos como a los demás o al contexto que nos rodea. Como es de esperar, es en las relaciones de pareja donde el tema de la aceptación se vuelve un desafío aún mayor y especialmente necesario. 

Aceptar vs someterse

Todos conocemos personas que llevan mucho tiempo juntas -y satisfechas- aunque parezcan incompatibles en varios aspectos. Esto evidencia una gran dosis de aceptación, un reconocimiento del otro como diferente y diverso, una apertura a su misterio. Porque además, ¿cómo podríamos aprender y evolucionar en un vínculo con uno exactamente igual a nosotros en todo? Pero aceptación no es equivalente a sumisión, porque ésta se basa en la asimetría de la relación: una de las partes concentra -por diferentes motivos- el poder; la otra, en cambio, es débil. De manera que el sometido no acepta por ver equilibrados defectos y virtudes en el otro. Tampoco desde una mirada sabia y compasiva. Lo hace por sentirse atrapado en una posición donde parece no haber otra alternativa. Es decir, por temor. No se trata, en consecuencia, de una elección verdaderamente libre.

¿Es fácil distinguir si estamos aceptando o sometiéndonos? No, no lo es. Sobre todo si en virtud de estas variables se juega la decisión de continuar o no con una relación insatisfactoria.

Pasaporte al cambio

No importa cuántas veces se haya dicho y escuchado que “la gente no cambia”. Algo del orden del ego y de la necesidad de control se pone en marcha cuando pretendemos que las personas se ajusten a nosotros. Pero a su vez… todos sabemos y tenemos miles de ejemplos que demuestran que las personas, de hecho, sí cambian. ¿Y entonces? Ocurre que nadie cambia en virtud de la presión de otro, por mucho que lo quiera o desee agradarlo. En este sentido, al revés de la coacción, la aceptación desarma las hostilidades: cuando una persona se siente aceptada y amada tal como es, ya no necesita defenderse, replegarse en sí misma, victimizarse o devolver el “golpe” con críticas o desdén. No alberga resentimientos ni culpa; no tienen cabida las posiciones extremas, polarizadas. Y así, una vez que nos sabemos aceptados, podemos relajarnos, mirar hacia afuera y advertir qué efectos tienen nuestras conductas y actitudes. Entonces pueden aparecer los verdaderos deseos y la voluntad sincera de actuar de otra forma. Es curioso, paradójico: a nadie le es dado cambiar si primero no se siente verdaderamente aceptado.

Comentarios

Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.