Significados del sexo

13 Sep 2014
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FOTO TOMADA DE DOCTORKARIN.COM

El término “sexo” se utiliza en función de una diversidad de significados, connotaciones y acepciones. Lo que genera no pocos malentendidos, confusiones, prejuicios y también ignorancia. Y, como primera consecuencia, temores. Por eso es importante aclarar y distinguir algunos de estos sentidos.

Tal vez una de las categorías más básicas, por involucrar de lleno el orden biológico, es la referida al sexo cromosómico o genético: los varones y las mujeres poseen diferencias cromosómicas. Determinadas genéticamente, comienzan en la etapa embrionaria, mediante complejos mecanismos. Las dos configuraciones básicas son la “masculina” y la “femenina”: XY y XX, respectivamente. Sin embargo, el desarrollo morfológico sexual parte de una estructura común, indiferenciada, que empieza a discriminarse recién a partir de la séptima semana de gestación. Es por eso que entre los órganos genitales de ambos sexos hay una clara correspondencia (ovarios y testículos, clítoris y pene, labios mayores y escroto, etcétera). En esta instancia pueden producirse también los llamados estados de “intersexualidad”, que se observan bajo diferentes manifestaciones y síndromes. El más conocido -y probablemente el menos frecuente- es el hermafroditismo, donde existen gónadas femeninas y masculinas simultáneamente.

El sexo hormonal se refiere al tipo y la cantidad de hormonas presentes en nuestro organismo. Aunque la “testosterona” es la hormona masculina por excelencia, también se encuentra -en menor cantidad- en las mujeres (a la inversa de lo que ocurre con los “estrógenos”). La “progesterona”, en cambio, ausente en los hombres, está relacionada con la procreación, preparando el útero para la implantación del óvulo fecundado y propiciando los cambios necesarios para el amamantamiento.

El sexo anatómico se vincula a los órganos genitales masculinos y femeninos, tanto internos (ovarios, próstata, útero, trompas de Falopio, vesículas seminales, etc.), como externos (vagina, pene, testículos, clítoris, labios mayores y menores, etc.). Este es el rasgo que determina, casi sin excepción, el sexo asignado; es decir, aquella etiqueta que nos colocan al momento de nuestro nacimiento (y, desde hace unas décadas, aún antes, con la precisión de las ecografías durante el embarazo): “varón” o “mujer” es quizás la primera gran categoría por la que indefectiblemente seremos visualizados. Lo que se corresponde con un nombre, vestimentas, juguetes y juegos, y maneras en que seremos tratados, según sea el caso. En coincidencia con esta asignación se nos inscribe, legalmente, como sexo “femenino” o “masculino” en la partida de nacimiento y en el documento de identidad. Es el sexo legal que, desde hace un par de años en nuestro país -como en otros- puede ser cambiado, junto con el nombre, en el caso de las personas trans (travestis, transexuales y transgéneros). 

La orientación sexual hace referencia a las preferencias sexuales. Se distinguen tres grandes categorías: heterosexuales, homosexuales y bisexuales, de acuerdo a si los deseos sexuales se orientan hacia personas del sexo opuesto, del mismo sexo o de ambos. Sin embargo, esta división no siempre es tan tajante, y tiene manifestaciones diversas. Por otra parte, alrededor de este concepto hay una confusión frecuente: no tiene que ver con el hecho de que una persona se sienta hombre o mujer. Un varón homosexual, por ejemplo, no quiere ser mujer ni tiene una identidad sexual confusa, sino que, sintiéndose “varón”, le atraen otros varones. Y lo mismo vale para las mujeres homosexuales.

Los roles sexuales, llamados también “roles de género” o “estereotipos de género” aluden a las conductas, emociones, actitudes e intereses que en cada sociocultura -y en cada momento histórico- se espera de las personas, de acuerdo a si son hombres o mujeres. Hasta hace unas décadas, esta división era tajante y demarcaba espacios totalmente disociados. Afortunadamente esto ha ido cambiando, y el mundo se ha vuelto más “mixto”: así como los hombres hacen tareas domésticas, las mujeres actúan en la vida pública. 

La identidad sexual, en cambio, designa una convicción: la de considerarse uno mismo hombre o mujer. Esta es quizás la única pregunta a la que casi todos podemos responder de forma clara y unívoca. Y por lo general en concordancia con el orden anatómico y hormonal. Sin embargo, un grupo considerable siente firmemente que su cuerpo es un “error”, que no se corresponde con la percepción interna que tienen de sí mismos. Hasta hace poco tiempo considerado un trastorno mental (“trastorno de identidad sexual” o “de identidad genérica”), en la actualidad asistimos a un proceso de cambio paradigmático, tendiente a “despatologizar” a estas personas. A rescatarlas de la oscuridad marginal a la que desde hace mucho tiempo están confinadas. Y aceptarlas como parte del vasto universo de la diversidad sexual.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.